Capítulo 3: Un vistazo al pasado

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CASTIEL

Odiaba el momento en que el despertador sonaba indicando que era momento de levantarse de la cama. No entendía porque era necesario ir tan temprano al colegio, dudaba que el cerebro de cualquiera funcionará correctamente a las seis de la mañana. Pero si eso no era suficiente, hoy tendría que continuar ayudando a los tontos clubes de la escuela con sus tontas actividades ¿Existía algo más molesto? No lo creo. Por suerte cuando llegué ayer Lysandro y yo pudimos ensayar un poco, menos de lo normal pero me sirvió para distraerme del hecho de que estuve rodeado por tierra toda mi tarde.

Al quitarme las sábanas negras de encima de mí y pararme justo el pie de mi cama, tenía pegado en la pared un calendario donde iba tachando los días que hacían falta para tener nuestra presentación en ese bar. Debía admitir que me tenía bastante emocionado tener una oportunidad como esta por primera vez. Debajo de ese pedazo de papel colgado estaba mi guitarra eléctrica roja. La primera que tenía y la única a decir verdad, pero con eso me bastaba por el momento.

- ¡Castiel! ¿Estás despierto? ¡Ya está el desayuno listo! – escuchaba la voz de mi madre al final del pasillo gritando. Debajo de la puerta entraba un ligero aroma a waffles que provocaban un ligero rugido en mi estómago.

- ¡Dame un minuto! – le contesté gritando igualmente.

Una de las ventajas de que mi madre regresará para ocuparse de mí era que no tenía que hacerme el desayuno, dándome más tiempo para dormir en las mañanas y no llegar hecho trizas al instituto. Eso sin contar que ella también realizaba la limpieza del hogar, aprovechando yo ese tiempo para escuchar música, ensayar o salir a tomar algo con Lysandro. Vaya, hasta ahora eran las únicas razones buenas que lograba encontrar.

Efectivamente eran waffles.

Cuando llegué aquella mañana al instituto no encontraba a Lysandro por ningún lado, ni en el aula, en el patio o la cafetería, por lo que finalmente decidí ir al único lugar donde no había buscado: la azotea. Él y yo solíamos ir ahí de vez en cuando, cuando teníamos algún problema o necesitábamos inspiración para crear una nueva canción, aunque no era una cosa sencilla llegar hasta arriba puesto que implicaba subir y subir demasiadas escaleras, pero una vez arriba te dabas cuenta de que todo ese camino... valió la pena. Debía admitir que era el único lugar donde estaba realmente relajado y a gusto; el aire era fresco allá arriba te aclaraba los pensamientos y lo mejor era que nunca nadie más iba allá lo que lo convertía en "nuestro lugar especial" por más cursi que eso sonará.

Subí las últimas escaleras, hasta que vi una puerta al final del pasillo. En cuanto la abrí, sentí el aire fresco en el rostro. Amaba las alturas por diferentes razones. Para empezar, ese cosquilleo que sientes al mirar hacia abajo por la adrenalina que sube por tu cuerpo, provocando un leve cosquilleo. Una vez arriba, te sientes grande y poderoso, sin ningún límite y en tu vida; solo eres tú, el viento y la gran ciudad bajo tus pies. Lo mejor de todo era que, en las grandes alturas, nada podía alcanzarte, los problemas y preocupaciones eran demasiado cobardes como para alcanzarte hasta arriba.

De acuerdo, me estaba poniendo sentimental... o lo que sea.

- Buenos días, Castiel. – Lysandro estaba apoyado en el barandal, con la mirada perdida.

- Si, hola. – respondí. Me acerqué junto a él, apoyándome de la misma manera. Metí la mano en una de las bolsas de mi mochila y saque una caja de cigarrillos, junto con un encendedor.

- Creí que lo habías dejado... - dijo mi amigo, con un ligero suspiro. Odiaba que fumara.

- Primero que nada, nunca he sido adicto a esta cosa, solo fumó dos o tres veces al mes, y segunda, me lo merezco ¿Sabes lo fastidioso que fue pasar mi tarde en la escuela?

Cuando empecé a amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora