Único.

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Las manecillas del reloj a su lado aún no se encontraban totalmente sobre las doce. Faltaban unos veinte minutos para eso y no podía evitar sentir el nerviosismo que eso le estaba provocando. Sintiendo el corazón acelerado y como la piel se le erizaba de vez en cuando ante el leve pensamiento de lo que sucederá.

Se arropa con la brillante manta que ha llevado a la terraza del edificio, intentando protegerse de la baja temperatura que hay en el lugar y aunque tiene muy mala tolerancia al frío, se da ánimos para no marcharse antes de tiempo. Definitivamente no debería haberse sentado en el suelo de concreto, cuando había traído una silla armable justamente para eso. Pero bueno, así era él. Espontáneo e  impredecible, cambiando de opinión constantemente.

Ve en su cuaderno las diferentes coordenadas que ha ido anotando a lo largo de todos los años que ha investigado las posiciones de la luna y mueve levemente las ruedas del telescopio a su lado mientras observa por el lente, para volver a alejarse y volver a esconderse bajo la manta.

Desde que tiene uso de razón, recuerda el gran amor que le tiene a la Astronomía. Las estrellas, los planetas, las galaxias y todo lo que tuviera que ver con el espacio, era una de sus mayores pasiones.

A los 12 años fue la primera vez que sus padres le regalaron un pequeño telescopio, con el cual se dedicaba a ver las estrellas cada noche antes de dormir. A los 15 llegó uno más grande y profesional, junto a unos cuantos libros que pudieran alimentar su sed de conocimiento, pese a su edad tan joven. Cosa que solo hizo que su amor continuara aumentando en desmedida, siendo en gran parte culpa de una historia que su madre se dedicaba a contar cada noche que lo iba a arropar antes de dormir.

—   Mami, cuéntame del niño que vive en la luna. – Exige un pequeño Jimin de diez años, hundiéndose entre todas las blanditas almohadones de su cama.

—   Te gusta mucho esa historia, ¿no? – Le sonríe su madre con cariño, arreglando las cobijas que su hijo ha arrugado a la altura de su cuello. – Había una vez...un pequeño niño en la luna. Este cada día se dedicaba a amoldar la superficie hecha de algodón blanco, para formar bonitos círculos y así las personas de la tierra supieran que él vivía ahí. El pequeño niño toda su vida había vivido solo en su pequeña casa hecha de suave algodón. Pero un día, una gran estrella fugaz pasó junto a él. ¿Y sabes lo que paso? – Pregunta la madre de Jimin, esperando que continue con su relato.

—   ¡Un deseo! ¡Pidió un deseo! – Grita Jimin emocionado, moviendo sus piecitos con emoción bajo las mantas que lo mantienen cálido.

—   Exacto. El pequeño niño lunar pidió un deseo. – Asiente. – Le rogó a aquella estrella que alguien pudiera alguna vez hacerle compañía y lo amará. Que le hiciera sentir especial por alguna vez en su vida y que luego de eso, volvería a vivir felizmente a la Luna. Entonces la estrella le contestó que sólo cuando alguien de corazón puro pidiera verlo a las doce de la noche en luna llena, él podría bajar de la Luna y sí sus intenciones eran buenas, no habrían remordimientos en su despedida. Y así fueron pasando los años, pero nunca nadie pidió encontrarse con el pequeño niño. Por lo que él aún espera que alguien pida aquel deseo y pueda hacerlo feliz una sola vez...

Unos suaves sollozos se escuchan en cuanto su madre termina el relato, observando como el pequeño ha tapado su rostro con sus pequeñas manitos.

—   Cielo, ¿por qué lloras? – Pregunta la mujer, limpiando las gruesas lágrimas que caen por el rostro de Jimin.

—   Él debe estar solito y...debe tener hambre. ¡Yo quiero darle chocolate, galletitas y muchos abrazos para que nunca sienta frío!

La joven mujer acaricia los cabellos de su hermoso niño, asintiendo a todo lo que dice con ternura. Su Jimin siempre había sido muy considerado con los demás y amaba su pureza, creyendo firmemente en ese momento que algún día su hijo sería alguien que sobresaliera por sus buenas acciones en todo ámbito.

Moonchild | YM [OS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora