Unica parte

70 7 4
                                    

Hace frío y estoy sola, bueno... no del todo, las voces nunca desaparecen.
Hablan.
Gritan.
Me destruyen cada vez más. Y el espejo. Esa figura monstruosa que se refleja y mi miedo aumenta. Los ojos hinchados de llorar casi todo el tiempo, rojos. Ojeras oscuras de dormir demasiado o no dormir. Sombras que arrastran dolor, que dan la impresión de que la muerte se había apoderado de mi alma y me estaba consumiendo de a poco, indudablemente.
Quiero llorar, pero ya no me salen lagrimas, simplemente no puedo hacerlo; toque fondo.
Te vas hundiendo de a poco hasta que ya no puedes hundirte más. Te ahogas en tu propio dolor, llorar para no morir ahogado pero no es suficiente y tocas fondo. Cuando lo haces la mejor opción es salir hacia arriba, pero no la más sencilla.
La culpa carcome mi cerebro. Las voces desgarran mis tejidos cerebrales. Un dolor agudo se apodera de mi cabeza y me recuesto sobre mi cama.
¿Por qué a mi? ¿Que hice para ser diferente?
Los pasos se aproximan y mi miedo crece. Lo siento, lo escucho, se que está aquí pero no puedo verlo. Se que sus ojos llenos de vacío me están mirando y también se que la pistola en su boca está a punto de disparar.

-Hola, hace tiempo que no teníamos un encuentro... -dijo con su característica voz ronca y todo la paz del mundo.

-Si con tiempo te refieres a diez horas...-repliqué con tono sarcástico.

Ignoro mi comentario

-¿Ya no me necesitas?

-Dime de una maldita vez que es lo que quieres de mí, ya no puedo seguir -mi voz era un susurro casi inaudible y mi semblante se mantenía serio. Me senté en la cama mirando al vacío, donde el estaba mientras esperaba su respuesta.

-Ya lo sé, yo se todo. Estuve contigo en los dos intentos fallidos y se que eres demasiado cobarde como para acabar con todo de una vez por todas. ¿Que estás esperando? ¿Piensas que alguien vendrá y te sacará de este pozo sin fondo al cual te has metido? ¡Ilusa! ¿Piensas que a la gente le importan tus problemas? Al final todos dicen que mejorará, estúpidos. Jamás escucharás lo que dices porque quieren ayudarte, lo harán porque quieren saber más cosas de ti para lastimarte luego.

-¡Suficiente! -grite mientras mi voz se quebraba y empezaba a llorar.

Se fue.

Todos los psicólogos me preguntan lo mismo, si nunca nadie se interesó de verdad en mi, y aunque odio mi respuesta, la repito todos los meses. Hace mucho que no salgo de mi casa; la última vez que lo hice fue para ir al psiquiatra que luego de un año de terapia dijo: "...está bien, tal vez la vida no es para todos". No me importo, ya no me importan demasiado las cosas.

Tengo dieciséis años y no se que mierda hacer con mi vida.
¿Mis amigos? Por ahí hablando de mi y no conmigo. Por ahora me conformo con mis cuchillas, la soledad, las voces... de vez en cuando unas botellas de alcohol, un par de cajas de cigarrillos.

El ruido del timbre interrumpió mis pensamientos. Me quede quieta, escuchando; volvió a soñar y supe que era verdad, que mis estúpidas alucinaciones no me estaban jugando una mala pasada.
Me vestí y fui a abrir la puerta. Era la trabajadora social de la escuela.

-Hola Caitlin, ¿cómo estás?

No respondí, mi cara no demostraba necesariamente felicidad.

-Muy delgada por lo que veo...

Y tu muy audaz para opinar tan descaradamente sobre mi vida. Sus rasgados ojos viajaban de un extremo al otro de mi cuerpo. De repente pude notar como su expresión cambiaba, su amable sonrisa se convirtió en una mueca y sus ojos se abrieron de par en par. -¿que tienes en tu muñeca? -gritó tomando mi brazo izquierdo.
Podía observarse como la sangre chorreaba de los cortes que se extendían por todo mi brazo y caía al piso, decorándolo con pequeñas gotas oscuras y espesas. Corrí mi brazo de su agarre y me alejé.
Cruzamos un par de miradas más y su arma disparó algunas balas sin sentido. Cerré la puerta y volví a mi habitación esperando que no volviese a aparecerse por aquí obligándome a ir a ese inmundo lugar en el que siempre parezco la oveja negra.
Sin querer, comencé a recordar la escuela... las miradas que me incomodaban cada vez que cruzaba el pasillo y los comentarios que decían sobre mi, sin siquiera saber un poco de mi vida "darks", "emo", "rarita", "enferma", "está mintiendo, no le pasa nada, solo lo hace para llamar la atención"
Me había creado una armadura. Parecía de hierro pero por dentro era más sensible que una pluma. Cuando me insultaban mi cara era inmutable pero por dentro estaba muriendo.
Luego de un tiempo de soportar los indultos, las miradas y hasta los golpes, cambié mi cara inmutable por una sonrisa falsa, porque así cualquiera es bonita y comencé a tapar mis inseguridades con maquillaje.

Mala idea.

Todo empeoró.

Comencé a odiar mi rostro sin maquillaje, deje de comer para poder verme como las chicas populares de la escuela, que se habían convertido en mis amigas; y lo peor: Tom entró a mi vida.
No me dejaba en paz un segundo, me obligaba a hacer cosas horribles, tan macabras que a cualquier persona en su sano juicio ni siquiera se le pasaría por la mente. Ese mes mis padres murieron y dejé de ir a la escuela.

-Cait ¿estás segura que no quieres unirte a nosotros? -volvió a hablar después de diez minutos sin tratar de convencerme de morir.
Me levante, como pude, del frío piso del baño y apague el cigarrillo; tomé el frasco de pastillas que había sobre el mármol con mi mano derecha, la izquierda estaba muy ocupada sosteniendo mi botella de whiskey. Sin pensarlo me las trague.
Las trague todas con ayuda del alcohol, al igual que las mentiras que el mundo me había dicho.
Segundo intento fallido.

Y vuelvo a llorar por cosas que no deberían seguir importándome, por recuerdos tontos que se mantienen firmes en mi cabeza, charlas con Tom grabadas a fuego en mi mente, imposibles de olvidar.

Tom volvió, puedo sentir su presencia.

-Hay algo dentro de ti que está doliendo, por eso necesitas los cigarrillos y el whiskey, o la música tan malditamente fuerte que te impida pensar. Siempre sonreías, pero no estabas realmente feliz. Preguntabas sobre cualquier cosa, pero en realidad no querías saber. Siempre hablabas, con todos, de todo pero en verdad no estabas diciendo nada. Te reías de todo, con todos, hasta de ti misma cuando te humillaban y lo disfrazaban de broma, pero en realidad no lo encontrabas divertido. Lloras pero ya no significa nada, perdió el poder de aliviar dolor. Te levantas cada mañana pero no estás despierta. Duermes mucho pero no descansas. Estás viva, respiras ¡pero no estás viviendo! Deja de engañarte y termina con esto de una vez. -dijo mientas me extendía un arma.

Reconocí la pistola, era la de mi padre. Probablemente la había tomado de la cocina.
No podía sentirlo por ningún lado, tenía miedo de que entre a mi cuerpo de nuevo. Mis ojos desorbitados lo buscaban por toda la habitación hasta que mi espalda se arqueó. Tiro todo lo que había sobre el escritorio con un solo movimiento de brazos y colocó la pistola en mi boca.
Intento con todas mis fuerzas sacarlo de mi, intento tomar el control de mi cuerpo. La desesperación me invade y sentir el frío metal del arma en mi boca sabiendo que no soy yo la que está controlándola me hace sentir aún peor.

Ya es demasiado tarde.

Disparé. El disparó.

Sentí como se esfumaba todo a mi alrededor y no pude decir adiós.

¿Tercer intento fallido? No, esta vez lo logré.

Tom lo logró.

Tercer intento      {O.S}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora