Cuando el reloj marca las doce del mediodía y mirar al cielo es difícil puedes observar a las personas y con estas puedes admirar algo que se mantiene persiguiéndolas eternamente, su sombra.
En el movimiento de la ciudad a hora pico me encuentro casi todos los días sentado en la última banca de una hilera a la entrada del parque, aquella amarilla y desgastada junto a un pequeño árbol, suficientemente alto y frondoso para cubrirme del sol en ese punto del día. En ese lugar admiro las sombras de los demás.
Las sombras son largas, pequeñas, anchas, delgadas, la mayoría grises y algunas de colores opacos como un dibujo gris pintado con otro color después de acabado, pero nunca copian la figura de su dueño.
Cruzando la calle va una mujer joven de caminar elegante en tacones rojos de la mano de un niño. Ella tiene una sombra alargada en la que se dibuja una niña alta con sus ropas llenas de pintura, equipada con un pincel y simulando pintar algún cuadro que no puedo ver y el niño, en cambio, no tiene sombra.
Observar la sombra de los demás no es difícil, no tengo un don ni soy especial, sólo implica detenerse y observar; alejarse y mirar; acercarse y ver. Pienso que no soy la única persona que distingue más allá de su mente y rutina, me gusta pensar que otra persona se sienta en una banca y echa un vistazo, tal vez algún cartero a las once descansa en la banca roja de la otra esquina y en ese momento en que sus pensamientos están en blanco o en el que se fusionan con el ruido de la ciudad al punto de que ya no hay ruido, las observa.
Las personas caminan siempre con la mirada en alto nunca en el suelo ni para fijarse por donde van sus pies. Nunca miran su propia sombra y si llegan a percatar la de los demás disimulan una mala cara de asombro y callan cualquier opinión sobre lo que ven, pienso que al igual que ellos los demás le temen o les incómoda su propia sombra y estos no son los temas más cálidos y acogedores de conversación.
A muchos niños los he atrapado mirando sombras, pero creo que se guardan la pregunta pensando que los adultos al no verlas, o nunca hablar de ellas, les podrían regañar por inventar cosas que no están ahí, no tomándolos en serio y dejándolos como pillos mentirosos y, al final, imitando de alguna forma la negación e indiferencia con la que viven las personas mayores.
Tenía la teoría de que los adultos poseían sombra y los niños no. Hasta que hace dos meses ví a una anciana sin sombra y tres semanas después a un niño con sombra.
A mitades de febrero ví a la anciana caminando aferrada a su bastón con un muchacho a su lado que, al contrario de la anciana, tenía una sombra que bosquejaba a un hombre en traje y con un portafolio, el hombre llevaba una sonrisa amplia, un poco torcida y que saludaba a las demás sombras de una forma coqueta. La anciana no tenía sombra, al verla caminar lo único que se pintaba en la acera era su bastón.
Los dos cruzaron la calle y se perdieron entre los demás y sus sombras.
Tiempo después, a comienzos de marzo un niño estaba en el parque sentado en la banca azul junto a los columpios, me fijé en él porque un joven de chaqueta marrona, con un pequeño tocando el saxofón como su sombra, atravesó la calle y entró al parque arrastrando los pies de forma torpe hasta los columpios subiéndose en el segundo, el del asiento más bajo y desgastado por los años.
Al principio no le presté atención ya que creía que no había nada que observar hasta que me percaté del pequeño sombreado oscuro que se asomaba en el borde de sus zapatos. Miré a los demás niños en busca de algo igual, pero no encontré alguna similitud. Luego de tres minutos, el niño miró a su alrededor preocupado, se paró y salió corriendo.
¿Qué creen que eran las sombras?
Volví después de 84 años.
Este es un relato no muy bueno en realidad, pero lo suficientemente bueno para compartirselos a ustedes.
Hasta en 84 años más.
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Los que perdieron el tren al olvido
Cerita PendekLos que perdieron el tren al olvido, en realidad, no extraviaron aquel boleto que se les dio al cruzar el umbral de la existencia sólo fue la añoranza que escondió el papelito en las profundidades del océano; debajo de una ciudad de hierro; en las e...