4. refugio

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El reloj marcó la hora establecida a la que se hacían las visitas en el mundo real y un Raoul algo canoso y envejecido salía de su residencia de ancianos en Barcelona, acompañado de Nerea, una enfermera joven que lo tenía a su cargo y al cual le facilitaba la estancia en aquella gran casa compartida con más personas como él. Y por "como él" no se refería a pasajeros en tiempo, sino a personas mayores. La joven le ayudó a subirse en lo que parecía un microbús de color gris metálico y en el trayecto pudo ver cómo se alejaba de su residencia. Nerea le miró y pudo divisar un tono nostálgico en sus ojos acompañado de una sonrisa, de modo que le preguntó si se encontraba bien, pues parecía ser un poco contradictorio lo que decían sus ojos con lo que transmitía sus labios. Raoul se limitó a mirarla y asentir, sin eliminar la sonrisa de su cara; y volvió a mirar por la ventana.

La verdad es que estaba nervioso, pero no quería decírselo a Nerea, entre otras cosas porque eso conllevaría una conversación en la que la chica le daría ánimos y le intentaría tranquilizar, y lo único que quería en ese momento era estar sumergido en sus pensamientos mientras seguía con sus ojos la hilera de árboles que debían pasar para salir del camino de la residencia.

Cuando llegaron al destino deseado, la chica ayudó a Raoul a bajar del transporte, en cuyas ventanas el sol mostraba su efecto reflectante, haciendo destellar sus rayos. Estaba algo torpe, por lo que no podía andar sin ayudarse de alguien o de un andador para apoyarse, y aunque él siempre pide su andador, Nerea siempre se niega, pues desde el primer momento en que le asignaron a Raoul como paciente, le informó que ella estaría pendiente de él y estaría ahí para ayudarle en todo lo que necesitase. Incluso si eso significa tener que ayudarle a desplazarse cien veces al día. Ella lo haría encantada, y, de hecho, lo hace, pues Raoul nunca ha sido una persona que pare quieto un segundo, y ahora no iba a ser menos, aunque tuviese limitaciones por el paso de los años.

Una vez entraron por la puerta, el médico a cargo de atender las visitas de los pacientes se dirigió a Raoul, que estaba esperándole, de modo que le siguió por los pasillos blancos, limpios y espaciosos hasta una habitación, mientras el médico en cuestión le señalaba algunas indicaciones a tener en cuenta. Algunas de ellas era que no podría responderle, pero sí oírle. Cuando atravesó la puerta de la habitación, que, por cierto, era muy espaciosa y luminosa, se encontró con un Agoney totalmente canoso, con los ojos abiertos de par en par y un tubo instalado directamente en su tráquea y conectado a una máquina de respiración asistida. Y en ese momento comprendió por qué Agoney no quería que le visitase.

Raoul dio un rodeo a la cama hasta colocarse a su lado, esta vez, sin la ayuda de Nerea, que observaba la escena desde una equina de la habitación.

"Hola, idiota." Le susurró al oído, de la forma más dulce que pudo, mientras le acariciaba la mano y reprimía las lágrimas, siendo consciente de que le escuchaba, aunque no pudiese emitir palabra alguna ni le fuese posible hacer ningún gesto ni movimiento. Se acercó un poco más y depositó un suave beso en la frente del que no hacía mucho recordaba moreno.

Le hizo compañía durante unas horas que parecieron días, envueltas en una nebulosa de recuerdos, nostalgia e impotencia. Le dolía encontrárselo así y no poder hacer nada por él, nada salvo esperar a volverlo a ver allí.

Puso rumbo a la salida del hospital en compañía de su enfermera, cuando alguien le llamó desde atrás, por lo que dio media vuelta para encontrarse con un chico moreno algo más alto que él.

"¿Es usted Raoul?" Preguntó, a lo que contestó con un movimiento de cabeza en señal de asentimiento. "Soy Alfred." Y sus ojos se abrieron como platos, pues recordó que Agoney le mencionó ese nombre unas diez horas antes.

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⏰ Last updated: Jun 22, 2018 ⏰

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NatsukashiiWhere stories live. Discover now