I

13 1 0
                                    


                                                                                  Por Diego Moreno

«Solo una mañana de invierno puede ser apreciada por los ojos adecuados» decía un célebre poeta Ruso. Para mí, una mañana de invierno era un complemento más en la rutinaria vida que llevo, resumido en tres actos: despertar, trabajar, dormir; diría que esa es la realidad que estamos destinados todos en este mundo, laborar hasta el cansancio para tener una jubilación digna, bastante deprimente la verdad, sin embargo hay personas que siguen viendo la belleza de las cosas aun estando en la miseria absoluta ¿Por qué? No lo sé, estaba claro que había algo que no estaba viendo con detenimiento y que pasaba de ello.

Esta mañana desperté y me sentí más miserable de lo usual, no tuve de los mejores sueños anoche y mi cuerpo mojado de sudor lo refleja; quisiera recordar lo que soñé pero supongo que mi mente lo ha reprimido y espera hasta la noche para hacer de las suyas otra vez.

Ya es hora de irme a trabajar como de costumbre, salgo de mi casa y me topo con el gris cielo y un haz de luz que sale de él pareciera iluminarme como a un protagonista en el escenario de su obra, otro día más donde mi indeseable compañera diurna me acompaña en el trayecto hacia la fábrica de zapatos.

En el camino faltando casi una cuadra para llegar, vi como un anciano andrajoso, pedía caridad a la gente que pasaba por su lado junto a un cartel que decía: "hoy por ti mañana por mí" ,unas cuantas monedas lograban entrar en su lata pero la idea de una persona conseguir dinero en base a la caridad de otros se me hacía grosero y manipulador, nadie tiene la culpa que de que no aprovechara las oportunidades que tuvo en el pasado y que estuviera en malos pasos prefiriendo la vida bohemia que a un futuro prometedor. Simplemente le quedé mirando, esperando que notara mi mirada de desaprobación pero solo logre que él hiciera lo mismo y que me fuera.

Ingresé a la fábrica muy decido a ganarme el pan de cada día con el sudor de mi frente, saludé a todos mis compañeros, me puse mi chaleco que llevaba mi nombre por cierto, y manos a la obra, hoy teníamos una gran entrega de calzados, lo que suponía un gran esfuerzo por parte todos y una ganancia bien merecida al final del día como recompensa.

Al parecer el día iba en ascenso, pero un toque en mi hombro cambió el rumbo de las cosas. Me di media vuelta y estaba frente a frente con el jefe de la fábrica, quien hace ya treinta años me habia abierto las puertas de su negocio. Todo entusiasmado le dije que teníamos un día laborioso y que pretende ser unos de los más grandes en todo el año.

Grave error. Su cara reflejaba entre tristeza e incomodidad y con cierto nerviosismo me dijo directamente que estaba despedido, mi tiempo había cumplido el límite, ya no podía pagarme más y le salía más barato la mano de obra joven de la fábrica que la de un experimentado veterano; ni en mis peores sueños creeria que eso pasaría y uno se siente tan conforme donde está que no ve otras posibilidades fuera de su zona de confort. Como todo caballero acepté la renuncia, le agradecí los años de trabajo y me retiré con la cara en alto, no muchos logran mantenerse en un puesto por treinta años, a mi edad no es nada despreciable esa cifra, pero en mi interior se encontraba la incertidumbre: ¿Qué haré ahora?¿Cómo recibiré ingresos? Ningún empleo acepta ya a personas de mi edad y mi trabajo solo me daba para el día a día, por lo que ahorros no tengo.

Todas esas preguntas se iban agravando más mientras desalojaban mi casa por retrasarme en el pago de la misma, lo que ahora sumaba otra pregunta: ¿Dónde viviré ahora? Me quedé sin ada, sin techo donde vivir, ni empleo para sobrevivir, desde ahora éramos mi soledad, un pedazo de pan que logré rescatar y yo contra la despiadada calle. Que peligros nos asechaban.

Transcurría la primera noche fuera de casa, paseaba por todas las calles posibles buscando lo mas parecido a un refugio donde siquiera mis piernas podrían caber para soportar el frio que azotaba, las personas me miraban como bicho raro y yo les devolvía la mirada con un: "¿Qué estas mirando?" para luego alejarse de mí. No tuve más elección que dormir en una banca de un parque a media cuadra de mi ex trabajo; el frio era insoportable no tenía nada que ponerme encima ni en la parte inferior, todo mi cuerpo se sentía como si convulsionaría y cuando pensé que me esperaba una helada noche soportando las adversidades del despiadado clima una cálida manta abraza mi cuerpo recostado, sorprendido alzo la mirada y veo al aquel anciano mendigo, aquel a que tanto le había maldecido en mis pensamientos aquel día, sonriendo y reprochándome en tono de burla por no salir con el equipamiento adecuado esta noche. Obviamente le agradecí y nos pusimos a charlar en medio de la noche, entre palabras que van y palabras que vienen como buenos señores de edad nos pusimos a recordar el pasado y ese fue el instante donde entendí el por qué aquel anciano vivía en estas circunstancias, escuchar su historia me hizo tener otra visión de lo que él era. Resulta que de muy chico, empezó a trabajar lustrando zapatos, vendiendo periódicos, siendo ayudante en un puerto de pescadores no muy lejos de aquí y miles de oficios más que le ayudaban para sacar adelante a su madre y a sus dos hermanas, ya que la ausencia del padre estaba presente; mucho después su madre se casó con un hombre burgués dejando tirados a los hijos en la calle, sus hermanas sufrieron fuertes enfermedades letales, quedándose él solo y luchando por su supervivencia hasta el día de hoy.

-En ocasiones solo busco que la muerte me sane de este dolor profundo y continuo que habita en mi y me hace sentirme culpable por la muerte de mis hermanas, busco paz. Usted señor ha sido muy amable al escucharme, gracias- dijo el anciano sollozando

-Estaré dispuesto a escucharlo todo lo que reste de nuestras vidas- agregué, dándole una palmada en la espalda.

Saqué el pan que tenía guardado, destinado para cuando mis tripas hablaran por si mismas. Decidí compartirlo con el anciano, este me lo recibió y al percatarnos vimos que ya estaba amaneciendo, el sol salía más brillante que nunca, y el cielo mantenía su estilo grisáceo. Fijada mi mirada en el firmamento. Al fin entendí todo.



Una Pena Entre Dos Es Menos AtrozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora