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Había sido un día largo, demasiado.

Johnny suspiró pesadamente al entrar a su amplio apartamento, quitando su abrigo y corbata allí mismo en la entrada. Se sentía agotado y cada hueso de su cuerpo dolía como si hubiese corrido una maratón, aunque no se hubiese movido de su escritorio en todo el día.

A veces pensaba si haber aceptado el puesto como gerente de la compañía había valido la pena, incluso si eso les había dado la oportunidad de mudarse a una ciudad como Vancouver. Tenía el doble de trabajo y estrés que en su puesto anterior, y había muchos momentos en que creía que su cabeza iba a explotar.

Además, ahora pasaba incluso menos tiempo con Mark; le había prometido que le dedicaría más tiempo a él una vez fuera ascendido, pero ahora era todo lo contrario. Apenas podía verlo unos cuantos minutos antes de que ambos comenzaran con su rutina y en la noche, aunque muchas veces había encontrado al menor dormido en un intento por quedarse despierto y poder hablar con él, aunque fuera por unos minutos. Se sentía terrible, porque incluso debía arreglar los problemas de los demás durante el fin de semana, o se sentía demasiado agotado y prefería dormir a atender a su prometido.

Lo único que agradecía era que el canadiense era completamente comprensivo y confiaba en él ciegamente; fácilmente podría creer que le mentía y que, en lugar de trabajar, lo estuviera engañando, aunque ni en un millón de años se atrevería a hacerle algo así. Lo amaba demasiado y se mataría antes de ir detrás de alguien más.

Quitándose los zapatos para hacer el menor ruido posible, caminó directo a su habitación. La puerta estaba entreabierta y había luz viniendo desde dentro —de la lámpara junto a la cama, podía asegurar—, pero eso no significaba nada; no sería la primera vez que Mark había mantenido una luz encendida en un intento para mantenerse despierto.

Al abrir la puerta del cuarto con cuidado confirmó que, de hecho, el menor se encontraba completamente dormido, recostado de lado, y abrazando su almohada.

Johnny sonrió con tristeza, porque se notaba de que su prometido lo extrañaba. Ya no hablaban, convivían, ni siquiera hacían el amor tanto como antes. Se estaban distanciando debido a sus largas jornadas de trabajo. Llegaba a ser desesperante porque deseaba tener una semana completa para poder estar con el canadiense las veinticuatro horas del día, abrazándolo, besándolo, diciéndole lo mucho que lo amaba.

Pero, a pesar de que no pasaban tanto tiempo juntos como antes, no podía negar que solo con ver a Mark su humor mejoraba en un segundo. Le bastaba ver el hermoso rostro de su prometido para que su día mejorara considerablemente. Así, incluso cuando regresaba a casa agotado al extremo, podía sonreír al poder encontrar la adorable escena del menor dormido.

Lo observó por unos segundos, simplemente viendo su expresión tan calmada, sus labios abiertos ligeramente. Rió silenciosamente al notar que estaba usando una de sus camisas viejas como pijama —lo cual no le molestaba en lo absoluto— y que llegaba poco debajo de su espalda. Su trasero habría quedado al descubierto si no hubiese sido por esos pantalones cortos que llevaba debajo, aunque sus piernas estaban descubiertas. Estaban a punto de entrar al verano, así que comprendía que dormir con pantalones resultaría demasiado caluroso. Y, si era sincero, le gustaba cuando dejaba sus piernas descubiertas; eran muy bonitas, como el resto de su cuerpo, de hecho.

Sus ojos vagaron por sus piernas, pasando por su trasero tan bien formado, su espalda, su cuello, su rostro, sus labios... dios, de verdad solo quería besarlos hasta el cansancio, hasta que estuvieran rojos e hinchados, porque Mark siempre se veía tan hermoso cuando sus labios estaban en ese estado.

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