Capítulo 4

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Inmediatamente Nabooru recordó aquella sensación que había tenido días atrás. Era una sensación que llenó su corazón de valentía y determinación, que brillo por un instante como el oro mismo bajo el sol, pero que se esfumó rápidamente. Se preguntaba si tenía algo que ver con las órdenes de su señor, o con la persona que iba a investigar en la pradera de Hyrule enmedio de la noche. No obstante, su furia y su afán por descubrir si aquella vieja leyenda era cierta era aún más fuerte en su cabeza. Aquella persona solitaria podía ser la persona a la que su amo le había ordenado asesinar, o bien se podía tratar de algún simple vagabundo que atravesaba la pradera de noche, o de algún mensajero que, asumía, llevaba alguna cantidad de dinero encima. De cualquier forma, debía investigar. Rápida y sin hacer ruido, llegó hasta el lugar donde el solitario viajero parecía dormir, y guardando algunos metros de distancia lo observó una vez más para asegurarse de que así fuera. Inmerso en una oscuridad casi total, parecía que estaba muerto, pues no se podía percibir ni siquiera el vaivén de su respiración. Ello podía indicar que tal vez portaba una armadura debajo de su túnica, que era la que le impedía ver el movimiento de su respiración. Pasados unos minutos, Nabooru decidió terminar de acercarse. Se puso de pie frente a él, aún guardando un metro de distancia, y examinó brevemente su rostro. Su cabello era del color de la paja. Un largo flequillo despeinado le cubría uno de sus ojos; su piel era pálida y envolvía su cuerpo en una roída capa color café. El perfil que su ropa dibujaba de su cuerpo juvenil no indicaba que portara una armadura. A su alrededor no había más equipaje que un descolorido y maltrecho escudo de color azul. "Si trae dinero, lo debe tener en algún lugar debajo de la capa" pensó Nabooru. Al iluminar la luna débilmente su rostro, se dio cuenta de que el viajero era apenas un adolescente, muy joven, y que respiraba con gran tranquilidad, casi de forma imperceptible. No obstante debía mantenerse alerta, pues el muchacho podía traer oculta una daga debajo de su capa y lanzársela apenas se sintiese amenazado. Con un leve siseo, la líder gerudo desenvainó su espada curva y examinó con cuidado los pliegues de su ropa para asegurarse de que no portaba un arma. Su búsqueda fue inútil. La idea que de que no era alguien con experiencia en los viajes largos saltó a la luz, pues cualquier otra persona ya habría saltado de su letargo a la posición de guardia. Una vez más, y esta vez con mayor detenimiento, en total silencio, examinó el rostro del joven hyliano, encontrándose con unos rasgos exquisitos y ligeramente afilados. De un segundo a otro, una sensación incontrolable de causar daño se apoderó de ella, provocando que su espada se dirigiera hacia el cuello del chico para despertarlo. La hoja de metal helado tocó la piel de su garganta tiernamente, como acariciándolo, y de un sobresalto el joven despertó. Nabooru sonrió maliciosamente cuando la luz plateada de la Luna iluminó un par de bellos ojos celestes, haciéndolos brillar en medio de la oscuridad. El joven, en un movimiento reflejo, puso ambas manos en el suelo tentando a su alrededor, como buscando algo oculto a los ojos de su atacante.

-Como te muevas, te mato- amenazó Nabooru. El chico frente a ella quedó completamente inmóvil, mirándola fijamente.

La ladrona y el héroeWhere stories live. Discover now