Capítulo uno| "Una simple coraza".

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Un día antes de la carta.

La aguja del reloj se movió una vez más, mi sufrimiento era cronometrado y acompañado de fórmulas químicas en la pizarra.

El silencio era abrumador, permanecer callada durante un largo período de tiempo me era doloroso, necesitaba de conversar con otros. Ni siquiera podía golpear mi lápiz contra la mesa para distraerme, porque a Sabrine le molestaba, o mecer mis pies porque los de Maxwell Fox llegaban hasta mi asiento, ¿Qué le daban de comer a ese chico?

¿Qué clase de nombre era ese? “Maxwell”, me sonaba tan raro como el de Sabrine, usualmente se encontraba a alguna “Sabrina”, pero... Pero... Pero, ¿Por que yo estaba criticando nombres ajenos cuando el mío era Malibú?

No es que deba de quejarme tanto con ello después de todo... Mis emociones sobre el nombre que me fue otorgado eran cambiantes, y no porque sea una típica adolescente de emociones encontradas, sino por la forma en la que la gente lo decía.

Podrías un día llamarme para algo bueno -como comer- y lograrías así que ame mi nombre con todas mis células, o bien podrías soltarlo de manera burlona, despectiva o sarcástica, y conseguirías que lo odie con la misma intensidad o aún más.

—Malibú Bouchard, ¿Debo de sorprenderme al encontrarla filosofando en mi clase de nuevo?

Y esa era el tono venenoso del cual hablaba, pero ojo, solo la profesora Boulez era capaz de emitirlo.

—Sin afán de ofenderla, o faltarle el respeto, he de confesar que me exaspera y aburre su hora...

Heme aquí siendo la mocosa maleducada que mi madre corregiría con un jalón de orejas... Pero en mi defensa, la profesora de Química Orgánica había perdido todo mi respeto al presentarse en mi casa aquella vez...

Víbora de cuatro ojos.

Y ahora que lo pienso, ¿Me reprendería mi madre por mis formas de hablar o me daría una palmadita felicitándome?

Sus dientes blancos y alineados a la perfección ejercieron presión—. Sepa usted que la clase no tiene como objetivo principal entretener a los alumnos.

—Ni principal, ni secundario, ni siquiera terciario.

Las risas de mis compañeros me tranquilizaron un poco, no era costumbre mía ser tan exasperante.

—A gabinete, ahora —señaló la puerta con desdén.

Me levanté, orgullosa, y junté mis pertenencias. Crucé un mar de miradas entre divertidas y reprendedoras hasta la puerta.

Boulez, más que animada, se atrevió a añadir—. Nos vemos en Navidad.

—Como digas, Jacinta —sonreí burlona y enojada a la vez.

Salí del lugar cuando ella iba a abrir la boca y apresuré mi paso.

El duro intercambio de palabras con la profesora me llevaban ya tres visitas al gabinete en lo que iba de la semana.

Ir a la oficina de la psicopedagoga era aún más abrumador que visitar a la Directora Marshall...

Aporreé la puerta y esperé mientras leía un cartel pegado frente a los casilleros.

MalibúWhere stories live. Discover now