Cuando era una chica de verdad, solía comer con mi familia en el salón, frente a la televisión. Veíamos Reality Shows mientras cenábamos pizza barbacoa sin cebolla pero con extra de queso. Intentábamos adivinar las respuestas que los concursantes no conseguían descifrar, o apostábamos quien ganaría. Mi padre siempre ganaba, mi madre aún sonreía, mi hermana pequeña no veía el telediario y mi casa seguía siendo mi casa, grande, con un jardín cuidado y largos pasillos repletos de cuadros que había pintado el abuelo Parker.
Cuando aún lo era.
Recuerdo todo esto mientras recojo mi plato de cena de la encimera de la cocina y lo subo a mi habitación.
Ni siquiera me permito olerlo. Mi gata Gin ya lo espera cuando cruzo el umbral de mi habitación. Como siempre, trae el recipiente de plástico en el que mi madre le echa el pienso que debería comer en lugar de mi comida. Como siempre, remuevo la comida del plato por los bordes para que parezca que he comido. Como siempre, me quedo mirando fijamente la comida mientras pienso en Acacia Clark y sus piernas. Su cadera. Sus brazos.
Delgados.
Soy dura, soy fuerte.
Y hago que mi cena -Patatas con pollo- se convierta en la cena de Gin.
Tengo una báscula escondida debajo del somier de mi cama. La saco y, como todos los jueves por la noche, me peso.
46,8.
Cierro los ojos, apretandoles fuertemente.
Saltarse las cenas es buena idea. No me cuesta demasiado y he conseguido adelgazar sin dejar de comer completamente. A este ritmo, la semana que viene pesaré 46,1. Y la siguiente 45,3.
Habré llegado a los 45.
Sonrío por dentro y guardo la báscula.
Me siento en la cama y miro el techo abuhardillado, en el que he conseguido colgar alguna que otra foto. Me hundo en el edredón de mi cama mientras intento reunir valor para desembalar la caja en la que mi madre guardó todas las fotos cuando nos mudamos.
Algo no me permite hacerlo, por lo que sigo mirando las paredes. Las matrículas de honor están enmarcadas y colgadas por toda la habitación, para recordarme lo lista que soy y como y cuanto me tengo que superar. El nombre de Shay James Parker rebota por las paredes de mi cabeza.
Pongo los ojos en blanco.
Ellos creen que estudio por que quiero aprender, pero estudio por que no tengo nada más que hacer.
O estudio, o llamo a Ashton.
Ashton es mi mejor amigo desde no hace mucho, digamos por que no tengo ni me es fácil hacer amigos. Me le presentaron unos amigos de mis padres en una aburrida cena-reunión de los que fueron a EGB en el instituto de Chicago.
Era fácil. Padre 1 lleva a hija. Padre 2 lleva a hijo. Hija querer leer por que o-leo-o-me-suicido-al-ver-como-bailáis-canciones-del-siglo-pasado. Padre 1 no entender porque "él baila bien". Padre 2 encontrarse a padre 1. Hijo mira a hija. Hija mira a hijo. Hijos piensan que si están un minuto más ahí dentro explotan. Hijos salen a la calle. Hijos hablan. Hijos hablan. Hijos hablan. Hijos hablan. Hijos hablan. Hijos hablan. Hijos hablan. ¡Felicidades! Hija tiene un nuevo amigo. Se hace llamar Ashton.
Sigo mirando las matrículas de honor de las paredes cuando se abre la puerta. Es Debbie, mi hermana pequeña. Sus increíbles ojos grises parecen resplandecer en la oscuridad del pasillo. Asoma tan sólo la cabeza por el hueco de la puerta, y su pelo moreno y largo cae hacia un lado, brillante.
La envidia es real.
-¿Tienes aquí un pinta labios rosa?
-Los pinta labios rosas son para gente más mayor.

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Nightmare.
Teen FictionTres caminos diferentes, un destino en común. Una novela llena de realismo que cuenta el día a día de tres chicas atormentadas por la sociedad. Sus vidas son un desastre hasta que se encuentran en un punto en común. Chicago, Londres y Madrid serán...