III. Pavor.

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Él llevaba zapatos brillantes, negros y elegantes, con finos toques que combinaban con el outfit completo. Su andar sonaba sobre el pavimento invernal mientras subía solo por la calle. Él se concentraba en escuchar el sonido que producían, la cautivadora música que lo atraía como la melodía del flautista de Hamelin.

        Clic, clic, clic...

Lo adelantó despacio y observó al chico con los hambrientos ojos de un depredador. Era joven, con el cabello negro y brillante, y atractivo; llevaba un jeans de corte recto que dejaba ver unas piernas esbeltas. Una chaqueta de invierno entreabierta que llegaba hasta la altura del pectoral pero no era suficiente para mantener caliente su cuerpo; se veía la carne de gallina y el tono azulado de la piel desnuda y fría.

        Clic, clic...

Volvió a pasar a su lado después de unos minutos. La calle estaba casi vacía, pero él no advirtió su presencia; continuó su equivocado recorrido con un gesto de determinación en su hermoso rostro.

        Caminando solo.

        Perdido.

Las nubes que había en las alturas estaban bien cargadas y amenazaban con lluvia. Él no vio que llevase un paraguas. ¿Hasta dónde pretendería seguir caminando cuando el cielo comenzase a llorar? Seguramente no querría mojarse. Seguramente tendría los pies cansados. Era inevitable que acabase necesitándolo.

Con paciencia, observó cómo sacaba un mapa de su bolsillo. Su sedoso cabello negro azabache cayó sobre su cara cuando lo desplegó y comenzó a intentar encontrar un sentido a la intrincada red de carreteras, calles y cajones. Estaba concentrado, con los ojos entornados, y cuando por fin descargaron las nubes y lo salpicaron con frías gotas lanzó una mirada irritada al pesado cielo y empezó a observar toda la calle en busca de refugio. No había taxis ni cabinas telefónicas; ningún café ni tienda. Nada en manzanas.

       La lluvia arreciaba.

       Clic...

El chico volvió a ponerse en marcha caminando más deprisa sin un destino concreto, con el mapa arrugado por la frustración en una mano. Las gotas de lluvia lisas y brillantes al bajar por la tela del jeans.

        Él se puso a su lado.
        Éste es el momento.

        Bajó la ventanilla.

-¿Tiene problemas? –Le preguntó.- Parece perdido.

-Estoy bien –Contestó el azabache lanzando una mirada nerviosa a la calle. Regresó la vista al conductor notando cómo una máscara le cubría perfectamente el rostro. Nada fuera de lo normal.

-¿Seguro? Esta zona no es segura para andar solo. –Miró ostensiblemente su reloj.- Mi esposa me está esperando en casa para cenar, pero podría retrasarme un poco y llevarlo a donde necesite ir.

En el dedo anular de su mano izquierda relucía una alianza. La había limpiado a propósito para una ocasión como aquella.

        Él se quedó mirando unos segundos el anillo. Le parecía familiar.

-No, no; estoy bien, creo... -Su cara era bonita, joven y de una perfección impresionante, y su piel pálida estaba sonrosada por el esfuerzo, irradiaba una luz cálida como una lámpara de porcelana.- ¿Sabe dónde está la calle Cleveland? –Preguntó.

-¡Wooh! Está usted lejísimos de la calle Cleveland. Estamos en Philip. Venga joven, deje que le enseñe en el mapa.- Le hizo una seña para que se acercase y ella fue despacio hasta apoyarse en la puerta del acompañante. Él notó el olor dulce y joven de su sudor. La cara del chico relucía, ahora un poco más cerca de la suya.- Venga, entre un momento. Se está enfriando.

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⏰ Última actualización: Jun 10, 2018 ⏰

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