CAPÍTULO 6

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CAPÍTULO 6

MIEDO


Venus.


Desperté de forma abrupta. La alarma siguió sonando y yo me desarropé con lentitud, deseando morir.

Sin despertar a Kukú, (quien dormía conmigo), me levanté luego de apagar la alarma y caminé hasta el baño, quitándome la ropa.

Mi cabello hecho un nido no se comparaba con el revoltillo que tenía en la cabeza. Mirarme al espejo solo incrementó el sentimiento de angustia.

No había dormido nada bien desde que vi esa prueba de embarazo. De hecho, no la pasé nada bien desde mucho antes, ni siquiera cené.

¿Cómo le iba a decir a mi madre que su "orgullo", como siempre me decía, estaba embarazada? No se trataba de la típica problemática de la familia tradicional porque no, ese era el menor de los problemas. En mi caso radicaba el hecho de haber planificado mi futuro en base a una realidad muy distinta a la que estaba viviendo. Mi madre siempre fue testigo de ello y me apoyó hasta el cansancio. Mis metas eran claras: graduarme, conseguir trabajo en una editorial, mejorar mis habilidades como escritora y publicar un libro. No había bebés en esos planes. No había embarazos indeseados.

No había bebé de Sthepen Wells.

¿Cómo le iba a explicar eso? Me pregunté, mientras me duchaba con agua fría porque era masoquista y mi mente me insistía en que debía sufrir.

Una vez fuera, elegí una camisa corta y negra, un pantalón alto, (también negro), y una botas militares del mismo color.

De luto, porque se habían muerto mis ganas de vivir.

Decidí maquillarme para la ocasión: corrector para cubrir las ojeras, máscara de pestañas para levantar mi mirada, labial vino para disimular mi palidez, y rubor, para darle color a mi cara.

¿Por qué estaba tan preocupada por la apariencia? Fácil: quería tardar en llegar a la universidad para no tener que decirle todo al culpable de mi sufrimiento.

No quería enfrentar a Sthepen. Conociéndolo, me dejaría sola. Él era una persona irresponsable, caprichosa y anticompromiso. Un bebé no encajaba con su estilo de vida y seguro resolvería todo con dinero. Para él, esa era la solución a sus errores: el sucio dinero. Estaba cagada de miedo, porque esta etapa la viviría acompañada, seguramente, de un cheque mensual.

Tomé dos cuencos y coloqué comida y agua para Kukú, el pequeño lobo que al parecer había notado que me encontraba mal, porque no había dejado de restregarse contra mis piernas para darme ánimos. Era un amor.

P.D: Creo que no te odio [Areté Crild #1] EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora