Ana había perdido cerca de cinco minutos en ir y volver para nada. La rabia se apoderó de ella. Había tomado una decisión estúpida. Tenía frío, miedo y se encontraba sola. Por momentos el enojo que sentía hacia ella fue mayor al miedo que sentía por el psicópata de las calles. De camino a casa fue diciendo improperios y prometiendo que nunca más arriesgaría su vida por alguien. Sin embargo, siguió su camino bordeando la pista de autos.
Los árboles en la acera le dan miedo. Solo faltan tres calles para llegar a su casa y Ana se siente aliviada. Un auto dobla por la calle donde ella camina, y si bien este no va a alta velocidad, Ana decide subirse a la acera. No distingue bien quiénes van en el auto, pero reconoce a una pareja joven. Al ver cómo el auto se pierde a la distancia, piensa en volver al borde de la pista, pero ya no siente tanto miedo por la oscuridad del camino. Sin mirar los árboles que la cubren a lo alto con hojas y ramas, mantiene su mirada recta hacia el fin de la calle. La cercanía del hogar la mantiene decidida a seguir su camino sin vacilaciones. Entonces, un dolor punzante en el cuero cabelludo la hizo gritar mientras sus pies se separaban del camino. Un hombre que reía de forma extraña la intentaba levantar desde la oscuridad. No fueron más de tres segundos, pero Luna sintió ese momento como una pesadilla interminable. Cuando los dedos largos soltaron su cabello, Ana cayó al suelo e inmediatamente corrió al final de la manzana. Los nervios del terror experimentado le jugaron una mala pasada, haciéndola tropezar. La risa misteriosa se vuelve a sentir a pocos metros de ella.
El hombre del árbol está parado en la esquina, cubierto por la oscuridad del último árbol. La mira fijamente y está sonriendo. Ana deduce que el hombre siempre las siguió, solo que por calles paralelas. Sin embargo, no comprende en qué momento subió por el árbol. A diferencia de ella, él no se ve cansado. Puede que esa cosa no sea humana.
Reconoce la silueta deforme del sujeto: un hombre alto, muy encorvado y que viste con ropas viejas. Reconoce sus ojos saltones y su sonrisa macabra; es un hombre muy pálido, casi blanco. Tiene una cara exageradamente larga, es calvo, pero los pocos mechones que posee son largos y oscuros. Es un hombre feo, de aspecto extraño y enfermizo. Ana se petrificó del miedo, no podía gritar ni moverse. El hombre sujetaba un pájaro entre sus manos que protegía con gran cuidado mientras miraba a Ana fijamente. Ella, invadida por el terror, pregunta: «¿Qué quieres?», sin embargo, su voz es débil y quebradiza. No es capaz de repetir la pregunta, no quiere que esa cosa la mate. Entonces, el hombre arroja el pájaro con mucha fuerza hacia el aire, asustando a Ana, pero también liberándola de su paralización. Ahora, Ana aprovecha la atención que el sujeto le está dando al ave para salir corriendo. Solo escuchó al pájaro caer violentamente al suelo. Avanza hacia el otro extremo de la manzana y se da cuenta de que el sujeto no la persigue, no escucha sus pasos ni su risa macabra.
Antes de doblar en la esquina que conduce a su casa, se voltea para ver dónde está el hombre. La escena es extraña, pero en parte tranquilizadora. El hombre sigue parado en la esquina mirándola fijamente, no se movió nunca del lugar. Está con el ave nuevamente en las manos y con la misma sonrisa. El hombre vuelve a tirar el pájaro a los aires. Esta vez Ana corre con más fuerza, sin mirar atrás, hasta llegar a su casa. Abre la puerta desesperadamente, como si en cualquier momento pudiera volver a escuchar la risa diabólica del hombre. Ya dentro, la escena confunde a la chica. Se sienta e intenta calmar su respiración. Reflexiona rápidamente lo sucedido y concluye que el hombre seguramente es un enfermo mental, la tomó del pelo porque estaba intentando jugar o llamar su atención. El hombre quería que ella lo ayudara con el ave. Debe tranquilizarse e intentar dormir. Ahora está sana y a salva en su casa.
Ana manda un mensaje de texto contándole lo sucedido a Isabel y va al segundo piso de la casa donde verifica que su hermanito está durmiendo. Se dirige a su alcoba y mira por la ventana tratando de buscar al sujeto en la calle, sin éxito. El miedo de Ana cada vez es menor, incluso recuerda la escena del pájaro con humor. Piensa que, por la mañana, ambas chicas estarán riendo de todo lo sucedido. Decide acostarse a dormir cuando su móvil comienza a sonar. Es Isabel y esta vez ella no suena tranquila, al contrario, percibe terror en su tono. Isabel le cuenta que el hombre del árbol está fuera de su casa y no deja de mirarla por la ventana.
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Historias De Creepypastas.
Terror¿Estás preparado para ponerte en nuestra piel? Si es así, continúa leyendo. «El inteligente asesina, y el tonto se suicida.» «No podía parar de pensarlo. Sus manos arañando la cama, quería evitar esos gritos, miré debajo de la cama, y...» Aquí te...