Hace diez años, Eyla Puta de 29 años en ese entonces fue condenada a 15 cadenas perpetuas, lo que equivaldría a casi 700 años en prisión, por los cargos de secuestro, violación, vulneración de derechos y 12 asesinatos perpetrados en el condado de Eskivitas, ganándose así, junto a su conviviente de aquel entonces, el apodo de ―Las asesinas de Eskivitas.
Eskivitas Julio 2028
Los vecinos del solitario complejo de departamentos en el sureste del condado de Eskivitas, jamás habrían esperado que las jóvenes del cuarto piso escondieran tales secretos detrás de la puerta. No sería sino hasta Agosto del presente año que, luego de las investigaciones, se dieran a conocer las identidades de las decenas de inocentes que ahí perdieron la vida a manos de ambas mujeres. Eyla Puta y La Calva se habían mudado hace siete años a la ciudad, las pocas veces que la menor de las dos compartió palabras con la anciana del tercer piso, le contó que venían desde Valdemoro, que eran amantes y que estaban huyendo de sus padres, quienes repudiaban la relación de las dos jóvenes que apenas bordeaban los treinta años. Aunque eso no estaba ni remotamente cerca de la verdad... como se sabría luego. Las drogas y los excesos empezaron a ser parte de sus vidas desde temprana edad, casi al mismo tiempo que los hechos más sombríos en la vida de ambos comenzaron. Eyla Puta diría que el alcohol muchas veces la ayudó a cometer asaltos a sangre fría, y que las drogas lo llevaban a ése lugar soleado durante los días más lluviosos de su vida.
La noche había caído hace un par de horas ya, las pocas familias del complejo de edificios estaban demasiado ensimismadas en sus propios problemas –por lo general económicos o relacionados con drogas- como para escuchar los gritos y forcejeos en el 401. Dentro de la lúgubre y fétida sala del apartamento una Eyla Puta completamente desnuda forcejeaba con su novia, ambas demasiado drogadas como para saber siquiera por qué habían empezado a discutir. El lugar estaba pobremente decorado, un sofá raído y sucio, una mesita forjada de madera sin procesar, un pequeño mueble con un televisor descompuesto y cubriéndolo todo; ropa sucia, comida en mal estado, deshechos y algo que... parecía ser una mano cercenada. Los ojos de la menor estaban desorbitados, sintió en su cuerpo algunas quemaduras de cigarrillo y luego vio el arma en la mano de su pareja, La Calva parecía fuera de sí, gritándole cosas que, por su estado, no podía entender en su totalidad. Demonios... jamás había estado tan drogada. La Calva dijo algo, su cara se desfiguró y parecía estar a punto de saltar encima de ella, pero Eyla Puta fue más rápida, cruzó la sala en cosa de segundos y luego salió por la puerta principal, bajó las escaleras sin preocuparse de ser seguida y, cuando estaba en el segundo piso se lanzó al concreto de abajo. Sintió como el aire abandonaba sus pulmones, como los gritos de La Calva se escuchaban aún más lejanos y... ¿Era sangre lo que manaba desde su frente? Más eufórica que nunca abandonó el complejo y se perdió entre los callejones de la ciudad, cayó muchas veces y se levantó sólo para seguir corriendo. El cuerpo completamente afiebrado, el viento cortándole el rostro y aun así... necesitaba seguir corriendo. O La Calva la alcanzaría. Unas luces rojas y azules aparecieron de pronto y entonces recordó que estaba desnuda, corriendo por la calle. Mierda. No valía la pena seguir corriendo, pero no sabía cómo comunicarle eso a sus pies. — ¿Todo bien? —uno de los dos policías del coche patrulla le preguntó desde la ventanilla del mismo. Eyla Puta quiso asentir pero sus músculos del cuello no reaccionaban, sus ojos no parpadearon ni siquiera con la fuerte luz de los focos delanteros dándole de lleno en la cara. Y los hombres supieron que algo andaba mal. Uno fue suficiente para cubrirla con una fea manta y subirlo a los asientos traseros del automóvil, Eyla, aunque completamente rígida producto de las drogas no opuso mayor resistencia. Sus pupilas completamente dilatas. — ¿Estás bien? —el hombre preguntó nuevamente, Eyla tenía el temor saliendo por los poros. Simplemente lo miró ausente. — ¿Sabes dónde vives? —intentó el otro alumbrándole el rostro con una linterna, Eyla no hizo amago de retirarla siquiera. — Complejo sur, cuarto piso —respondió de manera mecánica.
Minutos después estacionaron en la dirección dada. Eyla Puta miró por la ventanilla, el apartamento del que había escapado con tanta dificultad le esperaba, y las lágrimas empezaron a bajar por sus coléricas mejillas. Se mordió los labios hasta hacerlos sangrar y se desmayó. Volvió a abrir los ojos sólo minutos después, el familiar olor lo trajo de vuelta y la voz a la que tanto amaba y temía intentaba explicarle a los policías que miraban con mala cara todo el apartamento. — Es mi novia, tuvimos una discusión y... ella huyó —La Calva intentó explicarle por tercera vez— Ella está en un programa de rehabilitación, y se enoja mucho cuando yo no le doy sus dosis pero... nos amamos ¿No es así amor?
La Calva mentía de manera tan descarada, pero ellos no parecían darse cuenta de ello. Eyla la miró asustada, tenía los ojos llenos de ira... ¿Por qué los dos policías no hacían nada para defenderlo de esa bestia? Los hombres miraron a Eyla Puta y luego a La Calva, convenciéndose de su declaración y apurados por salir pronto de ese fétido lugar, asintieron y luego, mirando curiosos hacia el baño con la puerta entreabierta, se fueron. — ¿Así que querías dejarme? —preguntó La Calva con voz gélida, Eyla abrazó sus rodillas sobre el sofá y negó lentamente, las lágrimas cayendo copiosamente por sus mejillas y la sangre fluyendo de su labio inferior— Querías dejarme —afirmó haciendo un teatral puchero— Después de todos estos años... querías dejarme ¿Pero sabes? —sonrió acercándose a ella, pegando su frente a la contraria— Estamos juntas en esto, desde el principio. Eyla Puta lanzó un gemido de terror cuando La Calva comenzó a succionar la sangre aun fresca de su boca, sus ojos presos del terror. Sabía que pronto vendría el final de todo.
Como Eyla diría más tarde, se sorprendió esa noche en que los dos policías fueron a su apartamento y se marcharon sin más. De haber revisado el baño, la cocina o el dormitorio habían encontrado unos cuantos cuerpos en descomposición y, dentro del refrigerador, miembros humanos preparados para el consumo; o, en el dormitorio la colección de cráneos humanos blanqueados con cal.