Era una noche fría de enero, parecía entrar las doce, no había comido desde hace una semana, la frustración y el deseo me obligaron a armarme con una navaja y poner mi vida a manos del destino.
Ví un hombre cuya cartera resaltaba por el bolsillo trasero de su pantalón. Me armé de valor, le pedí a Dios que me perdonara, saqué la navaja de mi bolsillo y me adelanté. Mi plan era ponerle la navaja en la espalda, pedirle la cartera y luego desaparecerme en la penumbra de la noche. Saqué la navaja de mi bolsillo y se la puse en la espalda.
- La cartera - . Le dije con una voz temblorosa, notó que yo también estaba asustado. - ¡RÁPIDO- . Me sudaban las manos, pareciera que se me fuera a resbalar. El señor puso su mano el bolsillo derecho de su pantalón, sentí que iba a sacar algo, un arma quizá, empezé a sudar frío, era la primera vez que hacía algo así, solo cerré los ojos y clavé cuantas veces pude el cuchillo en la espalda del hombre, sin darme cuenta el se encontraba tirado en un charco de su propia sangre, jamás olvidaré la mirada que tenían sus ojos. Agarré la cartera y me fuí corriendo, las lágrimas resbalaban por mi cara y se perdían con el viento.