Primera parte

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Bajó por el túnel largo y oscuro y miró hacia atrás para ver si alguien la seguía. Era muy tarde; se había asegurado de que todo el mundo estuviera dormido en el castillo. Todas las noches que podía, descendía para alimentar a las personas que estaban presas en las mazmorras. La mayoría eran mujeres y niños que, por no pagar el impuesto exigido, acababan en aquellas celdas lúgubres y frías.

    Esa noche estaba vigilando el extraño guardia, Joan, al que le faltaban varios dedos y a quien Elish había logrado ablandar el corazón. La permitía pasar a escondidas sin contárselo al conde Richard. La gente ya sabía que tenía que permanecer en silencio cuando Elish conseguía visitarlos. Sacaban las manos de las celdas con ansiedad, implorando comida con la mirada. Algunos estaban hacinados, mientras que otros permanecían en celdas independientes; el olor y la humedad eran insoportables. Fue repartiendo todo el pan que tenía y lo racionaba lo mejor posible. Durante el día intentaba guardar la comida que iban a desechar para dársela a ellos.

    Sabía que era peligroso; tan solo era una criada más del castillo. Si descubrían lo que estaba haciendo podrían matarla, aunque el Conde quizá no lo permitiría ya que era su «juguete». Odiaba cuando él le ponía las manos encima. El olor a alcohol se impregnaba en su piel, el sudor ácido que desprendía cuando la tocaba le daban ganas de vomitar. No podía hacer nada para impedírselo; si se negaba o se resistía, la golpeaba y prefería quedarse quieta y esperar a que él terminase. A veces el dolor era insoportable, pero debía aguantar.

    Al fondo del pasillo se encontraba la celda donde tenían a aquel hombre. Desde de su llegada, su nombre era lo único que se escuchaba en cualquier rincón del castillo. El temido hermano del conde Wesley había sido apresado: Darek Roce. Lo habían capturado hacía tres días. Vivían en la parte sur del condado de Lancher y constantemente unos y otros se peleaban por las tierras, el ganado, el poder... En una de las incursiones que llevaron a cabo los hombres del conde Wesley, comandado por su hermano Darek, fueron asaltados. Gracias a un traidor que iba con ellos, fiel al conde Richard, los descubrieron y los atacaron antes de que pudieran hacer nada.

    Todos los hombres de Darek murieron en el ataque, pero antes de que lo atraparan y de que el traidor pudiera escapar, Darek lo degolló sin piedad, tiró su cabeza al suelo y la pisoteó. Al menos, esos eran los rumores que circulaban en el castillo.

    Realmente le infundía temor. Si todas las historias que habían contado sobre él eran ciertas, su salvajismo y su falta de piedad sobrepasaba todos los límites. Dudó si ir a darle de comer. Aunque lo temía, en el fondo sentía una gran curiosidad por verlo, por acercarse al misterio que escondía.

    En la distancia, observó que se encontraba sentado y apoyado en la pared, mientras la miraba fijamente. Se armó de valor y, muy despacio, se acercó hasta allí; no podía distinguirlo bien, pero era corpulento. Al ver que se aproximaba, él se levantó y se dirigió hacia los barrotes. Por un momento, ella se detuvo, confundida si continuar o no, pero finalmente siguió avanzando. Cuando estaba justo delante, la tenue luz de la antorcha iluminó su rostro. Elish se quedó sorprendida; era muy atractivo, con el pelo corto, una barba rasurada de unos días y los labios no muy gruesos pero bien perfilados. Emanaba personalidad a través de sus ojos de un azul oscuro intenso. Su cara no intimidaba, ni siquiera su altura y su cuerpo ancho y fuerte. Era su mirada, el gesto de seguridad en sí mismo, lo que infundía respeto y temor. Irradiaba un extraño poder que llenaba la celda.

    Elish extendió el brazo ofreciéndole el trozo de pan. El preso, sin desviar los ojos de los suyos, agarró suavemente su mano. Sintió el calor de su piel y la caricia la alteró; ya estaba temblando por acercarse a él, pero su toque la hizo vibrar. Creyó percibir una leve sonrisa en la curvatura de sus labios. Juraría que se había dado cuenta de que su contacto le había afectado. Cuando iba a retirar la mano, la cogió de la muñeca impidiendo que se fuera. Ambos miraron en la dirección donde permanecían agarrados. Elish no sabía si él había sentido el mismo calambre al tocarse, pero algo en la tensión de su cuerpo le hizo pensar que así era. Se asustó.

¿Me tienes miedo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora