UNO

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Perderme en su mirada se había convertido en mi vicio; sentir sus caricias en mi piel, en mi sueño realizado y esa sensación tan placentera que hace a mi cuerpo sentirse inundado de plenitud cuando me hace el amor, se había convertido en mi única razón de estar viva. Estar con él, así fueran solo dos noches cada mes, me hacía sentir como si pudiera tocar el cielo con las manos, literalmente.

Esta es una de mis anheladas dos noches al mes, lo observo dormir después de haber hecho el amor como unos animales salvajes. Con él siempre hay sensaciones nuevas, a pesar de todo el tiempo que llevamos viéndonos así, clandestinamente. Son más de diez años los que llevamos siendo amantes, pero todas mis dudas desaparecen cuando estoy con él.

Lo observo detenidamente, no es el hombre más hermoso del mundo, lo sé. Tampoco es el más atlético, ni el más joven, pero lo amo y lo deseo así, tal como es. Su cabeza comienza a tener los indicios de una inminente calvicie y ya algunas canas cubren su cabello negro. Acaricio su cabello y ante el contacto de mis caricias esboza una sonrisa.

—Lo siento, no quería despertarte —confieso en tono dulce. 

—Tranquila cariño, tú puedes despertarme, esperas demasiado tiempo para estar conmigo —Bosteza, se sienta en la cama recostando su espalda de la cabecera y extiende sus manos hacia mí, acomodándome en su regazo —, yo soy el que debe pedir disculpas por dormirme, lo siento, estaba muy cansado por tanto trabajar —dice, al tiempo que acaricia mis mejillas y deposita un beso casto en mi frente.

—Abrázame mi amor, la noche casi termina y hasta el próximo mes no volveré a estar así contigo. 

Él complace mi petición y me estrecha en un fuerte abrazo, lo correspondo con la misma intensidad, el abrazo es fuerte, lleno de nostalgia, añoranza y un poco de desesperación. El abrazo debe ser lo suficientemente fuerte, debe durarme todo un mes. En medio de el emotivo momento no puedo evitar las lágrimas que ruedan por mis mejillas y él seca con sus pulgares.

—¿Por qué lloras, mi cielo? —pregunta con tono preocupado, mientras levanta mi barbilla para ver directo a mis ojos.

—Ya no soporto más esta situación, Virgilio —confieso sincera —, quiero que te divorcies de tu esposa y podamos formalizar nuestra relación.

—Por favor, Diana, ya hemos hablado de esto muchas veces —dice en tono amable, como tratando de suavizar la situación —. Llegaste tarde a mi vida, ya tenía esposa e hijos, pero te amo con toda mi alma; sé que suena totalmente egoísta, no quiero estar sin ti, pero tampoco sin ella —Sé que está siendo muy honesto, pero no puedo evitar que su confesión me deje peor de lo que ya me sentía.

Me levanto de entre sus brazos enojada, con él, conmigo, con la vida. Me visto rápidamente con mi vestido negro corto y ajustado como a él le gusta verme, calzo mis pies con los tacones y tomo mi bolso de la mesita de noche.

—¿Qué haces, Diana, a dónde vas? —inquiere levantándose de la cama y vistiéndose de la cintura para abajo.

—¡Me cansé, Virgilio, estoy harta de esta situación y si tú no tienes los cojones suficientes para cambiarla, pues yo tendré los ovarios para hacerlo por primera vez en mi vida! —confieso, sabiendo que son el coraje y la impotencia los que hablan por mí.

—Diana, por favor, no hagas algo de lo que puedas lamentarte luego —dice deteniéndome, tomando mi brazo mientras camino a la puerta del cuarto de hotel.

—Más de lo que me he lamentado estos últimos años, no creo que pueda hacerlo —digo, al mismo tiempo que me deshago de su agarre con furia.

—Diana, amor mío por favor, no quiero perderte, no te vayas por favor...por favor...por favor —ruega con la voz entrecortada por lo que parecen ser... ¿lágrimas?

—¡Tal como lo dijiste, eres un egoísta, no quieres perderme, pero tampoco a ella; te crees merecedor de dos mujeres, pero yo ya no seré la otra, me cansé! —Con una determinación que jamás había tenido a lo largo de estos años, hago caso omiso a sus reclamos, a sus súplicas y sus lágrimas, doy un portazo y salgo de aquel cuarto esperando a que sea la última vez que mi voluntad sea cómplice de sus ansias y más que nada, la última vez que sea presa fácil de mis deseos.

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