El anillo de Toth (de Arthur Conan Doyle)

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Mr. John Vansittart Smith, F. R. S., domiciliado en el 147-A de Gower Street, era un hombre cuya fuerza de voluntad y claridad de juicio podrían haberle situado en el puesto más alto de los observadores científicos. Sin embargo, fue víctima de una ambición de universalidad que le incitó a querer sobresalir en todo orden de materias en vez de lograr la celebridad en una en concreto. En sus primeros años demostró una aptitud especial para la zoología y la botánica, lo que hizo que sus amigos le considerasen un segundo Darwin; pero, cuando estaba a punto de obtener una cátedra, interrumpió repentinamente sus estudios y concentró toda su atención en la química. En esta materia, sus investigaciones sobre el espectro de los metales le acreditaron como miembro de la Royal Society; pero de nuevo jugó la baza de la veleidad y, después de un año de ausencia del laboratorio, se afilió a la Oriental Society y dio lectura a una comunicación sobre las inscripciones jeroglíficas y demóticas de El Kab, proporcionando de esta manera un ejemplo fehaciente de la versatilidad e inconstancia de su talento.

Sin embargo, hasta el más voluble de los pretendientes está expuesto a ser cazado al fin, y esto fue lo que le sucedió a John Vansittart Smith. Cuando más profundizaba en la egiptología más impresionado quedaba por el vasto campo que se abría al investigador y por la excepcional importancia de una materia que prometía arrojar alguna luz sobre los primeros gérmenes de la civilización humana y el origen de la mayor parte demuestras artes y ciencias. Tan impresionado estaba Mr. Smith, que contrajo inmediatamente matrimonio con una joven egiptóloga que había escrito acerca de la sexta dinastía. Asegurada de esta forma una sólida base de operaciones comenzó a recoger materiales para una obra que aglutinaría el rigor de Lepsius y la genialidad de Champollion. La preparación de esta magnun opus le obligó a realizar muchas visitas perentorias a las magníficas colecciones egipcias del Louvre, y fue precisamente en la última de éstas, no más allá de mediados del pasado octubre, cuando se vio envuelto en la más extraña y notable de las aventuras.

Los trenes habían sido lentos y el paso del Canal borrascoso, de modo que llegó a París en un estado algo nervioso y febril. Cuando se encontró en el Hôtel de France, en la rue Laffitte, se tumbó en un sofá durante un par de horas, pero al ver que era incapaz de conciliar el sueño, resolvió, a pesar de la fatiga, hacer una visita al Louvre, comprobar los temas que había venido a solucionar y coger el tren nocturno para Dieppe. Tomada esta determinación, se puso encima el abrigo, pues era un día frío y lluvioso, y emprendió el camino a través del bulevar de los Italianos y bajó por la avenida de la Opera. Ya dentro del Louvre se hallaba en terreno familiar y se dirigió rápidamente a la colección de papiros que tenía intención de consultar.

Ni los más entusiastas de los admiradores de John Vansittart Smith podrían asegurar que era un hombre atractivo. Su larga nariz aguileña y la barbilla prominente tenían el mismo carácter agudo e incisivo que distinguía su intelecto. Mantenía erguida la cabeza a la manera de un pájaro, y parecían también picotazos de pájaro los movimientos con que lanzaba sus razonamientos y réplicas en el transcurso de la conversación. Mientras permanecía allí, con el cuello del abrigo levantado hasta las orejas, podría haber observado en el reflejo de la vitrina de cristal que tenía ante él que su aspecto resultaba bastante singular. Pero sólo cayó en la cuenta de esta circunstancia, recibida como una súbita sacudida, cuando alguien que hablaba en inglés exclamó a sus espaldas en un tono perfectamente audible:

—¡Qué aspecto tan raro tiene ese individuo!

El investigador contaba con una considerable proporción de frívola vanidad en su personalidad, que se manifestaba en una despreocupación ostentosa y exagerada por toda suerte de consideraciones personales. Se mordió los labios y se concentró en el rollo de papiro, mientras su corazón rebosaba rabia contra toda la raza de viajeros británicos.

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