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No fue hasta que recordé «Globos» y hablé con mi madre, que me di cuenta de cuán interconectada está la siguiente historia con todo lo demás, pero originalmente no tenía planeado compartirla. Lo que viene es una remembranza tan exacta como pude lograr.
Pasé el verano previo a mi primer año en preescolar aprendiendo a escalar árboles. Hubo un árbol de pino en particular, justo afuera de mi casa, que casi parecía haber sido diseñado para mí. Tenía ramas tan bajas que podía agarrarlas fácilmente sin un empujón, y durante los primeros dos días después de que aprendí a escalarlo, me sentaba en la rama más baja meciendo mis pies. El árbol se encontraba afuera de nuestra valla trasera y podía ser vista desde la ventana de la cocina que estaba encima del fregadero. Dentro de poco, mi mamá y yo creamos una rutina en la que yo iba a jugar en el árbol mientras ella lavaba los platos.
A medida que el verano transcurrió, mis habilidades aumentaron y, de un momento a otro, estaba escalando bastante alto. En tanto el árbol crecía, sus ramas no solo se hacían más delgadas, sino que se extendían a lo ancho, así que eventualmente llegó un punto en el que ya no podía escalar más alto y el juego tuvo que cambiar. Empecé a concentrarme en velocidad, y para el final podía alcanzar mi rama más alta en veinticinco segundos. Mi seguridad creció. Una tarde, traté de pararme en una rama antes de que hubiera agarrado firmemente la nueva. Caí desde más de cinco metros y me quebré mi brazo en dos partes. Mi mamá estaba corriendo hacia mí, gritando, y recuerdo que ella sonaba como si estuviera por debajo del agua. No puedo precisar qué fue lo que dijo, pero recuerdo haber estado absorto por lo blanco que mi hueso era.
Iba a comenzar el kínder con un yeso y ni siquiera tendría amigos que lo firmaran. Mi mamá se debió de haber sentido terrible porque, un día antes de que comenzaran mis clases, me había traído un gatito. Era solo un bebé y tenía rayas blancas y cafés. Tan pronto como lo puso en el suelo, se arrastró hacia una lata de soda vacía. Lo nombré Cajas.
Cajas solo era un gato de exteriores cuando se escapaba. Mi mamá le había quitado las garras para que no pudiera destruir los muebles, así que hicimos nuestro mejor esfuerzo por mantenerlo adentro. Se escapaba de vez en cuando, y lo encontrábamos en algún lado del patio persiguiendo un tipo de insecto o lagarto, aunque difícilmente podía atrapar alguno dado que no tenía sus garras delanteras. A pesar de que era bastante evasivo, siempre lo agarrábamos y lo llevábamos adentro. Se revolvía para ver por encima de mi hombro; yo le decía a mi mamá que hacía eso porque estaba planeando su estrategia para la próxima vez. Una vez adentro, le dábamos algo de atún, y él llegó a aprender lo que el sonido del abrelatas podría señalizar —venía corriendo siempre que lo escuchaba—.
Este condicionamiento se hizo útil más adelante. Para el final de nuestro tiempo en esa casa, Cajas se salía con mucha más frecuencia y corría debajo de la casa a un subsuelo al que ninguno de los dos queríamos seguirlo, puesto que era estrecho y probablemente estaba infestado de insectos y roedores. Ingeniosamente, mi mamá pensó en enganchar el abrelatas a un cable conector y lo deslizaba por el agujero al que Cajas se había metido. Después de un tiempo, emergía con sus maullidos ruidosos rastreando el sonido, y luego estaba horrorizado por cómo le habíamos jugado una trampa cruel —un abrelatas sin atún no tenía sentido para Cajas—.
La última vez que escapó debajo de la casa, fue de hecho nuestro último día en ella. Mi mamá había puesto la casa en el mercado y habíamos comenzado a empacar nuestras cosas. No teníamos mucho, y habíamos alargado el empaquetado por un tiempo, aunque yo ya había guardado toda mi ropa a petición de mi mamá —ella se daba cuenta de que yo estaba realmente triste por tener que mudarnos, y quería que la transición fuera de lo más fluida para mí, y supongo que tener mi ropa en cajas iba a reforzar la idea de que nos estábamos mudando—.
Cuando Cajas se salió mientras subíamos algunas cosas en el camión de mudanza, mi mamá maldijo porque ya había empacado el abrelatas y no estaba segura de dónde lo colocó. Pretendí que fui a buscarlo para que no tuviera que ir debajo de la casa, y mi mamá —seguramente al tanto de mi pequeño timo— movió el tablero y se arrastró hacia el subsuelo. Regresó con Cajas bastante rápido y parecía estar muy desconcertada, lo cual me hizo sentir mucho mejor por haberlo esquivado.
Mi mamá realizó unas llamadas mientras yo estaba empacando un poco más, y luego entró a mi cuarto y me dijo que había hablado con el agente de bienes raíces, y que íbamos a empezar a mudarnos a la otra casa ese día. Ella dijo que eran noticias excelentes, pero yo había pensado que tendríamos más tiempo en la casa —en un principio, me había dicho que no nos mudaríamos hasta el final de esa semana, y apenas era miércoles—. Lo que es más, aún había unas cuantas cosas que no habíamos empacado, pero mi mamá dijo que a veces era más fácil reemplazar ciertas posesiones que acarrearlas por toda la ciudad. Ni siquiera me dio tiempo de subir el resto de mis cajas de ropa. Nos fuimos en el camión de mudanza.
Me las arreglé para mantener contacto con Josh por muchos años, lo cual fue sorprendente pues ya no asistíamos a la misma escuela. Nuestros padres no eran amigos cercanos, pero sabían que nosotros sí lo éramos, así que acomodaron nuestro deseo de vernos al llevarnos de ida y vuelta para fiestas de pijamas —a veces todos los fines de semana—. Para Navidad, nuestros padres incluso combinaron su dinero y nos compraron unos walkie-talkies muy buenos que habían sido publicitados con la capacidad de funcionar en un rango que se extendía más allá de la distancia entre nuestras casas. También tenían baterías que podían durar por días si el walkie-talkie estaba encendido pero fuera de uso. No siempre funcionaban lo suficientemente bien como para hablar a través de la ciudad, pero cuando nos quedábamos a dormir, los usábamos alrededor de la casa hablando en jerga de radio burlesca que habíamos captado de las películas. Gracias a nuestros padres, aún éramos amigos a la edad de diez años.
Un fin de semana, me estaba quedando en la casa de Josh y mi mamá me había llamado para decir buenas noches. Ella aún era muy vigilante, incluso cuando no podía vigilarme. Pero me había acostumbrado tanto que ni siquiera lo notaba, incluso si Josh lo hacía.
Mi mamá sonaba triste. Cajas había desaparecido.
Esto tuvo que haber sido un sábado por la noche, porque había pasado la noche anterior en la casa de Josh e iba a irme a casa el día siguiente. Cajas había desaparecido desde la tarde del viernes —di por sentado que ella no lo había visto desde que salió de casa para venir a dejarme—. Debió haber decidido que me contaría porque si Cajas no había regresado para cuando yo volviera a casa, me sentiría devastado no solo de su ausencia, sino de que mi mamá me lo hubiera ocultado. Me dijo que no me preocupara. «Volverá. ¡Siempre lo hace!».
Pero Cajas no volvió. Tres fines de semana después, me quedé con Josh de nuevo. Aún estaba triste por Cajas, pero mi mamá me dijo que había habido muchas ocasiones en las que las mascotas desaparecen del hogar por semanas e incluso meses, solo para regresar por su propia cuenta. Me había dicho que siempre saben en dónde está su hogar, y que siempre tratarían de regresar. Le estaba explicando esto a Josh cuando un pensamiento me golpeó con tanta fuerza que interrumpí mi propia oración para decirlo en voz alta:
—¿Qué tal si Cajas pensó en la casa equivocada?
Josh estaba confundido.
—¿Qué? Vive contigo. Él sabe en dónde está su hogar.
—Pero… creció en otro lugar, Josh. Fue criado en mi casa vieja, a unos vecindarios de distancia. Quizá todavía piensa en ese lugar como su casa, al igual que yo.
—Ahhh, lo entiendo. Pues, ¡eso sería genial! ¡Le diré a mi papá mañana, y nos llevará ahí para que podamos dar un vistazo!
—No lo hará, Josh. Mi mamá dijo que no podemos volver a ese lugar porque los dueños nuevos no van a querer ser molestados. Dijo que le advirtió a tu papá y tu mamá de lo mismo.
Josh persistió:
—Bien, entonces vamos a ir a explorar mañana y llegaremos hasta tu casa viej…
—¡No! ¡Si nos ven, tu papá se va a dar cuenta y le dirá a mi mamá! Tenemos que ir ahí nosotros mismos… Tenemos que ir ahí esta noche.
No me tomó mucho para convencer a Josh; era él quien usualmente tenía ideas como esta. Pero nunca nos habíamos escabullido de su casa antes. De hecho, resultó ser increíblemente fácil. La ventana de su cuarto se abría hacia el jardín trasero y una valla de madera con pestillo que no estaba cerrada. Después de dos saltos menores, nos deslizamos en la noche con una linterna y los walkie-talkies en mano.
Había dos maneras para llegar a mi casa vieja desde la casa de Josh. Podíamos caminar por la calle girando en las respectivas intersecciones, o podíamos ir por el bosque, lo cual nos tomaría casi la mitad del tiempo. Nos habría tomado cerca de dos horas caminar por la calle, pero de todas formas sugerí que lo hiciéramos porque no quería que nos perdiéramos. Josh se rehusó y dijo que si éramos vistos, lo podrían reconocer y le dirían a su papá. Amenazó con volver a casa si no tomábamos el atajo, y no queriendo ir por mi propia cuenta, lo acepté.
Josh no sabía acerca de la última noche que había caminado por ese bosque.
El bosque era mucho menos espeluznante con un amigo y una linterna, e íbamos a un buen ritmo. No estaba totalmente seguro de en dónde estábamos, pero Josh pareció lo suficientemente seguro y eso reforzó mi confianza. Pasamos a través de una porción especialmente gruesa de enredaderas, y la cinta de mi walkie-talkie se quedó atrapada en una rama. Josh tenía la linterna, así que estaba luchando para liberar mi walkie, cuando lo escuché decir:
—Oye, ¿quieres ir a nadar?
Miré hacia donde él estaba alumbrando la linterna, aunque cerré mis ojos mientras lo hice, porque ahora sabía en dónde era que estábamos. Me estaba apuntando al flotador de piscina. Era aquí en donde me había despertado en el bosque hace todos esos años. Sentí un bulto en mi garganta y el escozor de lágrimas frescas en mis ojos mientras continuaba riñendo por el walkie. Frustrado, lo jalé con la fuerza suficiente para que la rama se rompiera, y me giré y caminé hacia Josh, quien se había acostado parcialmente en el flotador de piscinacomo quriendo tomar el sol.
A medida que caminé hacia él, trastabillé y casi caigo en un agujero bastante grande que descansaba a la mitad del espacio abierto, pero recuperé mi balance y me detuve justo a su borde. Era profundo. Estaba sorprendido por el tamaño del agujero, pero más sorprendido por el hecho de que no lo recordaba. Me di cuenta de que no debió haber estado ahí aquella noche, porque estaba en el mismo lugar en el que había despertado. Lo saqué de mi mente y me volteé hacia mi amigo.
—¡Deja de perder el tiempo, Josh! ¡Viste que estaba atascado, y tú solo estabas acostándote aquí, jugando con el flotador! —Enfaticé la última oración con una patada a una parte expuesta del flotador. Un chillido se levantó desde él. La sonrisa de Josh se invirtió. Súbitamente, se veía aterrado y estaba forcejeando para salir del flotador, pero no pudo hacerlo de inmediato por la posición jocosa en la que estaba acostado. Cada vez que su peso caía sobre el flotador, el chillido se intensificaba. Quería ayudar a Josh, pero no podía moverme más cerca —mis piernas no cooperaban—. Odiaba ese bosque. Levanté la linterna que él había tirado en medio de su agitación y alumbré el flotador sin saber qué esperar. Finalmente, Josh se levantó y se apresuró a mi lado, viendo hacia donde estaba apuntando la luz. De pronto, ahí estaba. Era una rata. Me empecé a reír nerviosamente, y ambos observamos cómo la rata corrió hacia el bosque, llevándose sus chillidos consigo. Josh me golpeó en el brazo con cuidado —su sonrisa regresaba lentamente a su rostro—, y seguimos caminando.
Aceleramos nuestra marcha y salimos del bosque más rápido de lo que pensamos que lo haríamos. Nos encontrábamos en mi antiguo vecindario. La última vez que había atravesado la curva que se aproximaba, había visto mi casa iluminada por completo, y todas las memorias de lo que aconteció me inundaron de nueva cuenta. Mi corazón dio un vuelco a medida que giramos la esquina y estábamos a punto de encarar mi casa a plena vista, recordándome lo incandescente que me encontraba la última vez. Pero ahora las luces estaban apagadas. Desde la distancia, podía ver mi viejo árbol para escalar y, a medida que mi mente delineaba los pasos de causalidad en reversa, me di cuenta de que no habría regresado esa noche si el árbol no hubiese crecido, y estuve maravillado brevemente por cómo todos los eventos tenían esa naturaleza.
Pude ver que el césped lucía terrible. Ni siquiera podía adivinar cuándo había sido podado por última vez. Una de las persianas se había roto parcialmente, y se estaba balanceando de atrás hacia adelante en un estado de desesperación. ¿Por qué le importaría a mi mamá si molestábamos a los dueños nuevos si ellos se interesaban tan poco del lugar en donde vivían?
Y entonces lo comprendí: no había dueños nuevos.
La casa estaba deshabitada, aunque simplemente parecía desamparada. ¿Por qué me mentiría mi mamá con que la casa tenía personas nuevas en ella? Pero pensé que, de hecho, esto era algo bueno. Sería más fácil buscar a Cajas si no nos teníamos que preocupar de ser descubiertos por la familia nueva. Esto lo haría mucho más rápido. Josh interrumpió mis pensamientos a medida que caminábamos a través del portón y dentro de la casa misma.
—¡Tu casa vieja apesta! —gritó tan bajo como pudo.
—¡Cállate, Josh! Incluso así es mejor que tu casa.
—Oye…
—Bien, bien. Creo que Cajas ha de estar debajo de la casa. Uno de nosotros tiene que ir abajo y revisar, pero el otro debería estar a un lado de la entrada en caso de que salga corriendo.
—¿Hablas en serio? De ninguna forma voy a ir ahí abajo. Es tu gato. Hazlo tú.
—Mira, te retaré a ello, a menos que tengas mucho miedo —dije, sosteniendo mi puño sobre mi palma.
—Bien, pero lo haremos cuando diga «ya», no a la cuenta de tres. Es «piedra, papel y tijeras, YA», no «uno, dos, TRES».
—Ya sé cómo jugar el juego, Josh. Tú eres el que siempre la caga. Y es dos de tres.
Perdí. Aflojé el tablero que mi mamá siempre había movido cuando tenía que arrastrarse ahí abajo por Cajas. Solo tuvo que hacerlo un par de veces, puesto que el truco del abrelatas funcionaba por lo general; pero cuando tenía que hacerlo, lo odiaba. Y mientras observaba la oscuridad del subsuelo, tuve una apreciación más clara del porqué. Agarré la linterna y el walkie y comencé a arrastrarme. Un olor poderoso me sobrecogió.
Olía a muerte.
Me giré a mi walkie:
—Josh, ¿estás ahí?
—Este es Macho Man, adelante.
—Josh, ya basta. Algo anda mal aquí abajo.
—¿A qué te refieres?
—Huele a que algo murió.
—¿Es Cajas?
—En verdad espero que no.
Bajé el walkie y moví la linterna alrededor. Si te asomas por la entrada desde afuera, puedes ver hasta la pared opuesta del subsuelo con la iluminación indicada. Pero tienes que estar adentro para poder ver el espacio con los maderos de soporte que sostienen la casa. Diría que había un sesenta por ciento del área que no podías ver a menos que entraras.
En tanto me movía, el olor se intensificaba. El miedo estaba creciendo en mí de que Cajas había ido ahí y le había pasado algo. Alumbré con la linterna a mi alrededor, pero no podía ver mucho con el alcance de ese foco. Pasé a un lado de uno de los maderos de soporte, y cuando lo hice sentí algo por mi pie que me hizo echarme hacia atrás.
Pelaje. Mi corazón se hundió y me preparé emocionalmente para lo que estaba a punto de ver. Acerqué mis ojos centímetro a centímetro para prolongar lo que sabía que venía, y alumbré al suelo del madero. Me tambaleé hacia atrás por el horror.
—¡Jesucristo! —escapó de mi boca temblorosa. Era una criatura horrenda y gravemente descompuesta. La piel de su cara se había podrido, así que los dientes parecían enormes. Y el olor era inaguantable.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Es Cajas?
Me acerqué el walkie.
—No, no es Cajas.
—¿Entonces qué diablos es?
—No lo sé.
Apunté la luz en ello una vez más y lo miré con menos temor en mi visión. Me reí por lo bajo.
—¡Es un mapache!
—Pues sigue buscando. Voy a ir a la casa para ver si pudo haberse metido ahí de alguna forma.
—¿Qué? No. Josh, no vayas adentro. ¿Qué tal si Cajas está aquí abajo y se va corriendo?
—No podrá. Puse el tablero de nuevo.
Alcé mi vista y noté que estaba diciendo la verdad.
—¿Por qué hiciste eso?
—Ya, no te preocupes, lo puedes mover fácilmente. Esto tiene más sentido. Si Cajas escapa y lo pierdo, entonces se habrá ido. Si está ahí abajo, entonces agárralo con fuerza y vendré a mover el tablero. Y si no está ahí, entonces tú puedes mover el tablero mientras yo reviso la casa.
Sus observaciones tenían sentido, y dudaba que él fuera a ser capaz de agarrarlo de todas formas.
—Bueno. Pero ten cuidado y no toques nada. Aún hay un montón de mi ropa vieja en cajas en mi cuarto. Puedes ver si se ha metido en alguna. Asegúrate de llevar tu walkie.
—Entendido, amiguito.
Me daba cuenta de que iba a estar totalmente oscuro ahí. La energía estaba desactivada, dado que no había nadie que pagara la factura. Con suerte, sería capaz de ver con el resplandor de los postes de luz.
Dentro de poco, escuché pisadas justo arriba de mi cabeza y sentí tierra vieja lloviéndome.
—Josh, ¿eres tú?
—Chhhkkk. Atención, atención. Este es Macho Man regresando desde el gran Tango Foxtrot. El Águila ha aterrizado. ¿Cuál es tu posición, Princesa Jazmín? Cambio.
—Idiota.
Podía oírlo riendo con el walkie y me empecé a reír también. Escuché las pisadas disiparse —iba en camino a mi habitación—.
—Hombre, está oscuro aquí. Oye, ¿estás seguro de que dejaste esas cajas de tu ropa? No veo ninguna.
—Sí, debería haber un par de cajas frente a mi armario.
—Aquí no hay ninguna caja. Déjame revisar si pusiste las cajas en tu clóset antes de irte.
Mientras estaba esperando a que Josh me dijera lo que encontró, estiré una pierna que se me estaba quedando dormida y golpeé algo. Agaché la mirada y lo que vi fue extraño. Era una cobija y tenía tazones por todos lados. Me acerqué. La cobija olía a moho y la mayoría de los tazones estaban vacíos, pero uno tenía algo que supe reconocer: comida de gato.
Lo comprendí de inmediato. Mi mamá había organizado un lugar para alentar a Cajas a venir aquí en lugar de optar por correr en el vecindario. «Eso fue genial, mamá», pensé.
—Encontré tu ropa.
—Ah, bien. ¿Estaba en las cajas?
—Como dije, no hay cajas. Tu ropa está en tu clóset. Está colgada.
Sentí un escalofrío. Eso era imposible. Había empacado toda mi ropa con días de antelación. Recuerdo pensar lo estúpido que era tener que sacar ropa de las cajas para poder usarla. La había empacado, pero alguien la colgó devuelta. ¿Por qué?
—Se supone que están en cajas, Josh. Deja de bromear y ven afuera.
—No es broma, la estoy viendo. Quizá solo creíste que la empacaste. ¡Jaja! ¡Vaya! En verdad te gusta mirarte, ¿no?
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Tus paredes, jaja. Tus paredes están cubiertas en Polaroids tuyas. ¡Hay cientos! ¿Por qué contrataste a alguien pa…
Silencio.
Revisé mi walkie, creyendo que lo había apagado de alguna forma. Estaba bien. Podía oír pisadas, pero no podía descifrar exactamente hacia dónde iba Josh. Esperé a que terminara su oración, pensando que su dedo se deslizó del botón, pero no continuó.
Parecía que se trasladaba a pisotones por la casa. Estaba a punto de llamarlo, cuando regresó.
—Alguien está en la casa.
Su voz era susurrante y quebradiza; podía escuchar que estaba al borde del llanto. Quería responder, ¿pero cuán alto tenía el volumen de su walkie? ¿Qué tal si la otra persona lo escuchaba? No dije nada y solo esperé, escuché. Y lo que oí fueron pisadas. Pisadas fuertes y rasposas. Seguido de un ruido sordo.
—Oh Dios… Josh.
Había sido encontrado, estaba seguro de ello. Esta persona lo había encontrado y lo estaba hiriendo. Rompí en llanto. Él era mi único amigo, junto a Cajas.
Entonces me llegó: ¿qué tal si Josh le decía que yo estaba acá abajo? ¿Qué podría hacer yo? Mientras luchaba para recuperar la compostura, afortunadamente escuché la voz de Josh a través del walkie.
—Tiene algo, una bolsa grande. La tiró en el piso. Y… por Dios, la bolsa… creo que se movió.
Estaba paralizado. Quería correr a casa. Quería salvar a Josh. Quería pedir ayuda. Quería tantas cosas, pero solo me quedé ahí, congelado. Mientras permanecía incapaz de mover mis ojos —enfocados en la esquina del subsuelo de la casa que estaba por debajo de mi habitación—, moví mi linterna. Mi corazón casi saltó de mi pecho por la vista.
Animales. Docenas de ellos. Todos muertos. Estaban apilados a lo largo del perímetro. ¿Cajas podría estar entre esos cadáveres? ¿Era para eso que estaba ahí la comida de gato?
Ver esto me hizo espabilar, pues sabía que me tenía que ir de ahí, y me dirigí hacia el tablero. Lo empujé, pero no cedía. No podía moverlo porque estaba asegurado con una cuña. Me había quedado atrapado. «Maldito seas, Josh», murmuré para mí mismo. Podía sentir las pisadas estruendosas encima de mí. El suelo de la casa temblaba. Escuché a Josh gritar, y fue sincronizado por otro grito que no estaba lleno de miedo.
A medida que continué empujando, noté que el tablero se movió, pero no era yo quien lo estaba moviendo. Podía escuchar pisadas encima de mí y frente a mí, y gritos rellenando los silencios breves entre las pisadas. Me hice hacia atrás y sostuve mi walkie, listo para tratar de defenderme, mientras que el tablero fue retirado y una mano se introdujo para agarrarme: «¡Vámonos, ahora!»
Era Josh. Gracias a Dios. Salí por la abertura, sosteniendo la linterna y el walkie. Cuando llegamos a la cerca, ambos la saltamos, pero el walkie de Josh se cayó. Se quiso regresar, pero le dije que lo olvidara. Nos teníamos que ir. Detrás de nosotros podíamos oír los gritos, aunque no eran palabras, solo sonidos. Corrimos hacia el bosque para llegar a casa lo más pronto posible, mientras que Josh exclamada, inconsolable: «¡Mi foto! ¡Me tomó una foto!».
Pero yo sabía que el hombre ya tenía la fotografía de Josh —desde hace todos esos años, en la fosa—. Supuse que Josh aún pensaba que aquellos sonidos mecánicos provenían de un robot.
Llegamos a la casa de Josh y fuimos a su dormitorio antes de que sus padres se despertaran. Se trató de disculpar por haber perdido el walkie, pero le dije que era lo de menos, preguntándole sobre la bolsa grande y si en verdad se movió. Él me respondió que no estaba seguro.
No dormimos esa noche; nos quedamos sentados, espiando por la ventana, esperándolo. Volví a mi casa más tarde ese día, dado que ya eran alrededor de las tres de la mañana.
…
Le conté a mi mamá las generalidades de esta historia hace un par de días. Perdió el control y estaba furiosa por el peligro en el que me había puesto a mí mismo. Le pregunté por qué inventó todo aquello sobre no molestar a los nuevos dueños, por qué pensaba que la casa era tan peligrosa. Ella se tornó iracunda e histérica. Me agarró de la mano y la apretó con más fuerza de la que pensé que tenía, entrelazando sus ojos con los míos, susurrando como si tuviera miedo de ser oída:
—Porque nunca puse ninguna maldita cobija o tazones para Cajas debajo de la casa. No fuiste el único que los encontró.
Me sentí mareado. Ahora entendía tanto. Entendía por qué había lucido tan desconcertada después de sacar a Cajas de debajo de la casa en nuestro último día ahí. Entendí por qué nos fuimos varios días antes.
Mi mamá lo sabía. Sabía que él había hecho de nuestro hogar el suyo, y me lo ocultó. Me fui sin decir otra palabra, y no terminé la historia para ella. Pero quiero hacerlo aquí, para ustedes.
Llegué a casa ese domingo y tiré mis cosas en el suelo. Se esparcieron por todos lados, pero no me importó; solo quería dormir. Me desperté cerca de las nueve de la noche ante el maullido de Cajas. Mi corazón dio un brinco. Finalmente había vuelto a casa. Me sentía un poco descolocado por el hecho de que si solo hubiera esperado un día, nada de lo que pasó la noche anterior hubiese ocurrido y hubiese tenido a Cajas de todas formas; pero ya no importaba.
Me levanté de la cama y lo llamé, viendo alrededor para divisar un reflejo de luz en sus ojos. El maullido continuó, y lo seguí. Venía de debajo de mi cama. Sus maullidos eran amortiguados por una camisa, así que la hice a un lado y sonreí, exclamando: «¡Bienvenido a casa, Cajas!».
Su maullido provenía de mi walkie-talkie.
Cajas nunca regresó a casa.
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penpal (amigos por correspondencia)
Короткий рассказPenpal (Amigo por correspondencia) Esta historia no es mía todos los derechos son del autor Dathan Auerbach Capítulo uno: Pisadas Capítulo dos: Globos . Capítulo tres: Cajas . Capítulo cuatro: Mapas . Capítulo cinco: Pantallas . Capítulo final: Am...