El silencio lo invade todo, la oscuridad reina a mi alrededor, siento mi garganta seca y áspera, tan rasposa que siento entre las paredes viscosas de mi hinchado y palpitante esófago púas de metal, que rozan contra las contrarias en busca de abrir mi carne viva. Intente pasar saliva después de notar como mis pulmones se contraían de una manera extraña dentro de mi pecho el cual aprisionaba el aire como un preciado tesoro. Adiós oxígeno. Terminaría por ser una masa amorfa de sangre, carne y cuerdas azuladas desplegadas como las alas de un ave en el suelo, pero esta vez esas alas serian manchadas por el codicioso liquido carmesí que me permitía vivir. Esperaba morir. Mas nunca me esperé verle, mi piel inmediatamente se tornó blanca como la hoja de papel cuando me descubrí siendo espectadora de mi cadáver, el cadáver de Liz Aguilera.
Sentí como mis pupilas se dilataron y mi boca se abrió formando una gran abertura de horror, mi mente guió mis manos hacia mi boca, pero era tan lenta que pudieron pasar semanas y aun seguirían sin tocar mi boca y taparla por completo. Ahí estaba yo con una de mis piernas doblada de manera brusca, hacia un lado de mi cintura como si poseyera la elasticidad de una bailarina de ballet mientras la otra permanecía erguida, los lunares en mis hombros y nuca eran iluminados por el umbral amarillento del foco, dormitaba, pero sobre un charco de sangre como un sacrificio humano de un ritual satánico. De entre la penumbra del otro lado unos brillantes ojos amarillentos emergieron como un par de focos de luz, que me miraban fijamente como a una intrusa para luego desviarse hacia el suelo siendo el segundo en contemplar mi cuerpo. La seca lengua relamió su labio superior al notar un buffet del cual saciarse por siempre, sus bigotes encontraron mi engullida sangre dejando escapar pequeñas gotas de ella fuera del charco. Lamió con necesidad el líquido y paro aun sumiso mirándome nuevamente. Le mire intrigada y con asco por su mal olor haciendo que soltara un llamado molesto que araño las paredes de mis oídos. Para mi sorpresa fui tirada lejos de aquel sitio como si me desterraran. Abrí mis ojos lentamente sintiendo aun el pesor sobre mi pecho encontrándome con los mismos ojos amarillentos y hechizantes de mi sueño que me miraban nuevamente con insistencia.
-Mao –soltó en llamado.
- ¿Un gato? –fue lo primero que pensé sentándome en mi cama haciendo que las pesadas patas que se habían aferrado a mi pijama gracias a sus garras se soltaran de mi- fuera –ordene mirando como este huía de mi mano sacándolo al fin de mi cama.
Tropezó como un gato novato al caer al suelo, pero recupero el equilibrio contorneándose con elegancia y la cola alzada fuera de mi habitación abriendo con astucia la puerta entre abierta de madera.
Estúpido gato.
Mire el reloj junto a mi cama el cual se había detenido marcando un minuto antes de las doce con quince segundos de sobra a pesar de que tal vez ya había amanecido. Mi cuerpo se reusaba a moverse al sentir que fuera de los terrenos de mi cobertor estaba helado. Salí a regañadientes de mi propia mente pisando el suelo liso de mi apartamento. Termine de abrir la puerta de mi alcoba atravesando el pasillo hacia la estrecha cocina, contra la barda pequeña que hacia el trabajo de una barra que dividía la sala de la cocina aún permanecía mi vieja nevera que por más desgastada que se viese por fuera congelaba de maravilla. Metí la mano sacando una botella de cerveza, la abrí con la puerta del contenedor blanco y rasqué mi cabeza con pesadez despeinando aún más mi maraña de cabello negro. Su amargo sabor recorrió mi garganta seca, refrescando con delicadeza mi interior. No había nada mejor que una buena y fría cerveza por la mañana. Miré la barra y subí a ella con poca maestría resbalando un poco mis manos por el mosaico sobre ella, ingresando como una ladrona a mi cocina. Tocando apenas las copas de vidrio que colgaban de su estante de madera sobre mí cabeza. Salte al suelo y mire mi gran baúl de la ambrosía.
Me acerque a la estantería sacando una bolsa de bollos que había comprado hace tres días, saque dos tapas y jale el embace de mayonesa que estaba a un lado y lo embarre con un cubierto de mantequilla por toda la superficie plana. Corte dos rodajas de tomate y una de cebolla. Le faltaba algo a este emparedado pero que. Di vueltas en un mismo lugar hasta que pare sobre el refrigerador que tenía, busque dentro encontrando una lata de sardinas de hace una semana o dos.
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El juego del gato
Mystery / ThrillerUn simple juego de niños que se volvió la pesadilla de jóvenes.