Su familia

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— Mierda —susurró al golpearse con la mesilla de la sala—. Bien hecho, Swan.

— ¿Emma? —escuchó un murmuró demasiado conocido y supo que había fallado en su misión de no despertarla.

— Hey...

— ¿A dónde fuiste? —se acercó y rodeo con sus brazos su cuello, para después darle un suave beso en el mismo lugar.

— Problemas en el Rabbit, Leroy quiso una copa a media noche. ¿Qué haces despierta tú, hmm? —acarició los cabellos castaños y los olió; manzanas. Definitivamente era su olor favorito, mas aún proviniendo de ella.

— Alguien me despertó y no te encontré en nuestra cama, me quedé preocupada —alzó la cabeza, la cual estaba entre el cuello y el hombro de la Salvadora—. Sabes que odio que te vayas sin decirme nada.

— Y tú sabes que odio que te preocupes por cosas sin sentido... además, te veías tan linda dormida —besó su nariz. En momentos como ese, amaba más que nunca ser la más alta de las dos—. Ven, vamos a la cama —sin previó aviso, pasó uno de sus brazos por debajo de sus piernas y el otro detrás de su espalada; recordando así el día de su boda—. Te veías hermosa...

—¿Hmm? ¿Cuando? —sonrió. Amaba ser cargada por su esposa, le transmitía tanta seguridad y amor.

— El día de nuestra boda, y el día en que te conocí, en nuestra primera cita, aquella vez en la playa, cuando te presenté oficialmente ante mis padres como mi pareja, cuando tu me llevaste a conocer a tu padre —comenzó a enumerar—... En fin, siempre.

— ¡Emma! —comenzó a reír cuando la dejó sobre la cama y se posicionó sobre ella— Tú siempre te ves hermosa también, Cielo.

— Nunca he entendido porqué te empeñas en llamarme así, mi Reina —sonrió antes de besarla de manera dulce y lenta. Comenzando por sus labios, siguiendo por su nariz, sus cejas, sus ojos, sus mejillas, su mentón para terminar en su cuello.

— ¿De verdad? —murmuró jadeando, recibiendo un mordisco como negativa— Es lo que veo cada vez que me encuentro con tus ojos... el cielo. Mi cielo. Siempre que miro hacia arriba recuerdo que existe en el mundo una persona que me ama y que yo amo. Que existes tú, Emma... Mi mundo, mi vida y mi amor; mi final feliz.

Emma levantó la mirada y no pudo evitar que una lágrima cayera. Amaba a esa mujer, maldita sea, lo hacía con cada fibra de su ser. Ya no podía imaginarse sin ella, su familia.

— Regina, te amo —fue lo único que pudo decir antes de dejarse llevar y abrazarla. Le era difícil negarlo, pero tenia tanto miedo de que un día ella se levantara y descubriera que todo era una farsa, que aquella vida no era la suya, que no era su esposa, que no la amaba; en conclusión, que estaban bajo una maldición que ella misma lanzó para que pudieran estar juntas—. Nunca dudes de eso, por favor. Te amo tanto que si tú me dejaras algún día, mi mundo entero se derrumbaría, nada tendría sentido y mi vida terminaría —pronunció con tanta sinceridad que Regina sintió su corazón estrujarse.

— Emma Swan Mills, escúchame bien. Nunca, y te digo nunca te dejaré. Eres lo que más amo junto a nuestros hijos y nada cambiará eso, nada —juntó sus frentes y la miró a los ojos —. Ni siquiera el hecho de que sigas comiendo a escondidas tus garras de oso —decidió bromear para aligerar la tensión y funcionó, porqué pudo escuchar el sonido más hermoso, la risa de Emma.

— Me declaro culpable —declaró —. Vamos a dormir ahora sí, ya es tarde y tú necesitas descansar —se terminó de quitar la chaqueta de cuero y los pantalones, quedando solo en sus braguitas y su típica camiseta blanca. Justo cuando iba a terminarse de cubrir con las cobijas, escucharon un fuerte llanto. Se miraron entre las dos y suspiraron.

— Heredo tu estómago, tenía que ser toda una Swan. Su pañal sucio fue el causante que me despertara hace un rato, si no hubiera sido por ella, no me habría dado cuenta de que te fuiste.

Ambas se levantaron de la cama y se acercaron a la gran cuna blanca que estaba cerca de la ventana del dormitorio. Emma, con toda la delicadeza que pudo tomó a su hija y la levantó, pegandola a su pecho tratando de transmitirle un poco de paz.

— ¿Qué ocurre, bebé Swan? ¿Ya quieres los pechos de tu madre? Mira que yo tuve que pelear con dragones y vencer maldiciones para que pronunciara bien mi nombre, y llegas tú y a la primera te los da —recibió un fuerte pellizco en su brazo y se quejó.

— Emma, no hables así frente a nuestra hija —se desabrochó la pijama lo suficiente para dejar libre uno de sus pechos para alimentar a la bebé. Se sentó en la cama y ambas se acomodaron hasta encontrar la posición correcta.

— Ustedes son lo más valioso que tengo, Regina. Tú, Henry y...

— Stella, mi pequeña Stella... —murmuró la Reina para gran felicidad de Emma.

Desde antes, durante y después del parto no podían decidirse por el nombre de su hija, para ellas, fue una decisión extremadamente complicada. Stella fue una de las opciones que dio Emma, pero justo antes de hacer la votación Regina comenzó con las contracciones y pasó a segundo plano. Tuvieron algunos problemas en el hospital por no tener aún una elección pero en ese momento, dos noches después del nacimiento de su hija, estaba decidido.

— Gracias.... —murmuró besando primero la cabeza de su esposa y después la de su princesita, porque eso era para ella, su princesa. Nunca se cansarla de agradecer por haber encontrado en ese libro el hechizo o maldición -le daba igual saberlo-, que le permitió tener su final feliz; su familia. 

Mis percepciones  -SwanQueen-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora