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La misma escena se volvía a repetir, de forma casi rutinaria, con pequeñas alteraciones en el tema. El disparador que dio comienzo esta vez a la charla, ya no lo recuerdo. Pero no me sorprendería al descubrir que se trataba de algún hecho en particular relacionado con mi madre, y su asociación conmigo y/o mi hermana. No tiene importancia. Aquel casi monólogo por parte de mi progenitor se presentaba una vez más.

Normalmente yo iniciaba la conversación con algún tema aleatorio de interés uni o bilateral, no con el simple objetivo de evitar silencios en el transcurso del recorrido hacia su hogar (nuestro hogar), sino porque realmente me interesaba compartir mis filosofías con él y escuchar sus -a veces no muy sabios- consejos, opiniones y puntos de vista. De todas formas, normalmente me encontraba de acuerdo con su postura.

Y esta vez, como muchas otras, tenía razón. Odiaba el hecho de que casi siempre la tenía, más bien me odiaba a mí misma por no hacerle caso omiso a sus tan reiteradas órdenes. Ese sentimiento de saber que lo que él decía era correcto, de que la forma en la que yo estaba viviendo podía cambiarse, yo podía cambiarla, podía actuar por un bien personal y familiar; me cerraba el pecho, me creaba ese molesto y renombrado nudo en la garganta. ¿De que servía seguir sintiéndome así cuando sabía cómo evitarlo y que era capaz de hacerlo? Esta pregunta ambos la planteábamos, sin recibir ninguna respuesta coherente a cambio. ¿Cómo responder con coherencia a una consulta de carácter retórico? 

.:dumb and useless thoughts:.Where stories live. Discover now