En Tiempos De Guerra

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Os contaré una triste historia, una historia que sucedió años atrás...

Una pequeña, huérfana y débil niña vivía en un país lleno de guerras, el hambre pronto llegó a su pueblo, la pobreza y la muerte también. La guerra ya había empezado cuando ella nació, su madre, a causa de la pobreza, prescindió de medicinas y murió en el parto, su padre, en cambio, fue reclutado para la guerra, muriendo en ella. La pequeña no llegó a conocer a ninguno de sus padres ni a un mundo sin guerra, por lo cual no anhelaba nada que la hiciera sentir mejor. La familia con la que ahora vivía era demasiado pobre para mantener a la niña y había días en los que no comía, además tenían a su verdadero hijo enfermo así que el poco dinero que conseguían traer a casa iba destinado a medicinas. La joven, llamada Anna, estaba débil y desnutrida, y padecía una extraña enfermedad, ella sabía que no tardaría mucho en morir, pero éso no la alejaba de salir a la calle a intentar olvidar su soledad, nadie la trataba bien, ni siquiera su nueva familia, su "padre" descargaba su frustración en ella, maltratándola. A pesar de todo esto, ella siempre llevaba una sonrisa esbozada en su rostro, aunque por dentro se ahogaba en los llantos de una niña de seis años.

Un día, Anna, salió a la calle después de que su padre la pegase, ensañándose con ella, era un día triste, apagado y llovía a mares, en medio del barroso camino se encontró con un enorme y herido lobo, la joven se acercó a el y se arrodilló a su lado, se arrancó parte del vestido y le vendó con ello la herida. Anna se sintió identificada con aquella especie, muchos sabían de la existencia de los lobos pero pocos eran los que se atrevían a acercarse a uno. Le acarició el lomo y éste gruñó.

—Tranquilo, yo sé lo que sientes— dijo ella, levantándose y alejándose del lobo.

Al día siguiente, la niña cogió algo de comida a escondidas y salió apresurada al exterior, tal era su bondad e inocencia que aquella comida que hurtaba la guardaba para el lobo, aquel al que sólo había visto por unos minutos. Se encontró con él en el lugar de la última vez, ella le enseñó la comida y el lobo se acercó desconfiado, una vez a su lado la pequeña le acariciaba tras las orejas. Anna se sentía feliz al lado de su nuevo amigo, aquella sensación era nueva para la joven, que nunca había tenido nada parecido a un sentimiento tan cálido.

Los días pasaron hasta completar un mes, la niña y el lobo se reencontraban en el mismo lugar, una y otra vez, los dos habían llegado a confiar en el otro. Anna por fin sonreía teniendo una razón, se levantaba feliz aun sabiendo que ese día probablemente no probaría comida, o que su padre la volvería a pegar. Pero ella ya no estaba sola, le tenía a él, a su único amigo, al que llamaba Esperanza, ya que él le inspiraba mucha.

Todo fue bien hasta el segundo mes, el hijo de su familia y la enfermedad de Anna empeoraron, su padre la maltrataba cada vez más y la pobreza había aumentado. Nadie parecía percatarse de que a la pobre joven no le quedaba mucho para abandonar aquel sucio mundo, ella lo sabía, pero aun así no dejó de visitar a su amigo. A su lado los problemas desaparecían de su mente, sentía el amor que nunca nadie llegó a darle.

Hubo un día en el que el lobo no apareció al encuentro de la niña, ella se empezaba a preocupar cuando oyó un disparo, sonó en la lejanía pero ella lo sintió clavado en su corazón, corrió lo más rápido que sus débiles piernas le permitían y cuando llegó se derrumbó en el suelo, al lado de su moribundo amigo. Aquel lobo había recibido un disparo cerca del corazón, no lo mató al instante pero no quedaría mucho hasta que cerrara por última vez sus celestes ojos. La joven rompió en lágrimas y balbuceaba las palabras: "no te vayas, no me dejes, por favor". Anna acariciaba su lomo y le miró a los ojos, pero éste ya los había cerrado, ella sabía que nunca más los volvería a ver abiertos, nunca más volvería a ver esos brillantes ojos que la miraban con calidez. Se levantó del lugar y abandonó a su amigo, se dirigía a su hogar, cabizbaja. Una vez allí buscó una cuerda y un lugar donde colgarla, cogió una silla, se subió a ella, enganchó la cuerda a una vieja tubería y se la enrolló en el cuello.

—Voy a por ti, Esperanza. Espérame— fueron sus últimas palabras antes de ahorcarse.

Mientras se ahogaba recordó todos aquellos momentos que pasó con su amigo, desde que lo vió por primera vez hasta que lo perdió hacía menos de diez minutos. Una pequeña lágrima descendió desde su ojo, le recorrió toda la mejilla y cayó lentamente hasta el suelo. Aquella lágrima encerraba el secreto de su amistad con el lobo, una historia que nunca jamás sería contada, una triste historia que nunca nadie sabría. Hasta hoy, tú que estás leyendo esto, guarda bien esta historia, porque es mi historia.

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2014 ⏰

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