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Es gracioso. Para mí las carteras son algo así como una obsesión, nunca puedo dejar de comprarlas y, bueno, tampoco puedo deshacerme de ellas, por lo que a estas alturas tengo más de las que soy capaz de usar. Esto se pone peor si tengo en cuenta que siempre, pero siempre, término usando exactamente la misma; lo que no entiendo es ¿por qué?, bueno, en realidad si lo entiendo, ¡se ve bien con todo!, en serio, es impresionante como queda bien con todo, ¡absolutamente todo! Hasta ahí todo bien; pero tiene un pequeño defecto... En realidad su defecto es enorme, en ella, todo se pierde, y cuando digo todo, es realmente todo; es como un hoyo negro, estoy segura que sí guardas un elefante en ella, éste se pierde.

-¡Mierda!- me canso de buscar tranquilamente.

La verdad es que estoy atrasadísima y no puedo perder más tiempo. Dejo el vaso con café, que llevo en una mano, sobre el techo de mi Fiat 500 rojo, me agacho y volteó el contenido de mi cartera en el suelo, mientras busco las llaves de mi auto me pregunto ¿por que guardo tanta cosa inútil en mi cartera?, nota mental para después: limpiarla, tal vez así sea más fácil encontrar las cosas.

Suena mi iPhone y ruego al cielo que no sea mi jefe, seguramente lleva rato esperándome ya que teníamos una reunión a primera hora y por culpa de la maldita cartera llego tarde. No, gracias a Dios no es Sam, mi jefe. Es peor aún, es mi mamá, rechazo la llamada, ya la llamaré luego; continuo con la búsqueda.

-¡Mierda, mierda, mierda!- maldigo una y otra vez mientras revuelvo el contenido de mi bolso esparcido por el suelo. Las llaves de mi auto se niegan a aparecer.

-¿Has perdido algo?- pregunta una voz masculina.

Levanto la vista rápidamente para saber a quién se dirige aquella voz, y, como imaginaba, es a mí. No le respondo, sigo buscando. No lo conozco de nada, nunca lo había visto, imagino que será un nuevo vecino ya que se encuentra en el área de estacionamientos solo para propietarios. Levanto una vez más la vista para ver si se ha percatado que no tengo tiempo para entablar una conversación, pero sigue mirándome, bajo la vista nuevamente para seguir con la búsqueda, hasta que... ¡bingo!, al fin las malditas llaves se dignan a hacer su aparición. Las tomo y comienzo a guardar las cosas que tenía esparcidas por el suelo. Una vez que término me levanto del suelo y, una vez de pie, me doy cuenta que el extraño no se ha ido... Sigue ahí, de pie a mi lado, es ahí cuando reparo en su altura, es alto, muy alto al menos para mí que soy bastante pequeña, debe alcanzar el 1.90, quizás un poco más. Viste un traje negro, que imagino es hecho a su medida porque le queda perfecto y se ve guapísimo en el ¡Dios, es sexy!, ese traje le queda de maravilla... ¿cómo será sin él?... ¡Ay! ¿¡Qué cosas estoy pensando!? Alejo esos sucios pensamientos de mi mente y me concentro en lo que estoy haciendo. Me volteo y quedo de espalda a él, ojala se vaya porque no entiendo que espera conseguir de pie ahí, al menos yo no tengo tiempo para ponerme a conversar, menos con un extraño; tomo el vaso con café que había puesto en el techo del auto, quito los seguros y abro la puerta del conductor, me siento tras el volante, cierro la puerta, pongo la cartera en el asiento del copiloto y el vaso con café en el porta vasos, me abrocho el cinturón, presiono el embrague y enciendo el auto, pulso el mando a distancia que abre el portón del estacionamiento y acelero, dejando atrás al extraño, y me uno al agitado tráfico de la gran manzana. Echo un vistazo por el espejo retrovisor y el extraño ha desaparecido.

Ahora en la tranquilidad de mi auto puedo ponerme a pensar en aquel extraño tan guapo, era realmente guapo, a través de su traje se podía notar que no le sobraba ni un solo gramo de grasa, tenía un cuerpo que se notaba bastante trabajado, pero sin ser excesivamente musculoso, se veía que, su musculatura iba a la perfección con su altura. Tenía el cabello tan oscuro que a la luz de los focos del estacionamiento, daba la sensación de ser un poco azulado, sus ojos... ¡qué ojos!, esos si eran azules, pero no un azul cualquiera, no podría describirlo, solo eran los ojos azules más lindos que haya visto alguna vez, totalmente cautivantes, estoy segura que podría perderme en ellos con infinita facilidad. Sus cejas eran del mismo color que su cabello, lo cual hacia resaltar aún más el azul de sus ojos, no eran grandes ni pequeñas, eran perfectas para él, su nariz era recta y muy linda, quedaba maravillosamente en ese rostro tan atractivo, de mandíbulas muy marcadas, daba la impresión de ser un hombre duro, serio, responsable, un poco intimidante.

Apasionadas mentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora