El Descenso al Maelström

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Habíamos llegado a la cumbre del despeñadero más elevado. Durante algunos minutos, el anciano pareció mucho más cansado para hablar.

---No hace mucho ---dijo finalmente--- podría haberlo guiado en esta ruta igual que lo haría el más joven de mis hijos; pero, unos tres años atrás, se me ocurrió algo que nunca le había pasado a ningún mortal (o por lo menos, a un mortal que haya sobrevivido para contarlo) y las seis horas de terror de muerte que soporté en ese momento me destrozaron en cuerpo y alma. Usted creerá que soy muy viejo, pero no lo soy. En un sólo día, mis cabellos de color negro azabache se volvieron blancos, se debilitaron mis miembros y los nervios quedaron tan frágiles que tiemblo al menor esfuerzo y me asusto de una sombra. ¿Sabe que apenas puedo mirar desde este acantilado sin sentir vértigo?

El "pequeño acantilado" ---sobre cuyo borde había tumbado con tanta negligencia a descansar de modo que la parte más pesada de su cuerpo colgaba del mismo, mientras que se cuidaba de caer apoyando en codo en una resbalosa arista del borde---, este "pequeño acantilado" se elevaba formando un precipicio de roca negra y reluciente de unos mil quinientos o mil seiscientos pies, sobre una gran cantidad de despeñaderos situados más abajo. nada me hubiera convencido de acercarme a menos de seis yardas de aquel borde. En realidad, estaba tan impresionado por la peligrosa posición de mi compañero que me recosté en el suelo, sujetándome de los arbustos cercanos, y no me atreví siquiera a mirar hacia el cielo, mientras luchaba en vano por alejar de mí la idea de que los cimientos de la montaña corrían peligro a causa de la furia de los vientos. Pasó largo tiempo antes de que pudiera juntar coraje para sentarme y mirar a lo lejos.

---Usted debe supera estas fantasías ---dijo el guía--- ya que lo he traído hasta aquí para que pueda tener la mejor vista posible de la escena del hecho que le mencioné y para contarle toda la historia en el mismo escenario que tiene usted delante de su vista. Estamos ahora ---continuó con la minuciosidad que le caracterizaba---, estamos ahora cerca de la costa de Noruega, a sesenta y ocho grados de latitud, en la gran provincia de Nordland y en el temible distrito de Lofoden. La montaña sobre cuya cima estamos sentados es Helseggen, la Nebulosa. Enderécese un poco... Sujétese a las plantas si tiene vértigo..., así..., y mire, más allá de la franja de vapor que tenemos debajo, hacia el mar.

Miré con vértigo, y observé una gran extensión de océano, cuyas aguas tenían un color tan parecido a la tinta que me traían a la mente la descripción de un geógrafo acerca del Mare Tenebrarum. Un panorama tan deplorablemente desolado como no podría imaginar el hombre. Hacia la derecha y la izquierda, hasta donde podía verse, se tendían, como murallas del mundo, cadenas de acantilados horriblemente negros y colgantes, cuyo aspecto lúgubre se reforzaba con el mar que, con sus crestas blancas y lívidas, rompían aullando y rugiendo en la eternidad. Exactamente frente al saliente donde nos encontrábamos y a una distancia de unas cinco o seis millas dentro del mar, había una pequeña isla de aspecto desértico o, mejor dicho, su posición podía distinguirse a través de los salvajes rompientes que la envolvían. Aproximadamente a dos millas más cerca de la tierra se levantaba otra de menor tamaño, horriblemente escarpada y estéril, rodeada en varias zonas por grupos de rocas oscuras.

En el espacio comprendido entre la isla más lejana y la cosa, el aspecto del océano era algo inusual. Aunque en ese momento soplaba un viento tan fuerte hacia la costa que un bergantín que navegaba por el mar se mantenía a flote con dos rizos en la vela mayor y continuamente se hundía y se perdía de vista, no había un oleaje embravecido, sino breves, furiosos y rápidos golpes de agua en todas las direcciones. Tampoco podía verse espuma, excepto en la proximidad de las rocas.

---La isla allí a lo lejos ---continúo el anciano--- es la que los noruegos llaman Vurrgh. La que está en medio se llama Moskoe. Hacia el norte, a una milla, se encuentra Ambaaren. Más allá, Islesen, Hotholm, Keildhelm, Suarven y Buckholm. Aún más lejos, entre Moskoe y Vurrgh, están Otterholm, Flimen, Sandflesen y Stockholm. Éstos son los verdaderos nombres de estos sitios, pero ni usted ni yo podríamos entender el motivo por el cual fue necesario ponerles nombres. ¿Oye usted algo? ¿Ve usted algún cambio en el agua?

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