Desdicha.

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Si algo disfrutaba aquel hombre de barba áspera y blanca era de un buen libro antes de dormir. La historia lo envolvió con cada letra que consumía, entusiasmado deslizó su dedo por la parte inferior del libro, dispuesto a seguir un par de capítulos más.

La hoja fue dada vuelta y tras de eso se encontraba un nada, su ceño se arrugo al ver las siguientes páginas de su libro en blanco, el frio lo golpeó de repente, ya no se encontraba en su cálida habitación cerca de la chimenea.

Frente a él, la puerta de su casa se encontraba entreabierta; indeciso, entra logrando que la puerta chillé de manera irritante.

La casa estaba en la colina, el lugar mas alejado del pueblo, nadie lo visitaba, nadie se atrevía a tocar su puerta, solamente la señora de la limpieza, no se fijó si el caballo de ella se encontraba fuera ¿Cómo podría fijarse? Acaba de aparecer fuera de su casa de una manera surreal.

Varias preguntas surgieron de su mente mientras recorría su casa, unas pequeñas risas hicieron eco en el lugar, camino hasta la cocina y vio a un pequeño niño tomando leche en un vaso, se acercó lo suficiente para hablarle al muchacho:

- ¿Qué haces en mi casa, mocoso?

El niño ni se inmuto ante las palabras del hombre. A sus espaldas una voz surgía

-Stephen, cariño, ven rápido- se volteó de manera lenta viendo el rostro de la mujer en cuestión.

-Agatha...- pronunció en un susurro. - Agatha, hija mía...

Sus ojos se aguaron ante tal revelación, más de doce años en que Agatha muerta estaba, que verla causó miedo, alegría y desesperación.

Su nieto corrió a los brazos de su madre atravesando a su abuelo como si de una nube se tratara. Su presencia era indetectable.

-Mamá ¿Podrías cerrar aquella ventana?-. La madre niega triste.

-Debemos irnos-pronunció con un hilo melancólico- No hay lugar para nosotros.

- ¡Que tristeza tan grande!-.

Reconoció su voz y con ella una melodía que le encantaba. La canción fue cantada por Jorge negrete. Agatha lo miraba con decepción, su hija le regaló ese disco, y lo escuchaban juntos siempre. Ahora lo utilizaba para echarla de su hogar.

-Ya deberían estar recogiendo sus cosas- gritó. Su futuro yo lo miró con desesperó y gritando que se callara, como si pudiera oírlo.

-Sin distracciones podríamos terminar más pronto.

La joven tomó al niño de la mano y subió las escaleras para arreglar las maletas.

- ¡Vete antes de que él venga!

Miró con tristeza su pasado, su antiguo yo se desplomo en el piso y comenzó a llorar como si de un recién nacido se tratara.

Ojala se recupere pronto. Fue lo que pensó aun sabiendo la respuesta a su deseo.

Agatha bajó con maletas y Stephan en brazos, el niño trató de darle un beso a su abuelo siendo rechazado al instante de manera cortante y fría.

Al cerrar la puerta, el viento comenzó a soplar con más fuerza.

La ida de Agatha y Stephan, la carta que recibió tres días después de su despedida, él llorando sin consuelo, las cruces con sus nombres en su cementerio personal, Los recuerdos no paran de aparecer.

El odio hacia él mismo surgió, y esta vez lo consumió por completo, llegó a la locura absoluta que solo un desdichado como él podría sentir... al menos hasta después de esa noche en donde su cuerpo se encontró colgado en la biblioteca mientras sonaba el disco de Jorge Negrete.



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