NATHANIEL
Abrió los ojos lentamente tratando de adaptarse al profundo ardor que estos le producían, pagaba con creces su momento de debilidad. La noche anterior se permitió a si mismo dejar que aquella vulnerabilidad que escondía saliera por sí sola, y como un lento veneno se esparció por todo su cuerpo, dejando expuesto cada error que había cometido días anteriores.
Prometió nunca volver a llorar, pero el ser humano siempre hace promesas que son fáciles de romper, como si aquella palabra diera sentido a una acción que por sí sola no tuviera la suficiente fuerza.
La habitación se encontraba en un silencio sepulcral, el único sonido procedente es cansado y atormentado corazón, unos dicen que el dolor físico es el peor, para otros el desamor es mortal, pero para Nathan, el no sentir era algo con lo que estaba acostumbrado a vivir, sus deseos siempre fueron impulsos vánales para la sociedad, así que era mejor guardarse aquellas cursilerías antes de exponerse a si mismo.
Días antes****
Llevaba más de una hora esperando en aquel parque, quería prestarle más atención al libro que sujetaba entre manos, pero no podía. Vivía con una gran ansiedad que lo atormentaba cuando algo se le metía en la cabeza. Mordía su labio inferior, y jugueteaba con sus dedos para calmar aquella sensación de abandono.
Para cualquiera, Nathaniel era un joven normal. Si aquella palabra tenía sentido para alguien. De tez caucásica, cabello negro azabache, de mediana estatura y una sonrisa torcida era un joven de veinte años que tenía una prometedora vida por delante. Sacaba buenas notas en sus clases, y ahora tenía media beca para estudiar en la universidad, cualquiera podría decir que tenía una vida fijada por una línea fija directa al éxito.
Pero las líneas muy finas, suelen romperse fácilmente, y eso lo sabía a la perfección, antes que su sonrisa desapareciera por el recuerdo se concentró de nuevo en el libro.
"El coleccionista" decía el título.
Quería leerlo, sobre todo por el significado del libro, pero cada vez que lo abría, recordaba aquellos hermosos ojos verde. Su rostro enrojecía de golpe y una sonrisa torpe aparecía. ¡Que rayos está mal conmigo! Pensó mientras se retorcía en aquella silla.
Miró de nuevo su reloj, las 10:30am. Llevaba más de hora y media en aquel lugar. tragó una bocanada de aire y se levantó de la silla con aquel sentimiento de derrota, creer que alguien va aparecer no cambia la realidad con solo desearlo. Eso lo aprendió a la mala.
—¿Qué tal el libro? — masculló una voz justo detrás del muchacho. Dio un salto repentino, lo cual produjo una sonrisa en su acompañante que parecía estarlo custodiando cuidadosamente.
—No sabía que estabas ahí, allí, aquí...— balbuceo torpemente. Su corazón se empezó acelerar de nuevo. Quizás era absurdo tener pensamientos de ese tipo con otro hombre, pero aquel joven parecía un dios griego esculpido, y que se lo lleve el diablo ahí mismo si, por alguna razón no sentía que aquel sentía algo por él.
—Me gusta ver como lees... o lo intentas. — dice con voz aterciopelada, avanza hasta colocarse junto al más pequeño. Su aura como una droga invadió las aletas olfativas del otro, que tuvo que tomar asiento para no desmayarse de golpe. —¿Y dime Nay, te ha gustado el libro?
—Este...—Mordió su labio inferior entorno al apodo que le había puesto. Como era posible que al verlo con esa sonrisa lo hacía sentir de aquella forma tan pecaminosa. —Casi no he leído mucho, pero está muy interesante. — dijo con honestidad, el joven de ojos verdes lo custodió buscando en su osadía un punto de quiebre.
—Tengo muchos libros en mi casa si quieres ir a verlos. — expresa alzando una mano entorno a la invitación.
El cerebro de una persona normal, piensa sus acciones antes de realizarlas... todos razonaban de esa manera, como si jalaran de un cordón invisible en sus espaldas gritando la palabra peligro. Pero el cerebro de Nathan no tenía aquella opción, antes de poder razonar en todo lo que estaba mal en aquella decisión ya se encontraba sentado en aquel porche color rojo.
Y si aquel era un traficante de órganos, o integrante de una sexta. Quizás solo quizás podía ser un asesino serial, pero lo único que llenaba sus pensamientos era como lo hacía sentir cuando le rozó la mejilla con sus grandes manos.
Observó la entrepierna del piloto, y su cara se sonrojó de nuevo. Tenía que controlar sus pensamientos, el otro sujeto logró ver por el retrovisor su acción y sonrió mostrando la hilera de dientes.
—Todo está bien, Nay. — canta el ojiverde posando su mano libre sobre la pierna del pequeño. Su respiración se entre corto y todo pareció dar vueltas de nuevo. ¿Qué hubiera pensado su mejor amigo, si lo hubiera visto en aquel momento? Llevaba un mes viendo aquel sujeto, y se había montado a su vehículo con la rapidez que una prostituta lo hace al ver los billetes.
La palabra prostituta hizo un efecto secundario en su rostro, que este se tornó carmesí de nuevo.
Al estacionar el coche frente a una hermosa mansión de dos pisos, la cara del muchacho palideció, no había estado en un lugar como ese nunca en su vida.
—¡Vamos, quiero que veas los libros! — alzó en tono cantarín, lo sujeto de la mano y lo impulsó a correr por el enorme vestíbulo de la casa. Por un momento logró sentir aquellas mariposas que todos hablan, como si aquel fuera su novio, y sentir su agarre era lo único que lo hacía sentir vivo.
Con su corazón hecho un puño, con todas las voces gritándole a su cerebro que aquello estaba mal, deseaba robarle un beso. Mientras custodiaba su enorme espalda, el mayor se detiene de golpe frente a una puerta color sangre.
—¿Qué pasa? —pregunta Nathan mirando la puerta, trato de recobrar el aliento mientras procesaba su escenario, paredes blancas y enormes ventanales. El ojiverde abre la puerta y mira a su acompañante con una sonrisa diferente a la de hace unos minutos.
—Quiero que veas mi colección. —alza indicando el camino. Las piernas del menor se tambalean, oprime su libro contra su pecho y camina hasta el arco de la puerta, el lugar parecía algo oscuro desde aquella vista. Su acompañante pasa la mano por encima del hombro y enciende la luz.
En lugar de ver el lugar, lleva su vista hasta la mandíbula de su acompañante.
¡Es ahora o nunca...!
Se inclina para unir sus labios con el mayor, siente lo delicado de sus labios, y como le roba el aliento al sentir el agarre del otro. al instante que se separa mira como su acompañante lo mira vacilante.
—¡Te gusto cierto! —presenta el mayor, el interrogado hace un gesto de aprobación. —eres parte de mi colección, mi querido Nay. No supo en qué momento se encontraba en medio de unas escaleras. La biblioteca del mayor era un lugar oscuro, sin ventanas y con una tenuente luz blanquecina.
—Es un poco oscuro para leer. — se queja Nathan, trata de visualizar los puntos del lugar, y mira como su acompañante comienza a dejar la habitación. —¡Espera! — se queja y trata de alcanzarlo al pie de la escalera.
—Mi colección se queda en este lugar. — presenta con voz sepulcral. Traga saliva al instante que un escalofrió recorre su espina dorsal. Tenía que ser una broma, avanza dos pasos para caminar hasta la salida, justo antes de llegar a la salida tira de su cuero cabelludo obligándolo a inclinar su cuerpo hacia atrás.
—Jadeen me estas lastimando...—grita tratando de zafarse del agarre.
—Esa es la idea...—sonríe de forma ladina,y en ese momento Nathan comprendió que los demonios existían y se vestían de laforma más hermosa para lastimar a los ingenuos.
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Lujuria y venganza
RomanceSi están buscando un: "felices para siempre" está no es su historia... La vida es injusta... Como una víbora, que sin importan cuan hermosa sea, de la misma intensidad se torna su veneno. Pero para dicha serpiente la ponzoña es algo con lo que tiene...