prologo

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Ni siquiera recordaba cómo era vivir fuera de aquel castillo o sus alrededores; no sabía siquiera si alguna vez lo había hecho y realmente no importaba.

No estaba seguro de su edad, siquiera, era un verdadero milagro que recordara su nombre.

Había estado desde siempre sólo en aquel castillo, sin la compañía de nadie más.

Llegados a este punto, dependía ya de aquel castillo. No contemplaba la posibilidad, siquiera, de que pudiera haber algo más allá de las altas paredes que lo encerraban para que no pudiera ir más allá del jardín, cubierto en su totalidad de rosas blancas. Estaba casi seguro de que si llegara a ir más allá del jardín, de alguna u otra forma, simplemente desaparecería.

Y eso estaba bien.

No le molestaba tener que estar siempre en aquel castillo. Le gustaba aquel castillo.

No sabía cuándo o cómo había llegado o si había salido alguna vez, había ya olvidado su edad y debía repetir su nombre varias veces a lo largo del día con tal de no olvidarlo, escribirlo a veces; aún así le gustaba el castillo.

Era todo lo que tenía; un gigante castillo con su inmensidad de cuartos, el jardín y las paredes que no le permitirían jamás ir más allá de éste, todo cubierto en su totalidad por rosas blancas y nieve, todo el tiempo. 

The Truth Untold ; PercicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora