Prólogo

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Año 2187

Dolor. Es todo lo que mi mente puede procesar mientras miro otro bosque quemado. Un dolor tan abrasador como las llamas que lo generaron, se instaló en lo profundo de mi corazón como una oscura marca, aferrándose a mí.

En mi interior aún se libraba una tormenta furiosa, decidida a salir junto con todas las emociones a carne viva, persuasiva, una voz en mi interior hablándome de lo bien que sería dejarla salir y ser la verdadera tempestad que podía ser sobre el terreno marchito, destruyendo lo que sabía que, no se podía reparar con solo agua.

Escucho los sollozos de los pocos espíritus que permanecieron. Lamentos tanto espirituales como terrenales, creados por las pequeñas artimañas y las grandes bestias que, a pesar de sobrevivir a la imponente colisión, no salieron del todo impunes al abrasador fuego.

Era seguro que, si hubiera estado en una forma física habría llorado por la injusticia. Esto no es para lo que estoy aquí. Estoy aquí para protegerlos, sanarlos, no para verlos morir de una forma tan dolorosa.

Mi alma camina alrededor de los escombros y cenizas de lo que una vez fue un frondoso bosque y doy inicio a mí canción, una en la que solo ellos pueden sentirse bien, algo que curara sus llagas y los levantara de nuevo de las cenizas.

No obstante, con mi despertar tan reciente después de haber pasado dormida en la tierra casi seiscientos años, mi poder es débil,me toma más de lo necesario acabar con unos simples hechizos para ayudar al bosques. Es como si, de nuevo, estuviera dando mis primeros pasos; Inseguros, escasos, débiles. Por la gran madre, soy más vieja a cada año, a pesar de que nunca podrá notárseme realmente.  

Una espiral de hojas verdes y cenizas se mezcla alrededor de mi alma antes de poder tomar forma física. Es más sencillo el proceso de curación, las plantas responden a mi tacto como a mis palabras. El viento ha avanzado, creando bailes entre las desnudas ramas de algunos árboles y las hojas secas, sigo con mi canción de cuna mientras camino, arrastrando los residuos con el viento lejos.

—Duele. Duele mucho.— Escucho el femenino murmullo con un gemido apagado. Escaneo con la vista, buscando a la dueña de  la voz. Uso todos mis sentidos para encontrarla.

 Al final la encuentro. El alma de lo que una vez fue un imponente roble, su cara contraída de dolor, el tronco separado del lugar al que debe pertenecer, todo en ella es negro y gris. En cuclillas paso mi mano por su cara haciéndole saber que estaba con ella.

Estoy aquí. —Inmediatamente dejo las suaves palabras salir un par de ojos negros se enganchan a mí. La vulnerabilidad en ellos me destroza más de lo que podría pensar.

—La princesa... Estás... aquí…viva.—Balbucea.

—Ahora te encuentras a salvo.

—¡No! —Sus ojos se agrandan con temor—.Nadie está a salvo de ellos, ni de su numerosa prole.—Grita con la voz rasposa.

—¿Quiénes?— A pesar de saber la respuesta a la pregunta no conseguí evitar formularla. Nadie además de los cambiantes malditos sería capaz de cometer tal atrocidad con tanta naturalidad y calma como…

—Los hombres.— Termina por confirmarme el roble.

—¿En dónde se encuentran los cambiantes? ¿Qué ha sido de ellos?— La ira sustituyendo la tristeza que me embargaba. Se suponía que debían mantener controlados a los humanos, ayudar a los hijos de la Gran Madre, ¿dónde estaban todos? 

—Los cambiantes… desaparecen al igual que todos.— el roble cerro los ojos, pensando en las palabras exactas—. La mayoría han sido cazados por unos grupos de humanos que lograron descubrir su existencia. Se llevan algunos para ex-experimentar con ellos, saber sus debilidades. Los otros son cazados por los malditos. Muchos seres han sido exiliados de sus hogares, y a nosotros, los espíritus, ya nos están condenando a morir para expandir su territorio.—El agotamiento se va marcando en su rostro, una sola lágrima de resina sale de uno de sus ojos.

El hombre,había aprendido una vez, era la criatura más compleja en la búsqueda de su verdadero ser, y al mismo tiempo tan predecible por sus actos impulsivos, avariciosos y egoístas. Ningún hombre era igual, sin embargo, la mayoría buscaba el mismo fin, ninguno de ellos tenía en cuenta las causas de sus actos.   

—¿Cuál es tu nombre?

—Sílfide.

—Sílfide.— Comencé—. No puedo ayudar a regresar a un árbol que se ha partido. Desearía poder hacer más por ti,—exprese con sumo pesar. Agregado a eso, mi poder era una sombra de lo que una vez fue. De rodillas ahora, plante ambas manos en su frente, dejando ir un mínimo de energía—.sin  solo puedo crear vida en ti.

—Va a ir para mejor ahora, usted está aquí.

Una punzada de remordimiento me paraliza momentáneamente. Pensar que estuve tentada a ignorar la llamada de mi madre, mientras que otros estaban sufriendo, días, quizás décadas. Y yo dormida bajo tierra, no podía sentirme más avergonzada de lo que ya estaba.

—¿Qué es lo que ha pasado durante estos siglos?—Hice la pregunta más para mí misma, la energía cobrando forma ahora en el cuerpo del roble, creando pequeñas plantas con florecillas de colores en cada rama.

—Todo se vino abajo.—Termino, cerró los ojos y exhalo un último suspiro—. Gracias, princesa.

—Aun no he hecho nada por el que me debas unas gracias, Sílfide.—Le conteste al ahora silencioso árbol.

Sé que no puedo cambiar ya nada, si cientos de cambiantes no pudieron hacer nada, una anciana como yo sería fácilmente lanzada aun lado. Pero por lo menos hare lo que se me pidió por última vez antes de que caiga de nuevo en el sueño del que ya no tengo la menor duda si volveré a despertar.

Levantándome dirigí la mirada hacia la dirección en la que mi destino aguardaba.  

Tengo que matar a uno de los míos.  

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