Prólogo

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                       1868, Estrecho de Malaca 


¡Pum! ¡Pum! Los cañones explotaron en el cielo oscuro y tormentoso.

Con un rujido, el viento empujo al Maravilla como si quisiera ayudarlo a esquivar los misiles. Por la cubierta dañada, los marineros se apresuraban a amarrar las cuerdas sueltas y a mantener el buque de vela a flote.

La luna se asomó entre las nubes e ilumino a los tres grandes juncos malayos que intentaban derribar al Maravilla con sus cañones ardientes. En su cubierta, las velas rojas cortaban el cielo como aletas de tiburones y sus mástiles ondeaban unas banderas negras con la cara de un diablo malvado. Aquellos piratas no tendrían piedad.

Tras escalar una ola de inmensa, el eclípse cayó en una depresión que lo escondió brevemente de sus persecutores. Pero más adelante, la vista no era prometedora.

El borde irregular de una isla se alzó frente al Maravilla. Cercos de pedazos de roca lo rodearon; eran perfectos para hundir un barco.
Con los brazos endurecidos, el timonel luchaba con el timón mientras las balas del cañón silbaban a su paso por el aire. Los pedazos de madera y restos de barco le llovían encima y polvaban el cronometro.

-¡Señor! - gritó el timonel al primer oficial -. ¡Perdimos el reloj! ¡No podemos calcular nuestra posición entre las rocas!

El primer oficial se cubrió con los brazos cuando un géiser salpicó la cubierta. Volteo hacia arriba para ver los pedazos de roca más allá del barco y sintió una repentino desesperación ; era inútil :el Maravilla iba directo a una trampa. Sintió una figura a sus espaldas y volteó.

-¡Capitana, debemos rendirnos! -grito el primer oficial -. ¡De lo contrario moriremos!
Alicia Kingsleigh salió de las sombras con un gesto feroz y decidido. No había trabajado tanto ni viajado tan lejos como para perderlo todo. Y no se rendiría ante unos piratas apestosos y llenos de pulgas.

-No estoy segura de que rendirnos en el barco de mi padre nos garantice salir vivos, señor Phelps- dijo tranquila

Alicia bajo la mirada hacia el sextante que tenía en la mano y midió el ángulo de la luna; después volteó a ver las barreras de rocas a lo lejos. Una sensación de peligro recorrió su cuerpo cuando se dio cuenta de algo que su primer oficial no había notado.
-¡Muerte a lo lejos! ¡A toda vela! -gritó.

Incrédula, su tripulación la volteó a ver. ¿Se había vuelto loca su capitana?
El señor Phelps trato de razonar con ella.

-¡Capitana! ¡Los cercos... el barco se hundirá! ¡Es imposible!

-¡Ya sabe lo que opino sobre esa palabra, señor Phelps!

Alicia volteó a verlo con una mirada severa. Hacía mucho, su padre le enseño que todo era posible, y sus aventuras como capitana le habían dado la razón una y otra vez.

El primer oficial encogió de hombros, pero asintió y empezó a dar instrucciones a la tripulación. Con dificultad, los marineros empezaron a desplegar las velas y el eclípse fue arrastrado hacía el bajío que rodeaba la isla

-¡Con fuerza a estribon, Harper! - gritó Alicia al timonel.

-¿A estribor? ¡Vamos a zozobrar! -gritó Harper.
-Precisamente, Harper, precisamente - dijo Alicia. Sus ojos brillaban, llenos de seguridad. Harper nunca había visto a su capitana equivocarse, así que desvío el barco a la derecha apretando los dientes.
El Maravilla empezó a inclinarse hacia un lado mientras se movía con rapidez hacia las rocas. <<Esto tiene que funcionar >>, pensó Alicia. Su intrépido plan era su única esperanza. Pero, al calcular su trayectoria, Alicia se dio cuenta de que no sería suficiente. Volteó hacía arriba y vio un joven marinero luchando por desplejar la vela más alta

-¡Asegúrense, muchachos! - gritó Alicia, corriendo hacia una driza-. ¡Vamos avolcarnos! Tomó la cuerda con una mano y la cortó con su espada. Los ojos de Alicia brillaron mientras era levantada por la cuerda de la cubierta hasta lo más alto del Maravilla. Bailó entre el aparejo y cortó las cuerdas que mantenían enrollada la vela más alta. Con un soplido, la vela se desplegó y golpeó el viento iracundo. <<¡Aquí vamos! >>, pensó Alicia, mientras el Maravilla se inclinaba hasta quedar horizontal y el mástil que la sostenía rozaba las heladas olas. Un cerco de arena chocó con la quilla del barco; después, una ola lo levantó y lo empujó lejos de las rocas hacia aguas más calmadas.

Alicia luchó por encontrar las velas mayores y las cortó con su espada. Las velas cayeron, pesadas como viajeros cansados. Sin la fuerza de la tormenta detrás de él, el Maravilla salió a flote.
Alicia se volteó quitándose el pelo mojado de la cara. Una mirada temerosa atravesó su gesto; los grandes juncos malayos habían volado en pedazos contra las rocas. Lo había logrado. Salvó su barco, su mercancía y su tripulación. Se sintió aliviada. El nudo que se formó en su vientre se deshizo.

La tripulación la vitoréo cuando se deslizó hasta la cubierta. De no haber sido por ella, estarían muertos, y lo sabían. El señor Phelps dio un paso adelante e inclinó la cabeza con respeto

-La única manera de lograr lo imposible es creer que es posible -le dijo Alicia, pensando en el espíritu optimista de su padre.

Sacó su amado reloj de bolsillo de su abrigo y le echó un vistazo a la inscripción:<<Charles Kingsleigh, Esq>>. Si tan solo estuviera a su lado... Apesar de todo, podía imaginarlo marándola con orgullo. Una gota de lluvia en la mejilla trajo a Alicia de vuelta al presente. Avanzó hacia la cubierta y colgó su reloj de bolsillo enfrente del cronómetro roto

-Confió en que esto nos guiará de regreso a casa-dijo-. Siempre lo ha echo-añadio con una voz muy suave, mientras su tripulación ajustaba el rumbo del Maravilla hacia Londres.

Alicia atraves del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora