De verdad

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Sherlock se Apareció en medio de su sala del 221B, mientras se dirigía a la cocina pensaba en su diminuta chimenea, de no ser por ella habría llegado por la siempre confiable Red Flu. Suspiró. Tenía cosas más importantes a las qué prestar atención. Como primer lugar; John, que se encontraba tranquilamente dormido sobre su sofá, con un libro sobre el regazo roncando ligeramente mientras estaba en marcha un caso que, si bien no era como los demás, merecía aun así toda su atención. Cosa que obviamente no iba a poder hacer si su compañero insistía en holgazanear al mismo tiempo en que él trataba de hacer su trabajo.

Detuvo su mano poco antes de mover a John, entendía que su trabajo en el San Mungo acaparaba casi todo su tiempo por lo tanto, tal vez, puesto que no necesitaba ahora mismo de un medimago, pensó en dejarlo dormir un poco más. Rápidamente fue a la cocina, dentro había dejado un termo muggle repleto hasta el borde con café negro combinado con unas gotas de su poción favorita; veritaserum. Sonrió al ver el cilindro sobre la mesa, el barón Gruner soltaría todas y cada una de las cosas que Sherlock quisiera escuchar, y él solamente tendría que grabarlo, presentarlo ante la señorita Violet y cerrar por fin este caso. Fácil.

No obstante, nada más poner una mano sobre el termo, Sherlock notó una grave falta de contenido. Resopló, hizo un recorrido mental sobre si realmente lo habría llenado la noche anterior y, al estar completamente consciente de sí haberlo hecho, un escalofrío recorrió diez veces su espalda. Regresó a la pequeña sala. Observó más atentamente a John. Se acercó, fingió no pensar en los suaves, finos y besables labios a los que se estaba acercando, a un centímetro de que su nariz tuviera contacto con la comisura de la boca de John, pudo oler, aparte del delicioso aroma de su piel, la perfectamente reconocible esencia del café.

Durante poco más de tres minutos, un debate interno muy acalorado tuvo lugar en la corte del palacio mental de Sherlock. Resolvió que, después de todo, aún tenía otros tres frasquitos llenos de veritaserum, por lo tanto no debía molestarse con John, pues tampoco es como si le hubiera avisado antes sobre el contenido extra en el termo. Pensó también en muchas, por no decir cientos, de preguntas que podría hacerle estando bajo los efectos de la poción, pero simplemente no podía llegar a la conclusión adecuada a ese problema.

Si despertaba a John y le hacía al menos una pregunta, las demás saldrían de su boca sin un atisbo de culpa. Por otro lado, se dijo, tampoco es como si luego no pudiera hacer que John lo olvidase. Resopló. Definitivamente, oportunidades como esa no se presentaban dos veces en la vida, tenía muchas dudas y claro, si algo no salía bien, el Obliviate siempre era una buena opción.

Suspiró quedamente, sentándose en su sillón frente al medimago, aparentando tranquilidad, empujó con su pie la pierna contraria. Ante esos profundos ojos verdes, su corazón se saltó un latido, pensó entonces que no daría marcha atrás.

—Hey... —saludó John, restregando su rostro y ocultando un bostezo. Sherlock apenas ocultó su sonrisa, le gustaba ese gesto—, ¿cómo te fue con el barón Gruner?

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