Como yo no iba a estar nervioso si una mujer tan hermosa había accedido a ir a cenar con un tremendo bueno para nada como yo.
Nos dijimos al café.
Nuestras conversaciones se volvían cada vez más intensas y profundas, eso de cierta manera me gustaba.
Pasamos horas hablando. Todo era tan fluido que podríamos estar ahí parloteando por miles de horas más. La conexión era más que evidente.
Cuando ella hablaba, el mundo entero parecía desaparecer para mi. Solo estábamos ella y yo. Nadie más.
Solía concentrarme en sus labios mientras soltaba palabras, mi instinto no dejaba de plantearme la idea de sobre como sería sentir sus labios con los míos. El deseo aumentaba crecientemente.
Sus piernas eran maravillosas, sus miradas y su sonrisa eran lo más bonito que había presenciado en un buen rato.
Era oficial. Yo estaba ahí: hipnotizado.
Estaba.