Capítulo 9: Vida lujosa...

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Nueva York

Extrañar es fácil, de hecho puedes llegar a extrañar muchas cosas; un amigo, una rutina o un amor. Y Oliver extrañaba dos de estas, su perfecta e inquebrantable rutina y a la mujer que amaba.

—¿Dónde diablos te habías metido? —preguntó, entrando con autoridad.

—Debo cumplir servicio comunitario unas cuantas semanas —respondió con un semblante serio junto a la puerta.

—¡Sí! Aquella locura del avión, no puedo creer que hicieras esa estupidez. Cualquiera que no te conociera realmente pensaría que tienes sentimientos y que te mueve algo más que el dinero.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con desinterés.

—Necesitaba ver a mi chico
—anunció en un tono condescendiente, el cual iba cubierto de una amabilidad forzada que nacía de un sentimiento de superioridad—. No me has hablado desde que tu chiquilla estúpida nos interrumpió —dijo con lentitud acercándose a él.

—Sólo hay un detalle, y es que yo ya no soy tu chico. He tenido mucho en que pensar. Y estoy cansado.

—Espero que haya sido sobre esa locura tuya de casarte, nunca me pareció la idea más sensata, simplemente no tienes madera para ello. Termina de una vez con esa falsa. ¿Qué tal un bronceado en una isla de algún lugar del caribe? Le sentaría de maravilla a ese cuerpo tuyo —aseguró mientras pasaba sus manos por los abdominales de esté deliberadamente.

Oliver se sintió un poco asqueado por un momento. Bien sabía que era su juguete, él habia accedido hace bastante tiempo ya, pero porque ahora esas manos lo transportaban a su pasado.

—¡Qué tonterias dices! Por supuesto que aún pienso en casarme con ella —replicó áspero sosteniendo sus muñecas y retirando las manos de su cuerpo.

Todos solemos tener un detonante y el de Oliver fue aquella mirada en los ojos de Lucy, lo vio; no era la primera vez que vía esa mirada de decepción en los ojos de alguien, ella fue la primera persona en mucho tiempo en tenerle fe ciega. si Oliver, le habría pedido que saltase, ella ni siquiera se hubiese preguntado desde qué tan alto. Él estaba consciente que debió dejar esta vida atrás en el momento que le pidió matrimonio. De hecho, estaba consciente que nunca debió prestarse para ser el juguete de Penélope.

—¿Crees qué esa niña estúpida te perdonará? —objetó, zafando de su agarre brusco de un tirón—, después de lo que vio, acaso viste su cara... Pero quizás es tan ingenua que pienso que podría terminar perdonando tus muchas veces de infidelidad y no solo conmigo, bien lo sabes. Aunque debo resaltar que fue una divertida anécdota para contar a las chicas del club, ni te imaginas cuánto nos reímos esa tarde —añadió con burla palabra tras palabra.

Desde su punto de vista ella no tenía nada que perder, así que no se mordería la lengua para tratar de no herir los sentimientos de su entretenimiento de las tardes.

Oliver observaba como Penélope se movía sin preocupación por la sala de estar; ella se sacó un extravagante y pesado abrigo de piel y lo arrojó a un lado del sofá junto con su cartera de diseñador, pero antes de arrojarlo sacó una cajetilla de cigarrillos. La mujer se acomodo en el extremo del sofá que estaba libre, cruzó las piernas y extendió los brazos para luego llevar uno de los cigarros a la comisura de sus labios, inhalo el humo con satisfacción y luego de algunos segundos lo dejó salir extasiada. Esa mujer de cara estirada que consideraba un reto tormentoso pelear con los años, a la cual se cogía tres veces a la semana por una considerable suma de dinero, con quién comenzó su productivo negocio desde hace cinco años.

—Esto se terminó —musitó de manera apacible, aunque estaba molesto e irritado consigo mismo, porque sentía como sus palabras eran arrojadas hacia afuera con dudas.

La Cenicienta de Queens (Por Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora