Mayo, 2011
Estás seguro de que no quieres regresar a casa? —preguntó Liam.
Caleb negó con la cabeza mientras echaba un último vistazo al centro de menores en el que había pasado los últimos dos años. Miró a su tío y trató de sonreír. Liam era el hermano de su madre. Vivía en Nuevo México desde hacía varios años y las cosas le iban bastante bien. Como él, había sido un chico rebelde y problemático, sin futuro, hasta que decidió abandonar Port Pleasant. Quizá, él tuviera la misma suerte.
—No creo que sea buena idea. En ese pueblo nadie olvida —dijo Caleb.
—¡Que se vayan al infierno! —replicó Liam.
Caleb sacudió la cabeza y embutió las manos en los bolsillos de sus tejanos. Cada vez que cerraba los ojos, revivía lo que sucedió aquella noche como si solo hubiera ocurrido unas horas antes. Había pasado todo ese día en el sótano de Tyler, perdiendo el tiempo, sin hacer nada salvo ver películas de terror y beber cerveza. Cuando llegó a casa y vio el Chevrolet Chevelle de su padre, aparcado en medio del jardín con parte de la valla de madera bajo las ruedas, supo que habría problemas.
Al entrar en la casa, los gritos y el eco de los golpes confirmaron sus peores temores. Su madre estaba presa de un ataque de nervios mientras su padre estrellaba la cabeza de su hermano pequeño contra el suelo. Dylan ya no se defendía y su pecho apenas se elevaba.
¡Dios, solo tenía catorce años! Algo se rompió dentro de Caleb mientras contemplaba la escena. Estaba cansado de aquel infierno, de aguantar las palizas y los insultos, de tener miedo cada vez que aquel hombre entraba por la puerta.
Corrió hasta su habitación, cogió el bate de béisbol que guardaba bajo la cama y regresó a la cocina. Tenía diecisiete años y el pánico le atenazaba la garganta. Su padre se enderezó y lo miró con un gesto de sorpresa; después su mirada reflejó un odio profundo mientras se levantaba del suelo con los nudillos ensangrentados.
Esa noche, Caleb no había vacilado y había hecho lo que un hombre haría para proteger a su familia.
—Es tu casa, y tu madre y tu hermano quieren que regreses —insistió Liam al ver que su sobrino guardaba silencio.
—Pero yo no quiero volver. —Respiró hondo—. Ellos están mejor sin mí.
Liam suspiró y le dio una palmada en la espalda.
—Si esa es tu última palabra, entonces vendrás conmigo —dijo mientras abría la puerta del coche.
Caleb lo miró sorprendido.
—¿Quieres que vaya contigo a Santa Fe? —preguntó sin aventurarse a sonreír.
—Eres mi sobrino, no puedo dejarte en la estacada. Además, será un favor por otro favor.
—¿Qué clase de favor? —quiso saber Caleb con cierto recelo. Hacía mucho que no confiaba en nadie excepto en sí mismo.
—Necesito una persona que me ayude en el gimnasio por las mañanas y en el taller por las tardes. Solo tengo una condición: te mantendrás alejado de los problemas y las drogas. ¿De acuerdo?
—Las drogas no tienen que preocuparte, pero los problemas me persiguen —dijo Caleb con voz cansada.
—Pues les patearemos el culo cuando aparezcan. No voy a dejarte, chico. ¿Qué dices, te interesa el trabajo?
Caleb estrechó la mano que Liam le ofrecía y esta vez se atrevió a sonreír.
—Me interesa.
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Cruzando los límites
RomanceCaleb es temperamental y descarado Savannah es de porcelana pero le gusta el peligro