Parte 1: El nacimiento de khadija.

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Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura: la época de las creencias y de la incredulidad;  la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, tanto en lo que se refiere al bien como al mal .

En un pequeño pueblo al norte de chawen (marruecos), un día en que el viento sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles, que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina, revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Tenía que suceder más temprano o más tarde, pero tenía que suceder. Nací con el don de la risa y con la intuición de que algún día podría cambiar el mundo. 

Emergí cuando mis padres estaban separados, cada uno y donde se ubicaba para localizar un simple trozo de pan, para matar el hambre que cada vez penetraba nuestras entrañas, cada vez más desgarrador y cruel. Mohamed, mi hermano mayor, era por entonces un jovencito displicente, cuya sola mirada se hacía culpable de alguna misteriosa ofensa hacia su persona,que nunca conseguí descifrar. En cuanto a mis padres y hermano mayor, en aquel entonces no me hacían el menor caso. De modo que los primeros años de mi vida fueron bastante solitarios.  

En cuanto a mi nombre,  mi madre llevaba mese pensando en cual escoger, después de estar un cierto tiempo meditando acabo por seleccionar su preferido, cabe decir que mi tía fue su gran ayudante para optar a mi nombre . A pesar del esfuerzo que hicieron en preferir el nombre no les sirvió para nada.  

El cuñado del padre de la niña, un hombre tan alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Calzaba sandalias de pastor y la túnica morada que le caía sobre el cuerpo recordaba el hábito de esos misioneros que, de cuando en cuando, visitaban los pueblos bautizando muchedumbres de niños y casando parejas amancebadas. Decidió por si mismo bautizar el nombre de la niña sin que sus padres se dieran cuenta. Escogió el mejor nombre para él:  khadija. 

Mi  madre en cuanto descifro lo que sucedía,   una lagrima de decepción deslizo por su mejilla rojiza y con acné, después del acontecimiento la madre ni salia de su casa ni entraba, estaba a un esquina observando aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo, como se juntaban en un montón, como dormían un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegados a las esquinas y así pasaba día taras día. 

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Guerrera sin espadaWhere stories live. Discover now