Capitulo 3

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A la mañana siguiente, Caleb se levantó temprano. Apenas había podido dormir; demasiados recuerdos. Había pasado parte de la noche entre las cosas de su hermano: hojeando sus cómics, sus libros del instituto, y contemplando la fotografía que le habían tomado el día de su graduación, apenas un mes antes.
Se había sentido tan orgulloso de él: el primer Marcus que iría a la universidad, y nada menos que a Columbia. Ahora todo eso se había convertido en una bonita ilusión absorbida por la realidad. La gente como ellos no tenía derecho a soñar. Cuando lo hacían, siempre ocurría algo que les recordaba que las cosas buenas solo les pasaban a los demás. Fue hasta la cocina y se sirvió una taza de café. Oyó a su madre en el sótano, refunfuñando un par de maldiciones.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó desde la puerta.
—Lo que necesito es una lavadora nueva —respondió ella con tono gruñón.
Caleb sonrió. Era tan agradable escuchar su voz. Apoyó la cadera en la encimera y recorrió con la vista la cocina mientras daba pequeños sorbos al café caliente. Todo estaba tal como lo recordaba, incluidas las abolladuras en los armarios y las paredes, decoradas por los puños de su padre. Su madre apareció cargando con un cesto de ropa. Caleb se apresuró a ayudarla.
—Deja que yo lleve eso.
Se lo quitó de las manos y la siguió hasta el patio trasero. Mientras ella tendía la ropa, Caleb contempló la casa. Se fijó en el óxido que recubría las bisagras de las contraventanas y en la pintura desconchada. A la valla de madera le faltaban bastantes listones y a través de los huecos se veía con claridad el patio del vecino. No necesitaba mirar para saber que el tejado pedía a gritos una buena revisión, pues las manchas de humedad que había visto en el techo daban fe de ello. Y el día anterior, al llegar, también se había percatado de lo mal que estaban los peldaños del porche y la puerta del garaje.
—¿Qué miras? —preguntó su madre.
Con las manos en las caderas, Caleb sacudió la cabeza disgustado.
—Mamá, la casa se está cayendo a pedazos.
—Lo sé —dijo ella con un suspiro—. Dylan hacía lo que podía, pero nunca fue tan mañoso como tú. Además, sus estudios le tenían ocupado la mayor parte del tiempo y... mi sueldo no da como para contratar a alguien que la repare.
Caleb tomó aire y lo soltó despacio: oír a su madre referirse a Dylan en pasado era muy doloroso. Sus ojos volaron a la puerta. Deseó que se abriera y que el chico la cruzara con su amplia sonrisa, tal y como la recordaba. Pero eso no iba a suceder y debía aceptarlo cuanto antes. Su madre debió adivinar sus pensamientos, porque se acercó a él y le acarició el brazo. El contacto hizo que tuviera que apretar los párpados para contener unas estúpidas lágrimas. ¡La había echado tanto de menos!
—Tu hermano te adoraba. Para él eras como uno de esos superhéroes que aparecen en los cómics que leía.
—Ya, solo que el héroe no estaba aquí para cuidar de él.
"—Caleb, tu hermano nunca te culpó de nada, ni pensó por un solo instante que le hubieras abandonado. Te quería muchísimo y, aunque te echaba de menos, siempre supo que no era fácil para ti regresar aquí. Lo que pasó, lo que hiciste aquella noche... —Respiró hondo—. Siempre tuvo muy presente que fue para protegerle a él. Tú cambiaste su vida esa noche, le diste un futuro sacrificando el tuyo.
—Hice lo que tenía que hacer y, si me arrepiento de algo, es de no haberme cargado a ese cabrón mucho antes —masculló, apretando los puños.
—No te atormentes, por favor. No quiero seguir pensando en cómo habrían sido las cosas si... si... —Se cubrió las mejillas con las manos. Las lágrimas tensaban su voz—. Las cosas simplemente pasan, Caleb. Sé que no es fácil aceptarlo sin más. Tu hermano ya no está. Honra su memoria y sigue adelante. Es lo que él querría que hicieras. No le gustaría que continuaras sacrificando tu vida por él.
Caleb no respondió, no sabía qué decir.
—Creo que me quedaré unos días. Voy a arreglar la casa —comentó al fin, cambiando de tema—. Iré a la ferretería del viejo Travis a por algunas herramientas y madera. Sigue allí, ¿no?
Su madre sonrió.
—Sí, sigue allí, solo que ahora es su yerno quien se ocupa del negocio. Zack Philips, ¿te acuerdas de él?
—Claro que me acuerdo de él.
Su madre miró el reloj que llevaba en la muñeca y sus ojos se abrieron como platos.
—¡Es tardísimo, voy a llegar tarde al trabajo! —exclamó.
"—¿Vas a ir a trabajar? —preguntó Caleb sorprendido. Y añadió con tono enojado—: ¿Qué pasa, que esos ricachones no respetan ni el luto?
—¡No! Soy yo la que quiere ir. No... no puedo quedarme sin hacer nada. Necesito estar ocupada y también necesito el dinero. Hay que pagar el funeral.
—Está bien —refunfuñó—, pero yo te llevo. Quiero ver esa casa donde trabajas.
Caleb condujo su Ford Mustang de 1969 hasta la colina donde se encontraba el barrio de la gente rica de Port Pleasant. Adoraba su coche. Su tío lo había comprado en un desguace y se lo había regalado para celebrar su salida del Centro. A Caleb le había costado una pasta restaurarlo, dinero que había conseguido trabajando quince horas al día durante dos años, pero había merecido la pena. Por primera vez tenía algo que era realmente suyo.
—Es ahí —dijo su madre, señalando una enorme casa blanca de dos plantas con gigantescas columnas.
Caleb silbó por lo bajo.
—¡Vaya! ¿Y a qué dices que se dedica esta gente?
—No te lo he dicho. El señor Halbrook es juez, vive con su esposa, Helen, y con su hija, Savannah. Es una chica muy agradable, y también muy guapa. Toda una señorita.
—Ya, como todas ellas —replicó él con tono sarcástico.
Aún recordaba al grupito de animadoras del instituto: las populares. Tan estiradas que parecía que se habían tragado un palo, y con la nariz siempre arrugada como si estuvieran oliendo algo asqueroso. Esas chicas no sabían divertirse. Su única aspiración en la vida era cumplir los deseos de los chicos del equipo de fútbol y perder la virginidad con uno de ellos durante el baile de graduación. Chico con el que se casarían al acabar la universidad y con el que formarían uno de esos matrimonios aburridos abocados a la infidelidad. Porque ese tipo de chicas, que solo vivían para ser perfectas, en realidad soñaban con que un tipo como él se colara bajo sus vestidos de diseño.
Su madre le dio una colleja cariñosa y después enredó los dedos en su pelo oscuro para alborotárselo.
—Necesitas un buen corte.
—Mi pelo es sagrado, ya lo sabes. ¿Recuerdas cómo me perseguías para cortármelo? Me traumatizaste. Llegué a tener pesadillas —comentó con los ojos entornados.
Su madre rompió a reír y provocó que él también lo hiciera. Por un momento fue como viajar atrás en el tiempo. Soltó con fuerza el aire de sus pulmones y clavó la vista en la casa. Jamás volvería a ser como antes, ya no.
—No eres un mal chico, aunque te empeñes en lo contrario —le dijo ella con dulzura, y añadió en voz baja—: Yo lo sé y tú te darás cuenta algún día.
Caleb no respondió. Quizá no fuera malo, pero tampoco era bueno. Los chicos buenos no eran como él. Solían ser las estrellas del equipo de fútbol y salían con chicas respetables; planeaban su futuro; iban a buenas universidades, y se convertían en médicos, abogados o jueces. Los chicos buenos no se metían en peleas ni se jugaban el pellejo con asuntos ilegales. Tampoco se veían obligados a proteger a una madre y a un hermano pequeño de un padre violento. Y no fumaban hierba para olvidar que la vida era una mierda y que no merecía la pena esforzarse por un futuro que no iban a tener. No, definitivamente él no era un buen chico.
—¿A qué hora vengo a buscarte? —preguntó, haciendo a un lado sus pensamientos.
—La verdad es que no lo sé. Los viernes suelo acabar pronto, pero el señor Halbrook da una cena mañana y es probable que deba quedarme un poco más para echarle una mano. Te llamaré, ¿de acuerdo?
Caleb asintió y se dejó abrazar por ella durante unos segundos.
—Te quiero mucho —dijo su madre.
—Yo también te quiero, mamá.
Caleb se puso en marcha y fue directamente a la ferretería. Poco después estaba trabajando en el porche.
A última hora de la tarde ya había reemplazado todas las maderas del suelo y los peldaños estaban casi terminados. Se limpió el sudor de la frente con la camiseta y continuó arrancando los clavos oxidados con un martillo con el que hacía palanca.
—¡Serás capullo, he tenido que enterarme por los cotilleos del barrio de que mi mejor amigo había vuelto!
Caleb se dio la vuelta y se encontró con Tyler apoyado como un gato perezoso en la plataforma de su camioneta. Unas latas de cerveza colgaban de su mano. Se apartó el pelo de la frente y se encogió de hombros.
—Te habría enviado flores con una nota, pero no sabía si aún te ponían las rosas —dijo Caleb sin ninguna emoción. Se sacudió las manos en los pantalones.
Tyler se echó a reír y su risa chillona acabó contagiando a Caleb. Chocaron sus puños y acabaron fundidos en un abrazo fraternal.
-Me alegro de verte —declaró Tyler mientras le daba un golpecito en el hombro.
—Yo también. Aunque lo negaré en público —admitió Caleb con una sonrisa maliciosa. Señaló las cervezas—. ¿Están frías?
—Como el trasero de una tía —respondió Tyler. Cogió una lata y se la lanzó.
Caleb la atrapó al vuelo y se sentó en los peldaños del porche.
—Veo que conservas tu encanto.
—Yo también te quiero, pero no pienso besarte —repuso Tyler con un suspiro. Hubo un largo silencio en el que ambos se quedaron mirándose. Rompieron a reír a carcajadas, como si los cuatro años que habían estado separados nunca hubieran pasado—. Siento lo de Dylan, tío, y siento no haber asistido al funeral, pero ya sabes que esas cosas me ponen los pelos de punta.
—Tranquilo. No pasa nada —comentó Caleb.
Le dio una palmada en la espalda y apuró la cerveza. Abrió otra lata y estiró sus largas piernas para acomodarse. Contemplaron la calle, donde unos niños jugaban con un monopatín y molestaban a unas niñas que saltaban con una cuerda.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó Tyler.
El corazón de Caleb se aceleró y se le tensaron los músculos de los brazos.
—Estoy jodido. No puedo creer que mi hermano ya no esté —respondió. Se pellizcó el puente de la nariz para evitar que las lágrimas aparecieran en sus ojos—. Él era mi razón para todo, Ty. Era mi responsabilidad, y no he podido mantenerlo a salvo.
-No podías protegerle de algo así. Aunque hubieras ido con él en ese maldito coche, no habrías podido hacer nada. No te rayes, ¿vale?
Caleb asintió, pero sabía que jamás podría librarse del sentimiento de culpa que lo consumía.
—¿Qué pasó en realidad?
Tyler se encogió de hombros.
—No lo sé. Su coche apareció empotrado contra un árbol a la altura de Cape Sunset. No había marcas de neumáticos, no frenó.
—¿Crees que pudo quedarse dormido?
—Ni siquiera eran las once cuando le encontraron. Yo no lo creo, pero... quién sabe. —Abrió su segunda cerveza y apoyó los brazos en las rodillas—. Dicen que había bebido. Había restos de alcohol en su sangre.
-¡Y una mierda! —soltó Caleb a la vez que se enderezaba como si le hubieran pinchado—. Lo más fuerte que tomaba mi hermano eran refrescos con azúcar.
—Lo sé, tío. No le he quitado el ojo de encima durante estos cuatro años, y juraría por mi vida que tu hermano no había bebido esa noche ni ninguna otra. Pero el informe del forense dice lo contrario.
—¡Pues ese informe se equivoca!
Se puso de pie y tomó un par de tablas del suelo. Las estudió por ambos lados hasta darles el visto bueno.
Tyler se apartó de la escalera y se quedó mirando cómo las encajaba buscando una alineación perfecta.
—Estás haciendo un buen trabajo —comentó para cambiar de tema.
Caleb tenía un genio de mil demonios y Tyler se había dado cuenta de que hablar de su hermano lo descontrolaba. Además, le dolía ver ese remordimiento en su mirada. Se había pasado la vida culpándose por cosas de las que no era responsable. Tyler lo sabía mejor que nadie.
—La casa se cae a pedazos. Necesita muchos arreglos, y para eso necesito pasta. Y no tengo —dijo Caleb mientras hundía unos clavos con demasiada fuerza. Se estiró y miró ansioso las ventanas—. Tengo que arreglarla como sea.
Tyler se plantó a su lado mientras se pasaba la mano por la sombra que le oscurecía la mandíbula.
—Entonces necesitas un trabajo. ¿Vas a quedarte? —le preguntó con un atisbo de esperanza en la voz.
—No —contestó señalando la calle con la cabeza—. Este sitio ya no es para mí. Regresaré a Santa Fe en cuanto me asegure de que mi madre está bien.
-Pues es una mierda que vuelvas a irte.
Un coche patrulla pasó muy despacio por la calle. El policía que conducía bajó la ventanilla y clavó sus ojos en Caleb. Tyler alzó la mano y los saludó con una sonrisa socarrona.
—Gilipollas —masculló, asqueado, sin perder la sonrisa.
En cuanto desaparecieron les levantó el dedo corazón.
—Me alegra ver que hay cosas que no cambian.
—¿Esos? Para lo único que sirven es para poner multas y tocar los huevos. Sin contar con que solo protegen a los de siempre. —Tyler jugueteó con el aro de su oreja y cogió otra cerveza—. Voy a hablar con mi padre, quizá puedas echarnos una mano en el taller. No será mucho, pero... te vendrá bien la pasta.
Caleb se frotó la barbilla y una sonrisa se dibujó en su cara.
—Eso estaría bien, Ty.
—Hablaré con él esta noche. Podrías empezar mañana. —Tyler entornó los ojos mientras bebía un largo trago de cerveza y observó el brazo de su amigo—. ¿Y eso? Ahí no es...
Caleb se miró el bíceps, donde su tatuaje asomaba bajo la camiseta, y asintió.
—No soportaba esa cicatriz —aclaró con un estremecimiento.
Tras una carrera que Caleb había estado a punto de perder, su padre lo había aplastado contra el motor caliente del coche y le había provocado una quemadura bastante seria.
—¿Y te tatúas una lagartija al estilo maorí? —preguntó Tyler con una sonrisita burlona.
—Es un gecko, idiota, y es samoano —le espetó mientras se levantaba la manga para que pudiera verlo.
—¡Vaaaaale! Es muy chulo, tío, me gusta. Pero me sigue pareciendo una lagartija.
Caleb resopló.
—Pues si vas a burlarte, paso de enseñarte el que llevo en la espalda.
—¿Llevas otro en la espalda? ¿Cuántos tienes ya? ¡Venga, desnúdate para mí, déjame verlo! —canturreó Tyler con tono socarrón mientras contoneaba las caderas.
Caleb se echó a reír.
—Te juro que después de lo que acabas de decir, no pienso volver a darte la espalda; y mucho menos agacharme.
Tyler se quedó pensando. Frunció el ceño. De repente, su cara se iluminó, captando la indirecta.   —¡Serás capullo! Ya podrías ser la hermana gemela de Sasha Grey y no te metería mano aunque me lo suplicaras —gritó mientras se lanzaba a por él.
Chocaron contra una de las columnas y comenzaron a pelearse en broma, justo cuando un Mercedes gris se detenía en la calle. Los chicos se enderezaron y lanzaron una mirada desconfiada al vehículo. Un hombre descendió por la puerta del piloto y se apresuró a rodear el coche para abrir la otra portezuela.
—No era necesario que me trajera hasta casa, señor Halbrook —dijo Hannah Marcus.
—Por supuesto que sí, Hannah. No es ninguna molestia. De todas formas tenía que salir.
—Gracias, señor Halbrook.
El hombre asintió y miró la casa. Sus ojos se posaron en los dos chicos que le devolvían la mirada de hito en hito.
—¿Es tu hijo?
Hannah sonrió orgullosa.
—Sí, es mi hijo mayor, Caleb.
El juez Halbrook cruzó los escasos metros que lo separaban del porche y alargó la mano hacia Caleb. No porque conociera al otro muchacho, sino porque Caleb era el vivo retrato de su madre y no había lugar a error.
—Encantado de conocerte, hijo. Soy Roger Halbrook.
Caleb se quedó mirando la mano del tipo, en la que destacaban un anillo y un reloj de oro que debían valer lo que aquel barrio. ¿Por qué aquellos ricachones se empeñaban en restregar a todo el mundo la pasta que poseían? Sin apartar la mirada, Caleb estrechó con fuerza aquellos dedos de perfecta manicura con su mano callosa.
-Buen apretón —señaló el juez—, fuerte y seguro. Eso dice mucho de un hombre. —Sonrió y sus ojos volaron al porche—. ¿Lo estás arreglando tú?
Caleb dijo que sí con la cabeza sin dignarse a abrir la boca. Le importaba un cuerno ser amable con ese tipo. No le gustaba la gente como él, que contemplaban el mundo desde un pedestal. Su madre le dedicó una mirada asesina.
—Sí —se obligó a responder para no contrariarla.
—Pues está realmente bien. —Se quedó pensando un momento, con los brazos en jarras mientras inspeccionaba el suelo del porche—. Espero que no te moleste, pero... —Clavó sus ojos grises en Caleb—. ¿Te interesaría trabajar para mí unos días?

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⏰ Última actualización: Jun 27, 2018 ⏰

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