Chapter I

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  Al amanecer, Stephen, el Rey de los Nymphs, se apartó de la mujer desnuda que dormía a su lado... sólo para descubrir que sus piernas estaban entrelazadas con otras dos mujeres desnudas, que dormían.


Con una somnolienta sonrisa, volvió a recostarse en la suavidad de la cama, las oscuras hebras de cabello femenino cayéndole encima de su hombro. Los sedosos pendientes rojos flotaban sobre su estómago, entrelazándose con gracia con los mechones rubios de otra mujer. La satisfacción ronroneaba dentro de él.
Sólo había cuatro mujeres en la residencia, y las cuatro eran deliciosamente humanas. Completamente sexuales. Cautivadoras. Hacía algunas semanas, justo después de que su ejército hubiese tomado el control de esa fortaleza, las mujeres habían entrado accidentalmente a través de un portal que las condujo desde el mundo de la superficie. Los dioses le debían haber sonreído una vez la víspera porque tres de ellas habían encontrado la manera de meterse en su cama.

Él sonrió lentamente, y su mirada fija viajó sobre las saciadas bellezas que dormían tan pacíficamente alrededor de él. Eran altas, voluptuosas y bronceadas, con rostros que rozaban los límites que iban de audazmente valiente a claramente encantadoras.
Como fuera que se vieran, a él no le preocupaba. Amaba a las mujeres. Amaba su poder sobre ellas y no se avergonzaba de ello. Ni se arrepentía. Oh, no. Él disfrutaba. 

Degustándolas.

 Saboreándolas.

Devorándolas.

Aunque ninguna en particular hubiera sido más que un delicioso pasatiempo, él adoraba cada deliciosa pulgada de ellas. Su dulce blandura, sus entrecortados gemidos. Sus decadentes sabores. Adoraba la manera en que sus piernas se apretaban alrededor de su cintura, o cabeza, y le daban la bienvenida al paraíso, permitiéndole un gentil deslizamiento o una dura penetración, cualquiera que fuera a preferir en ese momento.
Mientras estaba allí tendido, la luz se descolgó como delgados dedos desde el techo de cristal, acariciando todo lo que tocaba y bañando a sus compañeras en una neblina de brillantes sombras y brillante luminosidad. El deseo perfumó el aire, casi palpable en su embriagador aroma. El calor irradió de cada uno de los cuerpos femeninos, tejiendo un capullo peligrosamente seductor alrededor de ellos.
Sí, se conducía en una dulce, dulce vida.

Las mujeres sólo tenían que mirar a Stephenpara desearle. Oler su eróticamente seductora fragancia para prepararse a sí mismas para su placer. Oír su ronca voz, tan rica como el vino para desnudarle. Sentir una sola caricia de las yemas de sus dedos para hacer erupción culminando una y otra vez y rogar por más. Él no se jactaba sobre eso; simplemente era un hecho.

En ese momento la mujer con el pelo negro se movió y descansó su pequeña y delicada mano, en su pecho. ¿Sophie? ¿Olivia? No estaba seguro de su nombre. En realidad, no podía recordar ninguno de sus nombres. Ellas eran cuerpos, en una larga fila de muy placenteros cuerpos en los cuales encontraba diversión; hembras que habían elegido con impaciencia dejarle entrar.

—Stephen —jadeó la de pelo oscuro, un exquisito ruego.

Su expresión permanecía suave por el sueño, pero su mano comenzó un lento deslizar y rodeó su miembro, acariciándola de arriba abajo, despertándolo de la somnolencia.
Sin echarle siquiera un vistazo, él se extendió hacia abajo y enlazó su palma a la suya, calmando su movimiento y llevándose sus dedos a los labios para un casto beso. Ella tembló y él sintió como sus pezones se endurecían contra su costado.

—Ésta mañana no, dulzura —dijo él, hablando la lengua nativa de ella. Le había costado las dos últimas semanas completas, pero finalmente había dominado con fluidez su extraño idioma. Una vez que él lo hubo entendido, era como si alguna parte de él siempre lo hubiera sabido—. En unos momentos, debo ponerme en marcha. Se me necesita en otra parte.

Tanto como le gustaría quedarse y perderse en otra hora, o dos, de tal delicioso libertinaje, sus hombres le esperaban en la arena de entrenamiento. Allí, les ayudaría a afilar sus habilidades con la espada y a vencer la frustración que se cernía sobre ellos tan ferozmente todos aquellos días. Esperando que sus siempre presentes necesidades carnales quedaran olvidadas mientras se preparaban para la guerra que él sabía descendía en el horizonte.  

ΛTŁΛИTISWhere stories live. Discover now