El sonido de la cachetada inundo el lugar, el dolor que le causo el golpe no llego a ser parecido como el que le causo su mirada de odio y asco. Sus padres lo odiaban, claro que sí, desde mucho antes de decirles él sabía que lo harían, pero no estaba preparado para eso.
Su madre ahogo un sollozo mientras apartaba la mirada de él y se ocultaba detrás de su padre. Su hermano menor permanecía en total silencio con los puños fuertemente apretados, impotente. "por lo menos no está Emma" pensó llevándose inconscientemente una mano a la mejilla lastimada.
- ¡Yo tuve una hija! – grito su padre – ¡si quieres ser una marimacha no es problema mío! Pero como me llamo Ramón que dejas de ser mi hija.
Esa última frase lo desencajo, no esperaba que el hombre que lo crio le dijera eso. ¿Dejar de ser su hijo? Dejar de ser parte de su vida era algo que no quería hacer.
- Si vas a seguir con esa vaina no quiero que te acerques a esta casa, no quiero que te acerques a Bruno.
- ¡Eso lo decido yo papá! – Bruno se interpuso entre su hermano y su padre no soportando más tanta injusticia - Quien crees que es el que paga el francés, el que acomodo la casa y la camioneta. ¡Él es que más nos ayuda! No puedes decir...
Un golpe en el rostro lo hizo callar, su padre nunca le había puesto una mano encima, pero siempre hay una primera vez para todo.
- ¡A mí no me estés chantajeando carajito! ¡no me estés hablando así! ¡¿Quién coño te crees?!
Volvió a golpearlo, esta vez con la mano cerrada, Bruno se encogió y trato de darle la espalda para que todos los golpes fuesen ahí, y no en el rostro. Alex lo empujo y recibió un golpe en el hombro, con ambas manos intento sujetar las de su padre, pero eran mucho más grandes que las de él; maldijo mentalmente ser de manos delicadas como su madre. Su padre enfureció mucho más al ser desafiado por su hija que se creía hombre de buenas a primeras.
- Vamos a ver si aguantas coñazos como los machos.
Golpeo con todas sus fuerzas la espalda del pelo castaño, su madre grito pidiendo que parase, pero era algo imposible, estaba ya demasiado molesto como para detenerse, golpeo sus brazos, sus hombros, su rostro; un puño le dio de lleno en el ojo dejando una marca roja que pasado el tiempo se tornaría morada. Su madre sujetó uno de los brazos de su esposo para que dejara de agredir a su única hija, que sin importar si se sentía hombre siempre seria su niñita. Con un simple movimiento se la quitó de encima y tomo lo que tenía más cerca que era la escoba y en un último movimiento y con su hijo menor guindado del cuello para que parase, la partió en la espalda de Alex. Este callo de rodillas al suelo sin aire y con los ojos aguados por las lágrimas, no por el dolor físico, si no por el dolor que le causaron las palabras de su padre.
De eso había pasado una semana, la hinchazón de su ojo había bajado, al igual que la de su espalda, aunque todavía le dolía dormir boca arriba. En ese momento estaba recostado en la sala mirando su celular fijamente aguantando las ganas de llorar y de estrellar el aparato contra una pared, Emma lo miraba desde la cocina muy preocupada, realmente le había afectada la confrontación con sus padres, también que le habían cancelado el contrato en Abu Dabi cuando se enteraron que vivía con una mujer. Estaba por los suelos.
Se acercó a él con un plato de sus galletas favoritas y una taza de café con leche recién hecho; usualmente eso lo animaba.
- Mi madre me bloqueo – comento tomando una galleta y llevándola a su boca.
- Amor – susurro estrechándolo contra su pecho – es solo el shock inicial, dale tiempo.
Tomando la tasa de café asintió mirando por el ventanal de la sala, sus ojos estaban opacos, sin el brillo que los caracterizaban; parecían muertos.
Apenas amanecía en la ciudad, no era la más bonita del mundo, pero era suya, pensó desviando la mirada hasta su prometida. Hermosamente imperfecta, tal como él, o eso le decía Emma en las noches que pasaban horas mirando las estrellas. Con una media sonrisa tomó el brazo de su pareja y tiro suavemente de ella para que se sentara entres sus piernas y poder abrazarla a gusto.
- Te amo – le susurró al oído – siempre lo hare, pase lo que pase, este donde este; nunca lo olvides catira.
- Yo también te amo inmensamente macho men.
Ambos rieron.
El día paso entre besos y palabras dulces, palabras susurradas al oído, palabras que Emma días después interpretaría como una despedía, una que ninguno de los dos sabía que estaban dando. El día paso lento, los cuerpos juntos no podían dejar de tocarse, de amarse; su ultimo día en el paraíso.
- ¿Gordo no quieres helado?
- Me encantaría – sonrío, pero su sonrisa no le llego hasta los ojos.
- Voy a comprar uno en el súper, ¿quieres algo?
- No amor, ve tú. Yo tomare un baño.
Antes de salir del departamento le lleno el rostro de besos para hacerlo reír, pero solo consiguió una leve sonrisa de lado. En ese momento no lo noto, pero ya sus ojos estaban muertos al igual que su interior.
Una vez solo en el baño se miró fijamente en el espejo y dejo escapar todo el aire de sus pulmones. Lo único que podía ver en el reflejo era el rostro de su padre gritando y el de su madre llorando, el de los amigos que le dieron la espalda, de toda su familia rechazándolo a él y a Emma; solo pudo ver el odio que el mundo tenia por personas como él. Una voz en su cabeza le decía lo poco que valía como ser humano, lo poco que le importaba al mundo, que si moría a nadie le importaría.
No pudo soportarlo más.
Exploto en una furia contenida contra el hermoso espejo que Emma había escogido el día que se habían mudado juntos.