“Salida por Suprema Corte de Justicia”
Inmediatamente que sus ojos percibieron y leyeron el letrero, su cuerpo se desvió hacia esas escaleras cercanas. Tenía los labios resecos y partidos aunados a una extraña sensación de ansiedad, además que le inquietaba que su garganta pareciera que estuviese envuelta en una ligera capa de tela fina y rasposa a la vez.
A cada escalón que subía correspondía un ligero aumento de murmullo y se asomaba, poco a poco, la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Leyó el título del edificio, se encuentra arriba de las grandes puertas de madera color negro a lo lejos y en medianas letras de oro; se dio la media vuelta, camina con dirección a la Plaza de la Constitución donde, en el centro de esta, se encuentra una gran asta con la bandera ondeando a cualquier parte donde se dirija el viento, cruza la calle y camina por enfrente, lado derecho de él, de Palacio Nacional. <<Apostaría mi ridículo salario a que el presidente no se encuentra allí>>.Dijo fijando intensamente su mirada al balcón principal donde supuestamente se encuentra el despacho presidencial. Contempla la Catedral, aquella que se ilustra frente sus ojos, esboza una ligera sonrisa.
Avanza hacia la puerta principal de catedral, el murmullo es casi insoportable, a la vez, que se fusiona con el sonido de los organilleros. <<Antes armonizaban las fiestas de la alta sociedad y ahora mendigan en las calles anhelando una moneda e implorando el olvido>>. Ríe por debajo de los dientes y su sonrisa se torna más malévola. <<La vida es una rueda de la fortuna, o estas abajo o estas arriba; transiciones, ocurren sin poder evitarlo>>. Se detiene en seco, justo en la entrada. Sus ojos se desorbitan y sintiendo un gran nudo en la mitad del esternón le invade una profunda melancolía mezclada con una gran dosis de tristeza. Suspira hondamente y, cual si fuera humo, se esfuma la tristeza pero sobrevive la melancolía y el nudo se ensancha hiriendo más, aún más en el pecho y más profundamente el corazón.
A la única luz de las velas y la que penetra por la puerta, él se encuentra hincado sobre una banca, en el sagrario. Un marco imponente se encuentra enfrente de él, bañado en oro y con diversos ángeles adornando las pinturas de los santos.
--Por alguna razón Chucho. Por alguna razón hoy me has ganado, heme aquí apostado a tus pies; No te ruego ni imploro porque no lo pienso hacer, quiero decirte que tú has ganado esta vez.
Se levanta de la banca, se acerca lentamente a la canasta del Alfoli… le escupe y hace una mueca de placer. Sale a paso rápido y decidido, cruza la calle y se dirige al asta del Zócalo.
<<A nadie le importas>>. Dice una voz. Voltea inmediatamente, no hay nadie cerca.
<< ¿De verdad no lo sientes?>>.
--¿Quién eres tú?—Su voz de pánico raspa el viento.--¿Dónde estás?
<< ¿Lo sientes verdad? Sí, si lo sientes>>. Sus manos golpean el aire como buscando un mosquito o algo o quizá alguien. <<Es imposible>>. Risas, risas, murmullo y organilleros. Él se lleva las manos a la cabeza, sus ojos se abren lo más que pueden, sus labios son de piedra y la saliva raspa su garganta, voltea al cielo, la bandera ondea intensamente; En el cenit se percibe una gran cantidad de nubes, la tormenta se acerca. Él mete la mano dentro de su saco. << ¡Vamos Cobarde!, menudo cobarde>>. Estruendo, las nubes chocan entre si y se encolerizan. << ¿Sabes el porqué de la ansiedad y el pánico?>> Grita la voz << ¿Lo sabes? Es por que intentaste ser fuerte pero los problemas te vencen>>.
--¡Cállate! --<< ¡Cállame!>>--¡Por favor detente! <<Detenme>>.
Risas macabras resuenan en su mente, rasguñan sus tímpanos. Saca la mano de su saco.
<< ¡Hazlo! Nadie te ve>>. Dice aquella voz con tono placentero. Él voltea hacia el campanario de la Catedral, su cuerpo tiembla increíblemente, una lágrima resbala por su mejilla; Ligera llovizna, cuando él mira hacia el infinito del cielo, este le agradece besando su rostro, empapándolo en lágrimas de ángeles.
Recarga el revolver “clink”, Sus manos temblorosas lo dirigen hacia su garganta, varias lágrimas se fusionan con la lluvia y mueren en el piso. Con voz entrecortada y la mirada fija en alguna parte del cielo, con la llovizno mojando sus cabellos, murmura:
--Perdóname Dios. Porque no sé lo que hago.
Un estruendo raja por la mitad el viento del corazón de México, se escuchan truenos, gritos, los organilleros dejan de tocar, la lluvia golpea el suelo. Él lo decidió.....No, miento.
Su paranoia lo obligo.