La noche oscura se cernía sobre los cielos del pueblo de Lunheim, una pequeña urbe al lado del mar sinuoso de las costas del norte de Inglaterra. No había ni una sola farola encendida a lo largo de las calles, ni un alma que por allí caminase, ni una sola ventana iluminada lo que daba a entender que eran más de media noche. La lluvia arreciaba con fuerza sobre los tejados a dos aguas de los edificios, el agua que caía por las cañerías se deslizaba por la calle en un río sinuoso que arrastraba la tierra estancada en los arcenes.
Una sombra recorría las calles, corría como si la estuvieran persiguiendo. Se deslizaba por encima de las aguas como si pudiera caminar sobre ellas, como si fueran las aguas las que le ayudaban a avanzar y no le impedían el paso.
De pronto, se detuvo delante de una casa, la única casa con las luces de las ventanas encendidas en todo el pueblo, se quedó absolutamente quieto mirándola, como si hubiese visto algo extraño dentro de la vivienda. Un rayo relampagueó en el cielo iluminando durante unos segundos los entresijos de la calle y el estruendo que produjo hizo temblar hasta las aguas por la carretera de piedras corría.
-¿Qué haces aquí? -otra sombra apareció en la entrada de la casa, como si hubiese aparecido de la nada, no podría haber salido por ningún lado, la casa estaba cerrada a cal y canto. Su voz era autoritaria y seca.
-¡Cuánto tiempo viejo amigo! -dijo la sombra que había recorrido la calle hasta pararse delante de la casa.
-Te he hecho una pregunta, Servius, por favor respóndela, si no te importa -la sequedad en sus palabra y la frialdad con la que las decía se notaba en cada resquicio de sus palabras.
Servius movió la capa negra que llevaba puesta, de la oscuridad, solo iluminado por los truenos y rayos del cielo,sacó de entre su vestimenta un objeto azul, que brillaba más que las estrellas, resplandeció como si hubiese nacido una estrella en el vasto espacio. El hombre que estaba en la entrada de la casa se quedó inmóvil al ver aquello.
-Éste es el motivo por el que he venido, ya sabes lo que viene, déjame entrar, en tu casa estaremos seguros -su tono de amistad había cambiado a uno más serio, estaba seguro de lo que decía.
El hombre chasqueó los dedos produciendo unas chispas en el aire, dejó de llover de pronto alrededor de la casa y la puerta de entrada se abrió de par en par.
-Entra, tenemos que hablar.
Ambos entraron a la casa que estaba hecha de madera por fuera y de ladrillo por dentro para que pareciera rústica, pero que a la vez pudiese resistir grandes tormentas y no entrara humedad directamente por las paredes.
El recibidor estaba lleno de personas, parecía que estaban celebrando algún tipo de fiesta en el lugar, había bullicio y chasquear de copas con copas.
El hombre que había recorrido la calle se quitó la capucha y dejó ver su rostro, era joven, muy joven, de unos diecisiete años, su pelo negro noche, sus ojos azul cielo y su cara pálida como el hielo.
El otro hombre, el que le había abierto la puerta era de piel negra, ojos marrones y su pelo blanco caía por su espalda con una coleta en la parte final que la agarraba.
Ambos recorrieron, atravesando a la gente, el pasillo de la casa hasta llegar a un salón solitario donde no había nadie y donde se podría hablar con total tranquilidad. El que le había invitado a entrar sacó una botella de whiskey de uno de los armarios y se sirvió un poco en una copa.
-¿Quieres Servius? Quizás esto nos ayude a que no sea difícil contar lo que has de contarme.
-No gracias, Herjigar, he dejado los vicios hace siglos- esbozó un sonrisa juvenil a pesar de sus trecientos años.
-Yo, con mis novecientos años, no he podido dejarlos. Ahora cuéntame qué ha pasado, ¿le han encontrado al fin?- su voz sonaba triste, era como si aquello le recordase a algo.
-Debe ver lo que nos ha enseñado la Bola Azul de Carasmit, por esto he venido aquí.
-Muéstramela.
Servius sacó la bola azul que seguía resplandeciendo, puso su mano encima, cerró los ojos y comenzó a decir palabras que no se entendían muy bien. Su mano comenzó a brillar de color rojo, la bola comenzó a brillar mucho más parecía que en cualquier momento iba a explotar. De pronto todo se volvió negro, no había ni siquiera luz de las velas del salón en el que se encontraban, ni de los rayos y truenos del exterior.
Comenzaron a oírse voces y a aparecer imágenes de dos personas, una mujer y un joven. La mujer estaba colocando los cojines mientras le chillaba al joven que debía ser su hijo. El joven estaba en un sillón sentado con un libro en la mano como si lo estuviera leyendo.
-¿Por qué no has sacado aún la basura, Erien? Ve a sacarla rápido, antes de que lleguen tus primos y tenga que hacerlo yo para que no vean la casa desordenada-dijo su madre cabreada.
-Mamá, déjame en paz, estoy estudiando, mañana tengo examen...
-Siempre, excusas, parece que siempre que tengo que mandarte a hacer algo, tienes algo de clase que hacer. Deja, ya lo hago yo.
Erien se levantó de la mesa, aquello le había molestado muchísimo, fue a su cuarto y empezó a balbucear.
-Siempre igual, solo sabe chillar y chillar- agitaba las manos con fuerza, se comportaba como cualquier adolescente.
De pronto, mientras agitaba las manos, algo sucedió, una explosión salió de las manos del chico, un chillido seco salió de su boca por haber hecho aquello.
-Así que el chico es el nuevo Hayner.
-Así es, Herjigar, es lo único que nos ha mostrado la bola azul- Servius guardó el objeto de nuevo con cautela mientras su luz se atenuaba.
-¿Y por qué has acudido a mí para mostrarme esto?
-El Gran Sabio me ha mandado a que llame al Protector para que ayude al chico, ya que este don puede ser su mayor desgracia en los tiempos que corren.
-Lo comprendo, y ¿qué han dicho los oráculos al respecto? Porque no todos los nuevos Hayners reciben esta atención por parte del Gran Sabio- Herjigar tenía por curiosidad por saber quién era ese chico en realidad.
Servius agitó la cabeza pensando en cómo decir aquello de la manera más sencilla posible
-Las palabras exactas del oráculo fueron que el chico es el mayor Hayner que ha habido en los últimos tiempos y que su destino...- titubeó -su destino... su destino es incierto, las posibilidades son infinitas, que nos salve a todos, que sea quién nos destruya a todos, que se una a los que quieren destrozar el mundo, que pase de todo... todo dependerá de cómo lo eduquemos y cómo le enseñemos el mundo, alejándole de los deseos malvado de aquellos.
-Pero hay un problema en tu plan, Servius, ellos lo acabarán sabiendo, y acabarán encontrándonos, no podemos simplemente tampoco retirarlo de su ambiente familiar, ni alejarlo de lo que es su vida.
-Lo sé, Herjigar, lo sé. No es fácil, pero el mundo puede depender de nuestra decisión y todos sabemos lo que pasará si fallamos, debemos decidir entre tú y yo qué hacer.
Al rato de estar pensando qué hacer con el chico, una mujer vestida de rojo, con una venda negra en los ojos y una corona de flores azules en su cabeza, entró en la sala toqueteando todo para saber por dónde ir. Herjigar fue corriendo hacia ella dejando su copa de whiskey sobre una de las mesillas, le cogió la mano y la llevó hacia uno de los asientos.
-Herjigar- dijo la mujer de rojo.
-Dígame, Lady Ashira.
-No saquéis al chico del pueblo hasta que cumpla a finales de este año los dieciocho años, debéis enseñarle lo máximo sobre sus poderes al chico antes de que llegue ese día, correrá un peligro enorme ese día- la mujer se llevaba las manos a la cabeza cada vez que decía unas cuantas palabras y al acabar de hablar respiró con fuerza.
Servius dudaba de lo que decía esa mujer, pero algo le hacía pensar que Herjigar la creía y hará lo que ella dijo.
-Servius, debemos hacer lo que nos dice, debes presentarte al chico e intentar traerlo aquí, aquí entrenará.
-Lo importante no será presentarme, el problema será convencerle.
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