2011 , Brezo
Los anaranjados rayos de sol golpeaban aun fuertemente las calles de un pequeño barrio al sur de Madrid. Era quizá, el verano más violento en una década y todos estaban enloquecidos con ello. El hielo y el aire acondicionado había subido su precio casi en un 100 por ciento y muchas familias habían quedado sin aquel privilegio producto de los altos precios. El único ruido a esa hora de la tarde era la de los ventiladores en la sala de cada una de las casas. Los niños estaban demasiado aturdidos cómo para jugar en la calle, disfrutando sus semanas de vacaciones de verano y los padres, algunos desempleados, pasaban las horas junto a una tibia botella de cerveza. En la pequeña casa al final de la calle el panorama no era diferente, la madre se dedicaba a hacer costuras en casa y el padre trabajaba de mecánico en un taller a sólo 5 minutos de casa. La única hija de ambos estaba en su cuarto, haciendo quien sabe qué. Eyla, de 11 años esperaba, acostada en su cama, la señal de su mejor amiga desde que tenía memoria: La Calva. Una muchacha tres años menor que vivía a dos casas de distancia. Ambas tenían planeado ir a espiar a la nueva familia que se mudaba al barrio, según habían escuchado el camión de la mudanza llegaba aquella tarde. Lanzó un fuerte bostezo al tiempo que se quitaba las zapatillas, lista para dormir una pequeña siesta y así olvidar un poco la ola de calor. Pero entonces recibió la señal, La Calva movía un espejo quebrado contra el sol, provocando esos brillantes destellos que años antes, cuando por casualidad habían roto el espejo del auto del señor Puta, habían descubierto y adoptado como señal entre ambos. En cuanto vio el desello su sueño se esfumó, saltó fuera de la cama y se calzó rápidamente las zapatillas para bajar corriendo las escaleras y, salir por la puerta principal. La Calva era más baja que ella - tenía el cabello completamente negro, la piel muy blanca y los ojos kk. A veces, cuando se quedaban en la casa de la otra jugaban a que ella era un vampiro. Eyla por su parte era alta y muy delgada, tenía el cabello castaño, los ojos pardos y la piel bronceada.
El aspecto era lo que más las diferenciaba, simplemente eran dos personas muy diferentes que estaban juntas. Pero había algo que los unificaba nuevamente, algo que las hacía parecer dos caras de una misma moneda: ambas pensaban igual. Algunos creían que era por el tiempo que pasaban juntos, o simplemente, porque después de tantos años, sus mentes se habían hecho una. La madre de La Calva siempre le reclamaba esta peculiaridad, alegando que ni con su hermana menor, con quien se llevaba seis años de diferencia, ocurría esto. La pequeña Amaya era el ser más diferente a su lúgubre hermana mayor que a sus diez años había adoptado el sótano cómo habitación. Y quizá era por lo mismo que los demás niños del barrio no jugaban con ellas. Desde pequeña, Ely había actuado con madurez, intentando pasar por alto esos tres años que lo diferenciaban de su única amiga. Y La Calva a su vez intentaba madurar aún más, fingiendo una faceta oscura y fría, que escuchaba música violenta y leía libros para adultos. — Hasta que llegaste ¿Qué hacías? —exclamó La Calva poniéndose de pie y guardando el trozo de espejo en el bolsillo de su ancho pantalón corto— ¿Te maquillabas acaso? Eyla rodó los ojos y sonrió. Estaba acostumbrada a los modales petulantes de La Calva, ella siempre era quien le bajaba los humos o la traía de vuelta en esos momentos en los cuales se volvía más violenta y huraña. — Claro que sí —bromeó— ¿Quedé linda? La Calva la miró y sonrió de lado, pero esta sonrisa se esfumó de inmediato. Una de las cosas que no se permitía a sí misma era sonreír o llorar. Había leído, en una revista donde entrevistaban a un renombrado asesino de la década anterior que él cuando niño jamás sonreía ni tampoco tenía amigos. Pero La Calva podía soportar tener una amiga, podría serle útil siempre y cuando no se encariñara con ella. Lo malo de los amigas, o compañeras en su caso, es que se encariñan muy rápido y cuando quieres dejarlas te hacen una escena.
— ¿Ya llegaron? —Ely preguntó, La Calva estaba en silencio. Ésta simplemente asintió y apunto con el mentón a la casa azul oscuro junto a la suya. Un enorme camión de mudanzas estaba estacionado fuera de ella y hombres con ropa de trabajo entraban y salían llevando cajas. — Los nuevos llegaran dentro de una media hora— informó alzando una ceja, Eyla la miró interrogante— Uno de esos tipos me dijo, a cambio de un vaso de agua. — ¿Crees que sean estrellas de rock? —la pregunta brotó de sus delgado labios y miró a su amiga con ojos centelleantes.
La Calva negó una vez— No creo que una estrella de rock traiga a su familia a vivir a un barrio de mierda cómo este, Ely. — Ya veo —dijo haciendo una mueca, de verdad se había ilusionado con tener a un amigo cuyos padres eran estrellas de Rock. Se imaginaba en su sala de estudio, con las decenas de guitarras del padre colgadas en la pared, buena música y una madre realmente hermosa, como las de las revistas— Pero podría ser, si es que se cansaron de la ciudad y... — No creo que sea alguien importante, Ely —La Calva la cortó chasqueando la lengua— Simplemente debe ser una familia numerosa a la cual no le alcanzaba el dinero en la ciudad o religiosos. Eyla asintió, la pequeña esperanza de que el padre de su futuro amigo le enseñara a tocar guitarra se había esfumado tan rápido cómo había aparecido. Observó por el rabillo del ojo a su amiga, simplemente se había sentado en el césped y se dedicaba a quitarlo a puñados. Eyla sintiéndose tonta al quedarse parado la secundó. Pero en cuanto se sentó, La Calva se levantó. El automóvil con la familia había llegado. La mayor se preparó para anunciarlo, pero La Calva la hizo callar con un gesto de la mano. Ni siquiera la estaba mirando a ella, sino que observaba casi sin parpadear a las tres personas que acababan de bajarse del automóvil. — Llegaron —dijo Eyla, sin saber por qué ya que era obvio que La Calva ya estaba al tanto de esto. Casi poniéndose de puntillas entre los altos setos vio cómo una niña que tenía más o menos la edad de ellas miraba la que sería su nueva casa. Tenía el cabello emo y corto, vestía pantalones muy planchados y una camiseta de color azul claro. Eyla miró un poco más, sus padres eran personas de unos cuarenta años, la mujer llevaba en su regazo a un gato gordo y el hombre tenía las manos en los bolsillos. Eyla miró a La Calva, esta también observaba a la pequeña familia e instantes después se volteó a mirarla. Eyla Puta la sonrió. Una de las cosas que habían conversado con respecto a la nueva familia era si es que ellos tendrían una niña y si es que éste querría unirse a ellas en su pequeño grupo de sólo dos integrantes. — ¿Vamos a darle la bienvenida? —propuso Ely, La Calva hizo una mueca de disgusto. — No podemos ir ahora, creerá que la estábamos observando —dijo rodando los ojos, Ely ladeó la cabeza ¿Acaso no era eso lo que hacían? La Calva alzó ambas cejas y chasqueó la lengua— Déjame pensar —comentó después de un rato— Tú sólo dedícate a ser simpática, es lo que mejor sabes hacer.
La mayor volvió a mirar a la familia, sin saber si aquello había sido un alago o un insulto. Aunque no logró darle muchas vueltas al asunto porque, casi de inmediato, La Calva la tomó del hombro y la empujó hacia delante. Se sintió volar en medio de las hojas de la cerca de arbustos y casi sin darse cuenta, cayó de bruces al suelo. Un alarido salió de sus labios al mirar su rodilla, estaba sangrando. Miró a La Calva quien dio unos pasos hacia ella, con una sonrisa de júbilo en el rostro. — Quéjate más fuerte —le dijo apegando los labios. Ely, con lágrimas en los ojos asintió. Sus gruñidos eran raros y fingidos, la primera impresión había sido de susto al ver su rodilla, pero luego había recordado que estas siempre estaban rotas. De hecho gracias a ellas había logrado que su colección de costras creciera tanto en sólo tres meses. Luego de un alarido que sonó casi cómo el de un gato al cual le pisaron la cola, la nueva chica miró hacia ellas y, notando a Eyla en el piso corrió. La Calva le guiñó un ojo a Eyla y luego se arrodilló a su lado. — ¿Estás bien? —la chica preguntó, parándose a un metro de distancia. Ely negó— Iré por agua y un parche, espérenme aquí —agregó dándose la vuelta. — Espera —La Calva habló ahora, las dos muchachas la miraron— No es necesario, Eyla vive a un par de casas de aquí ¿Cierto Ely? Eyla estaba lista para decir que un poco de agua no le haría ningún daño cuando notó el gesto en el rostro de su amiga, y tragándose el nudo de la garganta negó. La chica las miró y sonrió. — Por cierto, me llamo Camila —dijo con una sonrisa. Eyla estudió el rostro de la muchacha, tenía una prominente frente sobre sus cejas y bajo ellas, unos ojos increíblemente normativos. Parecía ser buena persona. — Soy La Calva, tu vecina —sonrió poniéndose de pie frente a ella—Soy un bb. La chica sonrió y extendió una mano— Yo una china —dijo y La Calva sonrió también, tomando su mano. Jamás había tenido una amiga que tuviera casi su madurez. Ely se tragó las palabras y las observó desde abajo. La rodilla le quemaba y tenía una extraña sensación en el estómago, cómo si le estuvieran exprimiendo los intestinos y todo lo demás. Sin decir nada, vio cómo las dos niñas se encaminaban a la casa del nuevo, sin siquiera voltearse a verla. Se mordió los labios fuertemente y frunció el ceño. Odiaba a esa China. La odiaba por quitarle a La Calva.