Las señoras de Longbourn no tardaron en ir de visita a Netherfield, y las de Netherfield correspondieron a su vez. La simpatía personal de la señora Bennet fue ganando cada día más la voluntad de la señora Hurst y de la señora Bingley. Éstas encontraron insoportable a la madre y sin interés a las hermanas más jóvenes, pero expresaron a las dos mayores cuánto les gustaría intimar con ellas.
Esta distinción tan singular agradó sobremanera a Jean, pero no llegó a congraciarlas con Elizabeth, que seguía pensando que eran demasiado estiradas en su trato con la gente, sin exceptuar a su propia hermana; valoraba, sin embargo, la simpatía que demostraban hacia Jean, aun dentro de su altanería, como un reflejo de la admiración que por ella sentía su hermano. Siempre se encontraban, se hacía evidente la admiración del joven; pero también veía a Elizabeth con no menor claridad que Jean se dejaba ganar cada día más por la simpatía que el joven le había inspirado desde el primer momento, y llevaba camino de enamorarse de él perdidamente. Sin embargo, como Jean unía a un corazón apasionado la serenidad del carácter y la uniforme simpatía en el trato, pensaba Elizabeth con agrado que siempre estaría a cubierto de las sospechas de los entrometidos. Confió sus pensamientos a su amiga, la señorita Lucas. Charlotte le contestó:
-En casos como éste, no está mal el despistar a la gente; pero hay ocasiones en que resulta desventajoso ser tan reservada. Ocultando sus pensamientos al hombre a quien ama puede una mujer perder la ocasión de despertar su amor, y es un triste consuelo para ella pensar que nadie se ha enterado de que estaba enamorada. En los enamoramientos entran por mucho la gratitud y la vanidad; de ahí que sea peligroso dejar que surjan por sí mismos. Su iniciación puede ser espontánea y empezar como una sencilla preferencia, cosa muy natural; pero somos pocos los que tenemos suficiente valentía para enamorarnos del todo si la otra parte no nos anima. De diez casos, en nueve yo aconsejaría a las mujeres que demostraran más afecto que el que realmente sienten. Tu hermana le gusta a Bingley, eso salta a la vista; pero todo puede quedar en una simple simpatía si ella no lo anima a continuar.
-Ya lo está haciendo ella a su manera. Yo lo veo, y si él no se da cuenta, es un mentecato.
-No olvides, Eliza, que él no conoce como tú el caracter de Jean.
-Cuando una mujer no lo oculta, el hombre que es objeto de sus preferencias acaba por enterarse.
-A fuerza de tratarla, sí; pero aunque Bingley y Jean se ven con alguna frecuencia, nunca están juntos muchas horas. Suelen verse en reuniones a las que asiste gran número de personas, y eso les priva de conversar a solas mucho rato. Jean debe aprovechar bien las medias horas en que lo tiene para ella sola. Cuando él se le haya declarado, le sobraría tiempo a ella para enamorarse todo lo que le dé gana.
-Muy bonito plan -le contestó Elizabeth-, si solo se tratara de hacer una boda ventajosa. Yo lo seguiría si me resolviera a salir a la caza de un marido rico o de un marido a secas. Pero no es eso lo que Jean se propone; ella no lleva segunda intención. Hasta ahora, ni ella misma sabe lo que siente, ni si lo que siente es razonable. No hace más que quince días que lo conoce. Ha bailado con él cuatro piezas en Meryton; lo vio una mañana es su casa, y han comido los dos cuatro veces a la mismaa mesa. Eso no basta para que ella conozca su carácter.
-La cosa no es como tú la pintas. Comiendo a la misma mesa se habría informado simplemente de si tiene o no buen apetito; pero, además de comer, han pasado juntos las cuatro veladas, y en cuatro veladas se puede adelantar mucho.
-Sí; en cuatro veladas han podido descubrir que ambos prefieren tal o cual juego; pero me imagino que en otros aspectos fundamentales, muy poco habrán ahondado.
-Deseo de todo corazón que Jean tenga éxito, y opino que, si se casaran mañana mismo, tendría las mismas posibilidades de ser feliz que si estuviera estudiando su cáracter un año entero. La felicidad en el matrimonio es solo cuestión de suerte, y no se adelanta nada para conseguirla con que las dos partes se conozcan a fondo, o con que parezca de antemano que tienen los mismos gustos. Una vez casados se van diferenciando lo bastante para molestarse mutuamente. En fin, que es una ventaja saber lo menos posible de los defectos de la persona con quien ha de pasar una la vida.