Mi madre murió. Eran palabras que no se alejaban de mi mente. Estaban allí como si quisieran seguir haciéndome daño. Pero mi corazón y mi alma ya se habían roto. Y así quedarían. El dolor sería parte de mi y nada lo alejaría.
Me encontraba junto a la orilla del rio. Me gustaba ir allí, porque a pesar del olor a pescado podrido del muelle y la basura que los adolescentes arrojaban el sitio era tranquilo.
Esa noche el clima era insoportable. Denso. El calor hacía que mi camiseta se pegara a mi como una segunda piel y me producía una irritación lo suficientemente molesta como para querer arrojarme al agua. Esa asquerosa agua que golpeaba con furia las rocas del acantilado.
Supuse que mi padre estaría buscándome. No me conocía lo bastante bien. De hacerlo ya estaría aquí junto a mi. El no era como mi madre, sino todo lo contrario. Ella me conocía, más que a nadie, pero él, era un completo desconocido para mi.
Camine un par de metros y decidí que era una buena opción sentarme a ver cómo las olas formaban figuras. Eso me relajaba. Ayudaba a que el dolor desapareciera por un breve periodo de tiempo. La naturaleza me transportaba a otro universo. Un universo en el que no existía la maldad, en el cual las enfermedades no eran un problema y las personas cuidaban unas de otras.
Fue entonces cuando lo escuché. Era como un susurró. Un delicado canto. Una melodía que endulzaba mi mente y me hacía querer más. Mire alrededor por si algún adolescente se había colado entre las rocas y me estaba gustando una broma, pero no había nada. El canto era cada vez más fuerte. No en una forma agresiva, incrementaba el volumen y se volvía cada vez más y más sereno. Quizás había perdido la cabeza y estaba comenzando a volverme loco. Fue en ese preciso momento cuando lo vi. Una figura. Acercándose. Con desconfianza. No lo veía con claridad aún. Era muy pequeño para ser un tiburón y jamás salían a la orilla, pero era demasiado grande para ser un pez.
Me quede en silencio. Aguardando a que esa cosa tomara proximidad. Y así lo hizo. Se acercó. Más y más. Débilmente. La canción seguía sonando en mi cabeza. Con suma claridad. Era una voz. La voz de una niña. Recitando palabras en un idioma que no lograba comprender.
¡Era una niña! No mayor a mi hermana Toni. Quizás tenían la misma edad. ¿Como había llegado al agua?
-¡Acércate a la orilla! -grité -. ¡Intenta aferrarte a una de esas rocas!
Sin pensarlo me quite la ropa y me arroje al agua. No iba a dejar que esa niña muriera. En algún lugar un padre y una madre estarían preocupados, tal vez un hermano. ¿Que haría yo si Toni muriera? Me desgarraría el alma en formas que no me atrevía a imaginar.
Luche contra la corriente. Era demasiado fuerte. Era un buen nadador, pero lo que estaba haciendo era un acto suicida.
-¡¿Donde estas?! ¡No logró verte!
La niña había desaparecido. Como si la tierra se la hubiera tragado o más bien el agua. Metí la cabeza debajo. En su búsqueda. Pero no lograba ver nada, el agua estaba demasiado sucia y mis ojos comenzaban a dolerme conforme pasaban los segundos. La desesperación se apoderó de mi. Si no hubiera estado distraído quizás hubiera sido capaz de verla antes y así poder salvarla.
Me sorprendí cuando lo escuché una vez más. Allí estaba. El canto. Dirigí la mirada en todas las direcciones, en busca de una explicación. En el agua no había nada. Solo el sonido de las olas. Pero sobre la orilla. En la tierra húmeda estaba ella. La niña. Observándome.
Su cabello era de un negro profundo. Jamás había visto algo similar. Era del color de la noche. Estaba de pie, temblando y sin ropa. No me quitaba los ojos de encima, como si observara cada uno de mis movimientos con sumo cuidado. Su piel era tan blanca como la nieve. Incluso más.
-¡No te muevas!
Mis piernas no respondieron cuando quise moverlas para salir a la orilla. Ni mis brazos. Ni ninguna partícula de mi cuerpo. Estaba congelado. Sentía el peso del agua sobre mi. Asfixiándome. Listo para arrastrarme al fondo del mar. Luche contra esa fuerza que intentaba arrebatarme la vida pero fue en vano. Mis ojos comenzaron a cerrarse y me sentí cada vez más débil. La niña seguía allí de pie. Contemplando la escena. Fue entonces, antes de que todo se volviera negro cuando vi sus pies. La imagen era borrosa y el movimiento del agua no ayudaba en absoluto. De todas formas lo vi, había visto algo similar en los libros de estudio de Toni. Sirenas.
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Siren 1: El canto de la Sirena.
ParanormalLuego de la muerte de su madre, Jax siente que su vida ya no tiene sentido. Todo se ha vuelto negro y aunque le gustaría dejar de existir debe seguir adelante por su hermana pequeña Toni. Una noche de verano, a orillas del rio, escucha una ext...