Tercera Parte

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Se acercaba al prado, aun estaba rodeada por árboles de aquel bosque, cuando un gigante enmascarado se abalanzó sobre ella y ambos cayeron y rodaron por el suelo.

El arma fue a parar a la mano del gigante que fue a atacarla cuando aun estaba saliendo de su confusión. Pudo frenar su ataque con las manos desnudas apenas unos segundos, pues su asesino era mucho más fuerte y su hombro izquierdo no pudo forzarse más. EL enmascarado clavó el machete en su lomo derecho y la chica cayó otra vez al suelo. Arrastrándose hacía atrás, gritaba "¡¿Por qué?!" y lloraba desquiciada, por el dolor, por toda aquella locura incomprensible.

El gigante reía con altivez, como si fuera un dios de la muerte y no un loco sangriento como su anterior rival. Aquello la llenaba de rabia, ira, dolor, tristeza y un extraño sentido de supervivencia, que la mantenía en aquel momento. No iba a rendirse ahora, por más grande que fuera aquel monstruo.

Y entonces echó un puñado de arena a su oponente a los ojos, distrayendolo los segundos necesario para ser derribado con todas las fuerzas de una chica de metro sesenta. El arma fue lejos del gigante. La chica se movió con más rapidez, se hizo con el machete que colocó en el cuello del gigante que se estaba levantando torpe y lentamente.

-¿Por qué?

-Vayas donde vayas allí estaremos...

-¿Por qué? ¿Qué queréis? ¿Quienes sois?

-Vayas donde vayas, hasta que no te muevas.

Y llena de ira agarró el arma con ambas manos y todas sus fuerzas hundiéndola varías veces en aque grueso cuello, hasta que se separó, cabeza de cuerpo.

Lloraba, gritaba y maldecía todo lo que pasaba. Era una asesina por instinto, pero no sabía qué hacía allí ni por qué pasaba nada. Se dejó caer de rodillas frente aquel cuerpo descabezado durante unos minutos, en silencio, temblando.

Cuando se levantó fue como si fuera un fantasma, caminó por el prado hasta que de la misma tierra una delgada y fría mano agarró su pierna, devolviendole la conciencia. Tropezó y fue al suelo de nuevo y allí donde la mano le agarraba la piel se quemaba y echaba humo, aquel dolor casi tapo por completo la aguda punzada del hombro. Mientras del suelo salía una joven de ojos rojos, largo pelo negro que le caía por la cara, blanca piel y sonrisa demoníaca.

Gritó, se abalanzó hacia ella y antes de que aquel monstruo saliera del todo, le rebanó la cabeza, como hizo con el gigante, solo que aquel cuello se rompió como si fuera papel. El monstruo decapitado fue engullido por la tierra.

De nuevo se levantó, como si nada, cojeaba, se tambaleaba pues la hemorragia del hombro acababa cada paso más con ella. Al llegar al lago se derrumbó. Pensó que la ciudad estaría a un kilómetro, a dos, a tres como mucho. Lo conseguiría. Pero allí sentada en el lago que reflejaba el sol naranja y poderoso, se sentía tranquila. Las heridas ardían, su cabeza desvariaba, el frío la tragaba.

                      .FIN.

El camino del que no se vuelve.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora