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Muchos años han pasado desde que sufro ésta maldición. Los pitidos de los
monitores de los hospitales se repiten incesantemente, los choques de los coches,
los llantos, los últimos suspiros, todo… No recuerdo mi historia ni siento dolor
ni desesperación. Aunque suene paradójico estoy muerta sin saber si realmente
he estado alguna vez viva.
Un día más sin diferencia aparente de cualquier otro se vislumbraba en el
horizonte, donde el sol aparecía perezosamente. El deber me llamaba, por lo que
avanzaba hacia el hospital de un pequeño pueblo del cual no recuerdo el nombre
dónde mi cliente esperaba. Llegué y busqué la planta de rehabilitación donde
esperé pacientemente a que llegara mi turno. Un fugaz chispazo recorrió todo mi
cuerpo, no podía salir de mi asombro. ¿Qué había sido eso? ¿Quizás mi
imaginación? El sentimiento se desvaneció casi tan rápidamente cómo vino
pero… ¡de nuevo! El chispazo comenzaba en la parte delantera de mi cuerpo y
se dirigía hacia atrás como si quisiera mostrarme una dirección -¿dónde me
quieres llevar pequeño?- apenas pude reconocer mi voz pues tampoco recuerdo
la última vez que hablé ya que sabía que nadie me respondería. Me encomendé a
aquella sensación intermitente que utilizaba mi propio cuerpo para guiarme
hacia un sitio que ni yo misma sabía dónde era.
Tras un largo rato andando acabé en un parque en medio de ninguna parte pero
que no parecía pertenecer al mundo terrenal. El color de la hierba era de un
verde que solo existe en las historias de los ancianos, distintos árboles estaban
distribuidos formando un cercado alrededor del lugar y multitud de plantas de
los colores del arcoiris se mecían junto a la brisa primaveral. En los columpios
un único niño se balanceaba con una radiante sonrisa en su cara. No iba a darle
mucha más importancia y a marcharme pero entonces las vi, 4 chicas
aparentemente diferentes que acompañaban al chico. Todas poseían el mismo
tono de piel, el mismo color de pelo y la misma ropa pero sus rasgos eran
distintos excepto su risa cálida y natural que se fundía en armonía con los
sonidos de aquel irreal parque. Al fijarme en el pequeño le recordé, un niño de 8
años que sufrió un transplante de corazón hacía entonces un mes. Pasó dos
semanas críticas después de la operación en las que yo iba a verlo a diario pero
nunca se vino conmigo, luchaba, y ahora entendía por qué. Aquellas niñas que
jugaban con él eran en realidad partes de una misma alma, eran todas las formas
de las que ella se veía y era vista, sin embargo, todas encajaban perfectamente
hasta formar un alma perfecta…el verdadero ser de la chica. La niña murió
pocas horas antes de la operación del chico debido a un derrame cerebral pero su
alma seguía unida a su corazón y éste unido al muchacho. El alma que residía en
el corazón le dio su fuerza…le salvó la vida dos veces…incluso estando
muerta…
Las lágrimas no paraban, era hermoso y doloroso a la vez. Aunque yo soy La
Muerte, la encargada de llevarse a las almas de los que una vez estuvieron vivos
me di cuenta de que a cambio de esta maldición macabra tengo la bendición de
poder observar la felicidad y el cariño que traspasa el tiempo y el espacio y une a
todo lo que está vivo y a lo que no. Incluso puede que ahora también sentirlo.

TODO LO MALO TIENE ALGO BUENODonde viven las historias. Descúbrelo ahora