Savannah contempló el ataúd. Aún no podía creer que el cuerpo de Dylan estuviera allí dentro.
Nunca habían sido grandes amigos; no hasta un par de años antes, cuando Hannah Marcus, la madre de Dylan, empezó a trabajar como asistenta para su familia. Todas las tardes el chico iba a recogerla para acompañarla después a casa, y, mientras la esperaba, él y Savannah solían conversar en la cocina tomando un té helado. A veces, incluso la ayudaba con los deberes. Cálculo y química se habían convertido en una pesadilla para ella, y sin la ayuda de Dylan no habría logrado la nota que necesitaba para graduarse e ir a la universidad.
En cierto modo, acabó admirándolo. Dylan siempre había sido un chico amable, inteligente, y había conseguido lo que pocos en su situación lograban: una beca completa para estudiar en la Universidad de Columbia.
Recorrió con la vista los rostros de los asistentes al funeral. Todos eran vecinos del barrio. Muchos de ellos la miraban como si fuera alienígena, y no era de extrañar. La gente de la colina, como su familia, con sus lujosas mansiones y sus coches caros, no solía relacionarse con la masa de los suburbios. No porque fueran mejores ni nada de eso, sino porque pertenecían a mundos diferentes.
Los ojos de Savannah se posaron en Hannah Marcus. La pobre mujer estaba destrozada y apenas lograba mantenerse de pie. Solo los brazos de su hijo mayor impedían que cayera al suelo de rodillas.
Savannah miró de reojo al muchacho, Caleb Marcus. Su reputación aún era una leyenda en Port Pleasant. Era el tipo de chico sobre el que los padres previenen a sus hijas. Las cosas que se contaban sobre él atemorizarían al tipo más duro del pueblo, y ella las creía a pies juntillas. Aún recordaba lo mucho que la intimidaba su presencia cuando se cruzaba con él en los pasillos del instituto. También rememoraba el hormigueo que sentía en el estómago cuando sus ojos, de un color fascinante, coincidían con los suyos por accidente.
En aquella época, la diferencia de edad entre ellos suponía un abismo: Savannah contaba catorce años y Caleb tenía diecisiete. Sabía que era invisible para él. Caleb salía por aquel entonces con Spencer y toda su atención era para ella. Eran tal para cual. Pertenecían al mismo barrio, al mismo ambiente y a la "misma pandilla. El rey y la reina de los suburbios.
Savannah jamás lo admitiría, aunque le fuera la vida en ello, pero había estado enamorada de Caleb en secreto durante todo un año; hasta que lo detuvieron por darle una paliza a su padre y desapareció. Le costó olvidarse de él. Durante mucho tiempo formó parte de sus sueños y fantaseaba despierta imaginando cómo sería que la abrazara y la besara como hacía con Spencer.
Notó que se ruborizaba con aquellos recuerdos. ¿Por qué pensaba ahora en todo eso? Miró de nuevo al chico. Decir que estaba guapo era quedarse corto. Los años le habían sentado de maravilla. Lucía una sencilla camiseta de color negro, lo suficientemente ajustada para insinuar un cuerpo perfecto, y unos tejanos desteñidos que se moldeaban muy bien a sus caderas. Caleb tenía una "belleza agresiva a la par que natural. Recordaba haber visto ese torso desnudo muchas veces, durante los partidos de baloncesto, y los temblores que le provocaba.
Empezó a subirle un calor asfixiante por el cuello, que se instaló en sus mejillas como dos faros luminosos. Apartó la vista cuando él miró en su dirección. Se sentía fatal por tener esos pensamientos durante el funeral de su hermano, pero decidió devolverle la mirada.
Solo que no era a ella a quien había visto.
Spencer acababa de aparecer agitando su oscura y larga melena y contoneando las caderas de una forma insinuante. Pasó por su lado dejando una estela de ese perfume barato que siempre usaba, y se lanzó a los brazos de Caleb. Savannah se quedó de piedra ante su falta de sutileza. Si se pegaba más a él, acabaría por fundirse con su cuerpo. Podría cortarse un poco, ¿no? Aunque tratándose de Spencer, sería como pedirle a una leona que no se comiera a una pequeña cebra. Y la chica tenía debilidad por las cebras, sobre todo si estas parecían modelos salidos de un anuncio como ocurría con Caleb... y también con Brian.
Dio media vuelta con el estómago revuelto: Spencer la ponía enferma. Empezaba a arrepentirse de haber asistido al entierro. Cassie se lo había advertido, le había repetido mil veces que no era una buena idea dejarse ver por allí, y mucho menos sola, pero ella se había negado a escucharla. Dylan se había convertido en su amigo y merecía esa despedida. Pero, como siempre, Cassie tenía razón.
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Cruzando los límites
RomanceCaleb es temperamental y descarado Savannah es de porcelana pero le gusta el peligro