Capítulo 1: Dos mundos

67 4 1
                                    

NATHANIEL

Estaba sentado en el sillón de mi sala, atentó al constante tic tac del reloj frente a mí, provocando que mis pies golpearan el suelo al mismo ritmo, pero siempre procurando ser discreto para que el ruido no molestara a mi padre. Todo en un intento por ignorar el sonido de los segundos pasar, mientras yo estaba sentado ahí como un tonto. Una tarea imposible.

Este día no había comenzado del todo bien y ni siquiera tenía más de tres horas despierto.

Normalmente suelo llegar temprano al instituto, de esa manera me daba tiempo de hacer mis papeleos o estudiar para algún examen importante. Sin embargo ese día Amber estaba imposible y logró que ambos nos atrasáramos.

―¡No tengo nada que ponerme! ―gritaba mientras corría de un lado a otro por toda la casa.

Su cuarto estaba hecho un desastre con prendas esparcidas por todo el suelo. Si eso significaba no tener nada que ponerse entonces eso me declaraba a mí oficialmente un vagabundo.

―Esta tarde iremos de compras para conseguirte algo nuevo, mi niña ―le respondía mi madre.

No pude evitar girar mis ojos y suprimir un gran suspiro. Como si ella necesitara ropa nueva. En cambio, yo tenía ya tiempo pidiéndoles dinero para poder comprarme unos zapatos nuevos, pues los que traía puestos estaban comenzando a desgastarse. No podía arriesgarme a que terminarán por romperse.

A veces era impresionante como un simple berrinche los doblaba al instante. Porque claro, como siempre, mis padres solo callaban o la defendían. "La princesa de papá", le decían. Pero yo sabía que lo hacía con todas las intenciones de molestarme. Porque el pasatiempo favorito de mi hermana, además de maquillarse y probarse cientos de conjuntos de ropa diferente para tomarse fotos y subirlas a sus redes sociales, era recordarme constantemente que yo siempre estaría debajo de ella, en cuanto a lo que era la visión de mis padres.

Ella conocía perfectamente las actividades que estaban por realizarse durante la próxima semana en la escuela. Ella estaba consciente de que yo tenía que encargarme de organizar todo y que necesitaría ese tiempo libre para no descuidar mis calificaciones.

Sin embargo no todo estaba perdido. Aún me quedaban muchos tiempos muertos entre clases que podría aprovechar, por lo que no dejaría que aquello arruinara mi lunes. Ese era de mis mayores placeres en la vida; no dejar que las personas como mi pequeña hermana vieran que me doy por vencido. Me llenaba de orgullo, aunque era una sensación que terminaba por desvanecerse a lo largo del día. Al final de todo, era un poco decepcionante como todos mis días solían reducirse a estudiar diario, organizar todos los eventos que a la directora no le apetecía y regresar a casa para realizar las tareas domésticas que Amber no mostraba interés por hacer. Básicamente no tenía tiempo libre para hacer lo que más me gustaba mientras no estuviera en período vacacional.

Bueno, tan solo tenía diecisiete años y podía afirmar con total seguridad que no estaba viviendo mi vida como se supone que debería. Definitivamente no como el resto de mis compañeros.


El constante tic tac me perseguía aun ya fuera de la casa. Cuando menos lo esperaba, me encontraba viendo el reloj de mi muñeca cada vez que un semáforo cambiaba a rojo. Pude respirar hasta que finalmente nuestro padre nos dejó en la entrada del instituto exactamente dos minutos antes de que las puertas se cerraran, pero a pesar de eso había bastante gente en el patio platicando o recostadas en la hierba, algo que no me sorprendía del todo ya que, por alguna razón que seguía sin comprender, a los jóvenes de mi generación la puntualidad era lo que menos importaba. Segunda cosa por añadir a la lista de diferencias entre Nathaniel y el resto de la población estudiantil aunque, por si eso no era suficiente, aquí iba lo más extraño en mi: amaba pasar tiempo en la escuela, empezando porque una vez que cruzaba aquella gran puerta doble, no volvía a saber nada de mi hermanita hasta llegar a la casa nuevamente. Básicamente nos evitábamos el uno al otro.

Cuando empecé a amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora