I: La leyenda sigue viva

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El invierno estaba próximo, y Ventalia era una de los lugares más fríos de Skyrim. Un nórdico fornido, con una frondosa barba y cabello largo de color castaño entró en la helada capital.

Tenía puesto un abrigo de piel negro, unas botas de nieve y una capucha que tapaba su cara. Pero él seguía siendo una leyenda viva, a pesar de ser solo una sombra de lo que fue en su juventud.

Entró en una casa antigua, decorada con todo tipo de tesoros. Dejo un montón de leña junto a la chimenea. Una mujer de su misma edad le recibió con un abrazo seguido de un beso.

—Hola, Camila.

—Bienvenido mi amor, ¿Vienes de una nueva aventura?

—No tiene gracia, sabes que deje eso hace años, ¿dónde está el chico?

—En el Palacio de los Reyes. Ha ido a entrenarse con los demás Capas de la Tormenta —el hombre empezó a subir las escaleras escuchando a su esposa —, es igual que tú.

—¡No digas eso! —dijo alzando un poco la voz. No quería que su hijo tuviera la vida que él había tenido antes.

Aquel hombre en su día fue todo lo imaginable: un cazador de dragones, el mayor ladrón de Tamriel, el líder de Los Compañeros, el Thane de todas las comarcas de Skyrim, el adalid de todos los Daedras, ¿y para qué? Esa era la pregunta que se hacía todas las noches antes de dormir.

Sus pensamientos se interrumpieron por el sonido de la puerta. El hombre escuchó como su esposa le abría la puerta a alguien. Se dio cuenta enseguida de que era un soldado Capa de la Tormenta, vestido con el uniforme común, compuesto por una armadura de piel sin mangas, cubierta por una capa azul, acompañados por un casco de hierro y un escudo circular con el símbolo de la cabeza de un oso de lado.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó Camila.

—Busco al... —dijo el joven antes de ser interrumpido.

—Sé a quién buscas —se oyó desde el piso de arriba —. Dile a Ulfric que iré en breve.

Camila cerró la puerta y subió las escaleras de madera hasta llegar al dormitorio, donde su marido se estaba quitando su ropa habitual por un uniforme de oficial.

—Hace tiempo que el jarl no te llama al Palacio de reyes.

—Es normal —dijo mientras se ponía los guantes de la armadura —, estará ocupado gobernando —se puso su yelmo fabricado con la piel de un oso y se acercó con dulzura a su esposa.

—Gobierne o no gobierne un reino, un nórdico debe tener tiempo para sus hermanos de escudo.

—Supongo que tienes razón en eso —admitió con una sonrisa mirando al suelo —, pero siempre he intentado entender las situaciones en las que están los demás.

—Y por eso estás donde estás.

—¿A qué te refieres?

—¿Nunca te has dado cuenta?

—¿De qué?

—Siempre tan generoso, tan valiente y tan bueno, no sabías decir que no a nadie, ¿es que ya has olvidado cómo nos conocimos?

—Como para olvidarlo. Tu hermano tenía un comercio en Cauce Boscoso, os habían robado La Garra Dorada y me pedisteis que la recuperara para vosotros.

—Exacto, si no hubieras sido tan generoso, no nos habríamos conocido. Fácil —dijo con una sonrisa nostálgica.

—Y Einar no hubiera nacido —le respondió mirándola a los ojos.

—Posiblemente no. Pero bueno, basta de sentimentalismo, ¡que Ulfric te está esperando! —gritó alegremente mientras le empujaba cariñosamente.

El hombre bajó las escaleras, abrió la puerta y salió de la casa con una cara de felicidad cotidiana y empezó a recorrer la ciudad. Era una mañana nublada, lo normal en Ventalia, casi todo el año era igual: el sol oculto tras las nubes, el viento soplaba fuerte y la nieve cubría los tejados. Solo bajaban las temperaturas en verano, y aún así hacía frío.

Finalmente, llegó al Palacio de los Reyes, uno de los lugares más antiguos de toda Tamriel. Mientras caminaba por el patio exterior, los soldados se regocijaban con su presencia, se paraban para admirarle y se apartaban para que pudiera entrar el palacio.

Una vez dentro, se miraron fijamente desde los extremos del gran salón. Un Sangre de Dragón mirando fijamente a un rey. Estaban cara a cara Dovahkiin y el rey Ulfric Capa de la Tormenta.

Skyrim: La caída de VentaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora