En febrero de 2014, los informes psicológicos recomendaron declarar inadmisible las actuales versiones de la menor en el caso, que señalaría a los especialistas que el sujeto seguía visitándola por las noches y no se trataba de un ser humano, sino de un espectro que vive en los árboles del vecindario.
Luna e Isabel caminan rápidamente por la calle. Es una noche fría y son cerca de las tres de la madrugada. Es mitad de semana y las calles están completamente vacías. Todas las casas se encuentran con sus luces apagadas y la poca luz que entregan los antiguos focos es bloqueada por el follaje de los árboles a lo largo de la acera. A esa hora ya no pasan autos por los barrios residenciales, la mayoría de familias están durmiendo y el único ruido es el de algunos perros que ladran a las chicas tras las rejas cuando las escuchan pasar. Ambas tienen dieciséis años, son amigas y vuelven de una fiesta. Se dirigen a sus respectivos hogares, que las separan por no más de cinco manzanas. Ninguna obtuvo el permiso para salir esa noche. Sin embargo, los padres de Luna no se encuentran en casa, solo está Juan, su hermano de diez años. Por otro lado, Isabel ha salido varias veces por las noches sin ser descubierta. Aunque ambas van riendo, Luna está preocupada por su hermano.
Se supone que debería estar cuidándolo; si descubre que ella no está en casa, le contará a sus padres y la meterá en graves problemas. Isabel, por su parte, está muy contenta, le cuenta del chico con el que bailó y que desea volver a verlo, piensa perder la virginidad con él. El buen ánimo de Isabel tranquiliza a Luna, ambas chicas van por las oscuras calles riendo y conversando.
Luna no se dio cuenta en qué momento pasó todo. En ese momento reían debido a que Isabel había tropezado por un desnivel del camino. La oscuridad del lugar había aportado lo suyo. Luna pensaba que alguien debería podar los árboles del vecindario, ya que tapaban las luces de la calle y dificultaban ver. Entonces sintió cómo alguien le levantó un mechón de pelo suavemente y una risa extraña salió desde el árbol por el que pasaban. Al instante, su amiga gritó y exclamó: «Puta madre». Cuando Ana miró hacia arriba, se detuvo en los ojos saltones del sujeto; las sombras confundían su rostro con el follaje, pero se dio cuenta de que estaba sonriendo.
En esos pocos segundos, distinguió la silueta del hombre encaramado en una rama gruesa del árbol, y luego ambas empezaron a correr. Con los gritos y pasos precipitados de las chicas, los perros de toda la manzana empezaron a ladrar. Más de algún vecino identificó los gritos de las chicas, deseando irónicamente que alguien las callara para poder seguir durmiendo. Por esas calles nunca habían ocurrido hechos delictivos, y nadie prestó atención a los gritos. Las chicas no pararon de correr y Ana no quería mirar hacia atrás imaginando que esa cosa las perseguía. Estaban solas en la oscuridad del barrio y sus familias no sabían que estaban ahí. Avanzaron sin hablar por varias manzanas y doblaron por la calle que conducía a la casa de Isabel. Entonces se detuvieron en el pórtico de la casa, ambas estaban exhaustas y se tuvieron que dar unos segundos de descanso para volver a hablar.
Ana tenía mucho miedo y el estar detenidas la atemorizaba aún más. Sin embargo, Isabel estaba riendo, era una risa forzada y llena de cansancio. Ana no comprendía la actitud inquietante de su amiga. Esta le contó que el hombre no las seguía, ya que nunca bajó del árbol. Ana sonríe falsamente y le comenta que, de todas formas, no se atreve a caminar sola las cinco manzanas que la separan de su casa. Isabel le dice que no puede acompañarla, ya que sus padres deben verla por la mañana en su habitación. Trata de calmar a Ana y se le ocurre una idea. Le dice que se quedara en el pórtico y estará comunicada con ella por celular todo el trayecto hacia su casa. Ana sabe que no debe perder tiempo, si el hombre del árbol las estaba buscando, en cualquier momento podría aparecer. Se arma de valor y se despide de su amiga Isabel; ambas están comunicadas por el teléfono.
Ana comienza a caminar rápidamente, ya no puede correr, está muy cansada. Dobla en la esquina y verifica que su amiga esté en el fondo. Isabel le dice que no hay problema, que estará con ella hablando todo el camino. Le comenta que sigue en el pórtico y no ha visto al sujeto pasar por esos lados. Ana camina nerviosa por las calles, parecieran estar mucho más oscuras y frías que antes. Ya no va por la acera, sino que bordeando la pista de autos. No se atreve a pasar bajo los árboles. Su amiga Isabel continúa tranquilizándola hasta que la comunicación se corta de golpe. A Ana la invade el miedo, está a mitad de camino y no sabe qué ocurrió.
Entonces piensa lo peor, que esa cosa atrapó a su amiga. Se detiene e intenta desesperadamente llamarla, pero nadie le contesta, y por la mente de Ana se abre la posibilidad de volver a auxiliarla. La idea toma más fuerza y decide volver, pero esta vez lo hace corriendo.
No tiene un plan, pero sabe que en algún momento deberá gritar por ayuda, seguramente cuando vea cómo el psicópata del árbol intenta raptar a su amiga. En poco tiempo se encuentra de regreso en el punto donde se separó de Isabel. Al no verla fuera de su casa, decide volver a llamar. Entonces observa en su móvil un mensaje de texto de Isabel que decía: «Mi madre me atrapó, hablamos en 10 minutos».
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Historias De Creepypastas.
Horror¿Estás preparado para ponerte en nuestra piel? Si es así, continúa leyendo. «El inteligente asesina, y el tonto se suicida.» «No podía parar de pensarlo. Sus manos arañando la cama, quería evitar esos gritos, miré debajo de la cama, y...» Aquí te...