Subit Corpus (Martin Tous)

61 6 0
                                    

1

La canción era hermosa pero evocaba recuerdos tristes en mí. Esa canción que sonó cuando me besé por primera vez con quien luego acabó siendo mi marido, me recuerda todo lo que hice mal, lo que quizás nunca podré reparar. El amor es a veces un arma de doble filo. Mientras camino hacia la iglesia pienso que debería borrarla ya del celular y dejar de martirizarme cada vez que la escucho.

Llegaría bien para la misa de las diez. El Padre Eustaquio era amigo de mi familia desde que yo era pequeña. A pesar de la vergüenza cristiana que me daba pedirle ayuda, ya no me quedaban opciones. La terrible situación que acechaba a mi hogar se había tornado tan oscura como insostenible. Mi familia siempre fue muy creyente. Yo solía ir a misa, a veces acompañada por mis hijos incluso. Hoy vengo sola. Mi hijo está desesperado encerrado en su habitación; está medicado con tranquilizantes y apenas come ya. Mi hija, después de perder el dedo índice de su mano izquierda, se fue con mis padres porque no soportaba más el miedo que sufría estando en casa. Mi esposo...bueno, él es el principal responsable de nuestra desdicha. Lo sigo amando con toda el alma, pero el amarlo tanto fue mi perdición también. Ya no lo reconozco. Sin embargo estoy segura que el agravio antinatural que cometí, a pesar de amarlo profundamente, no será reparado nunca. He ofendido a Dios y mi familia lo está pagando con creces. Yo apenas mantengo mi cordura aún como para poder seguir alimentando a mi marido y medicando a mi hijo.

La misa terminó alrededor de las once de la mañana. El Padre Eustaquio accedió amablemente a hablar conmigo cuando se lo solicite al finalizar la ceremonia. Cuando se retiró el último feligrés de la iglesia fuimos a la sacristía y avergonzada, comencé a contarle sobre el infierno que estaba atravesando.

—Hija mía, te noto apesadumbrada, cuéntame, que es lo que te está preocupando —me dijo amablemente el Padre Eustaquio.

—Padre, gracias por atenderme. Lamentablemente hoy he venido a solicitar su ayuda porque ya no sé a quién recurrir ni qué hacer con mi esposo. —Lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos— La situación en mi hogar se ha vuelto insostenible. Hace veinte días mi marido apareció una noche en casa, de madrugada, todo sucio y lleno de barro, estaba como loco. Con el correr de los días comenzó a volverse cada vez más violento con nosotros, al punto que tuvimos que encerrarlo en una habitación luego de que le arrancara un dedo a nuestra hija mientras lo alimentaba...

—¡Qué terrible! Tranquilízate hija. ¿Has visto a un especialista ya? —me preguntó inocentemente el Padre Eustaquio.

—¡No Padre! No puedo llevarlo a un especialista, usted no me entiende...

—¿Pero, por qué no hija? Muchas veces son manifestaciones de alguna enfermedad psiquiátrica estos cambios de comportamiento repentinos.

—No puedo llevarlo a un especialista Padre porque mi esposo...murió hace veintiún días.


2

El Padre Eustaquio se quedó de piedra ante mi revelación. Su mirada era una mezcla de sorpresa, tristeza y preocupación. Me hizo una pregunta más.

—¿Qué has hecho hija mía?

—Padre, sé que no he sido una buena cristiana. He pecado. Pero el amor por mi esposo me ha llevado a esto Padre. Se lo juro...—no podía parar de llorar, me tapé los ojos con las manos más por vergüenza que por ocultar mis lágrimas.

—Tranquila hija, te entiendo, pero debes contarme que es lo que has hecho para poder ayudarte —dijo el Padre Eustaquio en un tono suave y conciliador—. Solo así sabremos a qué atenernos hija, evidentemente has estado hurgando entre poderosas y oscuras fuerzas demoníacas. El Señor nos iluminará, pero debemos estar preparados. Por favor, respira...así, muy bien, ahora cuéntame —apoyó su cálida mano en mi hombro hasta que me tranquilicé y pude volver a hablar.

La hora del terror 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora